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No era extraño, pues, que los Tolomeos como Auletes, privados del título de faraón, lo anhelaran, ya que Alejandría era una entidad por completo separada de Egipto. Si bien el rey y la reina ingresaban en forma de impuestos buena parte de los beneficios de la ciudad, no eran propietarios de ella ni de sus bienes, ya fueran los barcos, las fábricas de vidrio o las compañías de mercaderes. Tampoco tenían derecho a la tierra en que se hallaba la urbe. Alejandría había sido fundada por Alejandro Magno, que se las daba de griego pero era macedonio de la cabeza a los pies. El Intérprete, el Registrador y el Contable recaudaban todos los ingresos públicos de Alejandría y los utilizaban en gran medida en su propio interés, mediante un sistema de privilegios y prebendas que incluían el palacio.

Habiendo experimentado las dinastías asirias, kuchitas y persas antes de la llegada de Tolomeo, el mariscal de Alejandro Magno, los sacerdotes de Ptah en Menfis habían llegado a un acuerdo con él y le habían entregado el erario público egipcio a condición de que en el Egipto del Nilo se invirtiera la cantidad suficiente para mantener la prosperidad de su pueblo y sus templos. Si el Tolomeo era también faraón, disponía asimismo de los fondos privados. Sólo que éstos no saldrían de las cámaras del tesoro de Menfis a menos que el faraón en persona fuera a retirar la suma que necesitara. Así pues, cuando Cleopatra huyó de Alejandría no imitó a su padre zarpando del Gran Puerto sin dinero; fue a Menfis y obtuvo el dinero necesario para contratar a un ejército de mercenarios.

– ¡Oh, qué alivio! -exclamó Cleopatra, libre por fin de sus galas reales.

– Puede que esta indumentaria sea agotadora, hija de Amón-Ra, pero te ha ensalzado a los ojos de César-dijo Cha'em, alisándole tiernamente el cabello-. Vestida de griega, estás decepcionante; el púrpura tirio no sirve para un faraón. Cuando todo esto haya pasado y estés segura en el trono, debes ataviarte como faraona incluso en Alejandría.

– Si me vistiera así, los alejandrinos me harían pedazos. Ya conoces su desprecio hacia Egipto.

– La respuesta a Roma corresponde al faraón, no a Alejandría -afirmó Cha'em con cierta aspereza-. Tu primer deber es garantizar la autonomía de Egipto de una vez por todas, por más Tolomeos que leguen Egipto a Roma en sus testamentos. A través de César puedes conseguirlo, y Alejandría debería agradecértelo. ¿Qué es esta ciudad sino un parásito que vive de Egipto y del faraón?

– Quizá -respondió Cleopatra, pensativa- todo eso está apunto de cambiar, Cha'em. Sé que acabas de llegar en barco, pero paséate por la avenida Real y verás qué ha hecho César con la ciudad. La ha destrozado, y sospecho que eso no ha sido más que el principio. Los alejandrinos están desolados, pero llenos de indignación. Lucharán contra César hasta no poder más; aun así me consta que no pueden vencer. Cuando llegue el día en que estén domados, las cosas cambiarán para siempre. He leído los comentarios de César sobre su guerra en la Galia, muy objetivos, sin asomo de emoción. Pero desde que lo conozco, los comprendo mucho mejor. César da libertad y seguirá dando libertad, pero si recibe un continuo rechazo, cambia de talante. La clemencia y la comprensión desaparecen; hará lo que sea para sofocar toda oposición. Nadie como él ha combatido jamás contra los alejandrinos. -Cleopatra dirigió hacia Cha'em sus extraños ojos con una expresión parecida al distanciamiento de César-. Cuando se ve obligado a ello, César quiebra tanto espíritus como espaldas.

Tach'a se estremeció.

– ¡Pobre Alejandría!

Su esposo no dijo nada, demasiado absorto en su rebosante júbilo. Si Alejandría fuera aplastada totalmente, sería ventajoso para Egipto: el poder volvería a Menfis. Los años que Cleopatra había pasado en el templo de Ptah estaban dando fruto; ver Alejandría humillada y saqueada no causaría el menor malestar a la faraona.

– ¿Aún no se sabe nada de Elefantina? -preguntó la faraona.

– Todavía es demasiado pronto, hija de Amón-Ra, pero hemos venido para estar a tu lado cuando llegue la noticia, como es nuestro deber -dijo Cha'em-. En estos momentos no puedes venir a Menfis, lo sabemos.

– Así es -confirmó Cleopatra, y dejó escapar un suspiro-. ¡Cuánto os echo de menos a Ptah, a Menfis y a vosotros!

– Pero César se ha casado contigo -dijo Tach'a, tomando entre las suyas las manos de su querida muchacha-. Estás fecundada, lo sé.

– Sí, estoy fecundada, y será un hijo varón.

Complacidos, los dos sacerdotes de Ptah cruzaron una mirada.

Sí, estoy fecundada y será un niño, pero César no me ama. Yo lo amé en cuanto lo vi, tan alto, tan rubio, con ese aspecto de dios. Eso no me lo esperaba, que pareciera la encarnación de Osiris. Viejo y joven a la vez, padre y marido. Lleno de poder, de majestad. Pero yo soy una obligación para él, algo que soportar en su vida terrena que lo lleva en una nueva dirección. En el pasado amó. Cuando no se da cuenta de que lo observo, aflora su dolor. Así que las mujeres a quienes amó deben de haber desaparecido. Sé que su hija murió de parto. Yo no moriré de parto, eso nunca ocurre a las soberanas de Egipto. Aunque teme por mí, confundiendo mi apariencia con fragilidad interior. Soy resistente como el metal. Viviré muchos años, como corresponde a la hija de Amón-Ra. El hijo de César que saldrá de mi cuerpo será un hombre de edad cuando pueda gobernar con su esposa en lugar de con su madre. También él vivirá muchos años, pero no será hijo único. Después he de tener una hija de César, para que nuestro hijo pueda casarse con su hermana. Luego, más hijos e hijas, todos casados entre sí, todos fértiles. Fundarán una nueva dinastía, la casa de Tolomeo César. El hijo que llevo en las entrañas construirá templos río abajo y río arriba: los dos seremos faraones. Supervisaremos la elección del Buey Buchis, el Buey Apis, estaremos en el nilómetro de Elefantina todos los años para la lectura de la inundación. Egipto disfrutará de Codos de la Abundancia una generación tras otra; mientras exista la casa de Tolomeo César, Egipto no pasará necesidades. Pero más aún, la Tierra de las Dos Señoras, del junco y la Abeja, recuperará todas sus glorias pasadas y todos sus territorios pasados: Siria, Cilicia, Cos, Kios, Chipre y Cirenaica. En este niño reside el destino de Egipto, y sus hermanos y hermanas poseerán talento y genialidad en abundancia.

Así pues, cuando, cinco días más tarde, Cha'em anunció a Cleopatra que el Nilo iba a crecer veintiocho pies y alcanzar por tanto sobradamente los Codos de la Abundancia, la noticia no le sorprendió en absoluto. Veintiocho pies equivalía a la inundación perfecta, del mismo modo que el suyo sería el hijo perfecto. Hijo de dos dioses, Osiris e Isis: Horus, Haroeris.

3

La guerra en Alejandría se desató en noviembre, pero sólo afectó el lado oeste de la avenida Real. Los judíos y los méticos resultaron valientes aliados, enviaron soldados y convirtieron todas sus pequeñas forjas y pequeños talleres de metal en fábricas de armas, un asunto grave para los alejandrinos de origen macedonio y griego, ya que en otro tiempo habían acogido con satisfacción el que las actividades desagradables y malolientes como la metalistería fueran confinadas al lado este, donde de hecho vivían todos los trabajadores especializados en el metal. Haciendo rechinar los dientes con preocupación, el Intérprete se vio obligado a utilizar parte de los fondos de la ciudad para importar armas de Siria y a alentar a cualquiera del lado oeste con aptitud para esa clase de trabajo a forjar espadas y dagas.