Era un gris-gris de plumas negras, trozos de hueso y una pata de ave momificada. Al principio me pareció de pollo, hasta que vi las fuertes uñas negras; un águila, un halcón o un bicho parecido rondaría por ahí con una pata de palo.
Me la imaginé clavándome las uñas de aquello, y me costó lo indecible no apartarme, pero se limitó a dejarme el gris-gris en la mano abierta. Sólo eran plumas, trozos de hueso y una pata de rapaz seca. No era repugnante ni dolía; de hecho, me sentí un poco idiota.
Entonces noté el calor. La cosa se estaba calentando encima de mi palma. Antes no estaba caliente.
– ¿Qué le está haciendo?
Dominga no contestó. La miré, pero ella tenía la vista clavada en mi mano, como un gato a punto de soltar un zarpazo. Seguí su mirada. La garra se contrajo, se distendió y se volvió a contraer: se estaba moviendo.
– ¡Mierda! -Quería levantarme y sacudirme de encima aquel engendro, pero me quedé sentadita. Con todos los pelos del cuerpo de punta y un nudo en la garganta, dejé que la cosa siguiera moviéndose-. De acuerdo -dije entre dientes-, ya me ha hecho la prueba. Ahora quíteme eso de la mano.
Dominga levantó la pata de ave con cuidado, tanto que me di cuenta de que evitaba tocarme, aunque no supe a qué se debía.
– Virgen santa -mascullé. Bajé la mano y palpé la pistola que llevaba escondida en el pantalón; me reconfortaba saber que, en el peor de los casos, podía pegarle un tiro antes de que me matara de un susto-. ¿Podemos ir al grano de una vez? -Hablé con voz casi firme. Qué mayor.
– La has hecho moverse. -Dominga acunaba la pata con las manos-. Te has asustado, pero no te ha resultado extraño. ¿Por qué?
¿Qué podía decir? Nada que quisiera revelarle.
– Tengo cierta afinidad con los muertos. Se me dan bien, igual que a otros se les da bien leer la mente.
– ¿Crees de verdad que la capacidad de levantar muertos es un truco de feria, como la telepatía?
Si alguna vez se hubiera tropezado con un telépata de verdad, se los tomaría más en serio. A su manera, daban tanto miedo como ella.
– Reanimar muertos es un trabajo, nada más.
– Eso me lo creo casi tanto como tú.
– Pues inténtelo, porque es verdad.
– No es la primera vez que te hacen una prueba. -Aquello era una afirmación.
– Ya lo hizo mi abuela materna, pero no con eso. -Señalé la pata, que seguía moviéndose como las manos falsas que venden en las tiendas de artículos de broma. Ahora que no la tenía encima, podía imaginarme que funcionaba a pilas. Sí, claro.
– ¿Practicaba el vodun? -me preguntó. Yo me limité a asentir-. ¿Por qué no estudiaste con ella?
– Tengo la capacidad innata de levantar muertos, pero eso no determina mi orientación religiosa.
– Eres cristiana -dijo como si fuera un insulto.
– Ya está bien. -Me puse en pie-. Me gustaría decir que ha sido un placer, pero mentiría.
– Pregunta lo que quieras, chica.
– ¿Cómo? -El cambio de tema había sido demasiado brusco.
– Pregúntame lo que sea que hayas venido a preguntarme.
– Si dice que va a contestar, es que va a contestar -dijo Manny. No parecía muy contento.
Volví a sentarme, decidida a largarme como me volviera a insultar. Claro que si resultaba cierto que podía ayudarme… Ah, mierda, estaba picando con el cebo de la esperanza, pero después de lo que había visto en la casa de los Reynolds, merecía la pena.
Cuando llegué tenía intención de plantear la pregunta con toda la delicadeza del mundo, pero a aquellas alturas me importaba un carajo.
– ¿Ha levantado algún zombi últimamente?
– Varios -contestó.
Vale. Dudé antes de seguir preguntando; no me quitaba de la cabeza el movimiento de aquella cosa en la mano. Me la noté con la pernera del pantalón, como si la sensación fuera pegajosa. ¿Qué era lo peor que Podía hacerme si la ofendía? Mejor no saberlo.
– ¿Ha enviado a algún zombi a llevar a cabo… una venganza? -Ah, mi idea de la delicadeza. Estupendo.
– No.
– ¿Está segura?
– Si hubiera levantado de la tumba a un asesino, me acordaría -contestó sonriendo.
– Para que un zombi mate no hace falta que haya sido un asesino en vida.
– ¿De verdad? -Alzó las cejas canosas-. Veo que tienes mucha experiencia en zombis que matan…
Contuve el impulso de encogerme como una colegiala a la que hubieran pillado en una mentira.
– Sólo con uno.
– Cuéntamelo.
– No -respondí tajante-. No me gusta hablar de eso. -Era una pesadilla que no estaba dispuesta a revelarle a la señora del vodun, así que decidí cambiar de tema-. He reanimado a varios asesinos, y no son más violentos que los otros zombis.
– ¿A cuántos muertos has levantado de la tumba? -preguntó.
– Ni idea. -Me encogí de hombros.
– ¿Aproximadamente?
– No lo sé. Cientos.
– ¿Mil?
– Puede; no llevo la cuenta.
– ¿Y la lleva tu jefe, el de Reanimators, Inc.?
– Supongo que guarda archivos de todos mis clientes.
– Me gustaría saber cuántos han sido exactamente -dijo con una sonrisa.
– Lo averiguaré si puedo. -No sería grave que lo supiera.
– Qué niña más obediente. -Se puso en pie-. Y no, yo no levanté al zombi asesino que buscas, si eso es lo que anda comiendo ciudadanos. -Sonrió, casi rió, como si tuviera guasa-. Pero conozco a personas que no hablarían contigo ni en pintura, personas que sí serían capaces de hacer algo así. Les preguntaré; a mí me dirán la verdad, y te diré lo que averigüe, Anita.
Pronunció mi nombre correctamente, al modo hispano. A mí me sonó casi como algo exótico.
– Muchas gracias, señora Salvador.
– Pero voy a pedirte un favor a cambio.
– ¿De qué se trata? -Me jugaba cualquier cosa a que estaba a punto de oír algo desagradable.
– Quiero que te sometas a otra prueba.
Me quedé mirándola, esperando a que continuara, pero no dijo nada más.
– ¿Qué tipo de prueba?
– Acompáñame abajo y te lo enseño -dijo con voz melosa.
– Ni hablar, Dominga. -Manny se levantó-. Anita, nada que pueda decirte esta mujer justifica que le des lo que quiere.
– Puedo hablar con personas y seres que no hablarían con buenos cristianos como vosotros. Con ninguno de los dos.
– Vamos, Anita, no necesitamos su ayuda -dijo Manny, dirigiéndose a la puerta.
No lo seguí; él no había visto la masacre ni había soñado con ositos empapados de sangre. Yo sí, y no podía marcharme mientras pensara que me podía ayudar. No era sólo por averiguar sí Benjamín Reynolds estaba vivo o muerto; era porque esa cosa, fuera lo que fuera, volvería a matar, y me daba que tenía que ver con el vudú, un campo del que no sabía demasiado. Necesitaba ayuda, y deprisa.
– Vamos -insistió Manny, tirándome del brazo.
– ¿Qué prueba es esa?
Dominga sonrió triunfante. Sabía que me tenía en el bolsillo, que no me marcharía hasta que prometiera ayudarme. Mierda.
– Vamos al sótano; te lo explicaré allí.
– Anita, no sabes qué estás haciendo. -Manny me sujetó el brazo con insistencia. Tenía razón, pero…
– Quédate conmigo para controlar, y no me dejes hacer nada que duela, ¿de acuerdo?
– Te pida lo que te pida ahí abajo, dolerá. Puede que no físicamente, pero dolerá.
– A la fuerza ahorcan. -Le di unas palmaditas en la mano y sonreí-. No me pasará nada.
– No estés tan segura.
¿Qué podía decirle? Probablemente, Manny tenía razón. Pero me daba iguaclass="underline" estaba dispuesta a hacer cualquier cosa que me pidiera Dominga, dentro de un orden, si con eso podía detener la matanza. Lo que fuera con tal de no ver más cadáveres a medio comer.