Quería decirle que parase, pero era inofensivo; nunca apunto nada en el calendario. No sé por qué me molestaba tanto interés.
Me volví hacia la prostituta que tenía en la sala. Qué noche más rara.
– ¿Quieres tomar algo? -le pregunté; en caso de duda, mejor ser educada.
– Un vino tinto, si hay -dijo Wanda.
– Lo siento, pero no tengo nada con alcohol. Café, Coca-Cola con azúcar de verdad o agua: eso es todo.
– Entonces, una Coca-Cola.
Saqué una lata de la nevera.
– ¿Quieres vaso?
Wanda negó con la cabeza.
Jean-Claude estaba apoyado en la pared, mirándome mientras me desplazaba por la cocina.
– Yo tampoco necesito vaso -dijo en voz baja.
– No te hagas el gracioso.
– Demasiado tarde.
No pude evitar sonreír.
Mi sonrisa pareció complacerlo, cosa que me molestó. Se me hacía cuesta arriba tenerlo cerca. Se acercó al acuario como quien no quiere la cosa; estaba examinando mi piso. Qué raro. Pero por lo menos nos dejaba a nosotras un poco de intimidad.
– Mierda, es un vampiro -dijo Wanda. Parecía alarmada, y eso me sorprendió. Yo me daba cuenta siempre; para mí, la muerte saltaba a la vista, por mono que fuera el cadáver.
– ¿No te habías dado cuenta? -pregunté.
– Pues no; no voy de buscamuertos -dijo, tensa. Seguía a Jean-Claude con la mirada, aprensiva. Tenía miedo.
– ¿Qué es eso? -Le pasé la bebida.
– Una puta que trabaja con vampiros.
Buscamuertos, mira tú.
– No te va a tocar.
Volvió hacia mí los ojos marrones y me miró fijamente, como si intentara leerme la mente para ver si le decía la verdad.
Qué acojone, meterse en una habitación con unos desconocidos sin saber qué pueden hacer. Hay que estar desesperado o ser autodestructivo.
– Entonces, ¿vamos a hacerlo tú y yo? -me preguntó sin dejar de mirarme.
Tardé un momento en caer en la cuenta.
– No. -Sacudí la cabeza-. No, te he dicho que sólo quería hablar, y lo decía en serio. -Creo que me había puesto colorada.
Igual fue el rubor lo que la convenció, pero abrió la lata y bebió un trago.
– ¿Quieres que hable de cómo me lo hago con otros mientras tú te lo haces con él? -Señaló con un gesto al vampiro errante.
Jean-Claude estaba delante del único cuadro que tenía en la habitación. Era moderno y pegaba con la decoración: gris, blanco, negro y rosa claro. Era una de esas imágenes abstractas en las que, cuanto más se miran, más formas se descubren.
– Sólo vamos a hablar; eso es todo. Nadie va a hacer nada con nadie, ¿de acuerdo?
– Tú pagas. -Se encogió de hombros-. Tú decides qué hacemos.
Aquella última frase hizo que se me encogiera el estómago. Hablaba en serio: yo pagaba, y ella haría lo que yo quisiera. ¿Cualquier cosa? Me parecía espantoso que se dijera en serio algo así. Bueno, cualquier cosa menos tirarse a un vampiro, que hasta las putas tienen sus límites.
Wanda me miraba sonriente. El cambio había sido espectacular: estaba radiante y hasta le brillaban los ojos. Me recordó la cara risueña y muda de Cicely.
Al grano.
– Tengo entendido que hace tiempo eras la amante de Harold Gaynor. -Hala. Habiendo lubricante, ¿para qué los preliminares?
La sonrisa de Wanda se desvaneció, y la aprensión sustituyó al buen humor.
– No conozco a nadie que se llame así.
– Ya empezamos. -Yo seguía de pie, de modo que para mirarme, ella debería torcer el cuello en un ángulo casi doloroso. Bebió un trago y sacudió la cabeza sin levantar la vista-. Vamos, Wanda, sé que fuiste la chica de Gaynor. No niegues que lo conoces, y seguiremos a partir de ahí.
Me miró brevemente y volvió a bajar la cabeza.
– Si quieres, me lo hago contigo mientras nos mira el vampiro. También puedo deciros guarradas a los dos. Pero el nombre de Gaynor no me suena de nada.
Me incliné y apoyé las manos en los brazos de la silla. La miré desde muy cerca.
– No soy periodista, y Gaynor no se enterará nunca de que has hablado conmigo, a no ser que se lo digas tú.
Sus ojos se habían agrandado. Los seguí y vi que se me había abierto el chubasquero, dejando la pistola a la vista. La estaba poniendo nerviosa. Mierda.
– Habla conmigo, Wanda -dije con suavidad, aunque aquel tono se podía interpretar como una amenaza.
– ¿De dónde habéis salido? No sois policías ni periodistas, y los asistentes sociales no van armados. ¿Quiénes sois? -La última pregunta tenía un tinte de miedo.
Jean-Claude salió de mi dormitorio. El que faltaba.
– ¿Tienes problemas, ma petite?
No protesté por el apelativo; era mejor que Wanda no supiera que había desavenencias en nuestras filas.
– Se ha puesto cabezota -dije.
Me aparté de la silla, me quité el chubasquero y lo dejé en la barra que daba a la cocina. Wanda se quedó mirando la pistola, como me esperaba.
Puede que yo no dé miedo, pero la Browning es otro cantar.
Jean-Claude se colocó detrás de ella y le puso las manos en los hombros. Wanda dio un respingo como si se hubiera quemado, pero yo sabía que no le había hecho daño. Aunque igual habría sido mejor que se lo hiciera.
– Me matará -dijo Wanda.
Últimamente había mucha gente que decía eso de Gaynor.
– No se enterará nunca -le aseguré.
Jean-Claude le acarició el pelo con la mejilla, sin dejar de masajear los hombros con delicadeza.
– Y, mi querida coquette, esta noche no está aquí -le dijo al oído- Estamos nosotros. -Añadió algo más, en voz tan baja que no lo oí; sólo vi que movía los labios.
Wanda sí que lo oyó; abrió los ojos desmesuradamente y se puso a temblar. Parecía que le estaban dando convulsiones. Las lágrimas le asomaron a los ojos y le cayeron por las mejillas trazando una curva elegante.
Vaya mierda.
– No, por favor. No se lo permitas -me rogó aterrorizada, con un hilo de voz.
En aquel momento odié a Jean-Claude, y me odié a mí. Se supone que yo era de los buenos, o eso me gustaba creer, y no estaba dispuesta a renunciar a ello aunque sirviera a mis intereses. Si Wanda no quería hablar, que no hablase, pero no quería atormentarla.
– Aparta, Jean-Claude -dije.
– Noto el sabor de su pánico -contestó levantando la vista hacia mí-. Es como un vino especiado. -Tenía los ojos de un azul tan oscuro que no se le distinguían las pupilas; parecía ciego. Y seguía siendo guapísimo mientras abría la boca y sacaba los colmillos.
Wanda seguía llorando y mirándome fijamente. Si hubiera visto a Jean-Claude, se habría echado a gritar.
– Yo creía que te controlabas mejor, Jean-Claude.
– Me controlo perfectamente… hasta que decido que ya basta.
Se apartó de ella y se puso a recorrer la sala, al otro lado del sofá, como un leopardo que pasea por su jaula: violencia contenida que se podía liberar en cualquier momento. No le veía la cara, y no sabía si lo hacía para acojonar a Wanda o porque le salía así.
Sacudí la cabeza. No era momento de preguntar; quizá más tarde. Quizá.
Me arrodillé delante de Wanda, que apretaba la lata de refresco con tanta fuerza que la estaba doblando. Ni la rocé; sólo me acerqué mucho.
– No voy a permitir que te haga daño, de verdad. Harold Gaynor me está amenazando, y por eso necesito la información. -Me miraba, pero estaba concentrada en el vampiro que tenía detrás. Se le notaba en la tensión de los hombros: mientras Jean-Claude siguiera en la habitación, era imposible que Wanda se relajara. Chica lista-. Jean-Claude, Jean-Claude… -Se volvió hacia mí con toda naturalidad, y una sonrisa le adornó los labios. Era postiza; maldito sea. ¿Será que cuando alguien se convierte en vampiro se le despierta la vena sádica?-. Vete un rato al dormitorio; quiero hablar a solas con Wanda.