Выбрать главу

Tenía la impresión de que no estaba sola. Creía recordar haber visto algo parecido a una persona en el torbellino. Abrí los ojos más despacio y me conformé con mirar el techo manchado. Estaba en una cama de matrimonio con dos almohadas, sábanas y una manta. Volví la cabeza con precaución y me encontré frente a Harold Gaynor, que estaba sentado al lado de la cama. No era lo que más me apetecía ver al despertarme.

Detrás de él, apoyado en una cómoda destartalada, estaba Bruno. Las correas negras de su pistolera de sobaco resaltaban, nítidas, sobre la camisa azul de manga corta. Un tocador, a juego con la cómoda e igual de desvencijado, estaba situado cerca de los pies de la cama, entre dos ventanas entabladas con madera nueva de aroma dulzón. El olor de la resina de pino lo impregnaba todo.

Me puse a sudar en cuanto me di cuenta de que no había aire acondicionado.

– ¿Cómo se encuentra, señorita Blake? -preguntó Gaynor. Seguía hablando con voz alegre y un poco sibilante, como una serpiente feliz.

– He estado mejor.

– No lo dudo. ¿Sabe que se ha pasado usted veinticuatro horas durmiendo?

¿Sería verdad? Claro que ¿por qué iba a mentir sobre el tiempo que llevaba dormida? ¿De qué podía servirle? De nada, así que probablemente era cierto.

– ¿Qué demonios me pusieron?

Bruno se apartó de la pared. Parecía casi avergonzado.

– No nos dimos cuenta de que ya habías tomado sedantes.

– Analgésicos.

– Para el caso. -Se encogió de hombros-. El efecto es el mismo cuando se mezclan con acepromacina.

– ¿Me han inyectado un tranquilizante veterinario?

– Tranquila, señorita Blake -dijo Gaynor-. También se usa en las instituciones psiquiátricas.

– Qué bien. Menudo consuelo.

Gaynor me dedicó una amplia sonrisa.

– Si está en condiciones de dar réplicas ingeniosas, también estará en condiciones de levantarse.

¿Réplicas ingeniosas? Bueno, probablemente tenía razón. Me sorprendía no estar atada; me alegraba, pero no lo entendía.

Me incorporé mucho más lentamente. La habitación sólo se tambaleó un poco antes de volver a su sitio. Respiré profundamente, y me dolió. Me llevé la mano a la garganta; tenía el cuello en carne viva.

– ¿Cómo se ha hecho esas heridas tan feas? -preguntó Gaynor.

No sabía si decirle la verdad, así que opté por una verdad a medias.

– Ayudando a la policía a capturar a un sospechoso. La cosa se nos fue de las manos…

– ¿Y qué ha sido del sospechoso? -preguntó Bruno.

– Está muerto.

Una expresión cruzó su cara, demasiado deprisa para interpretarla. ¿Podría ser de respeto? Naaa.

– Sabe por qué la hemos traído aquí, ¿verdad?

– Porque quiere que le levante un zombi.

– Un zombi muy antiguo, sí.

– Ya he rechazado su oferta dos veces. ¿Qué le lace pensar que a la tercera va la vencida?

– Bueno, señorita Blake -dijo risueño-, estoy seguro de que a Bruno y a Tommy se les ocurrirá la forma de sacarla de su error. Sigo dispuesto a pagarle un millón de dólares por levantar al zombi. La oferta sigue en pie.

– La última vez, Tommy me ofreció un millón y medio.

– Eso era por venir voluntariamente. No le podemos pagar la tarifa completa cuando nos obliga a correr tantos riesgos.

– ¿Como el de ir a la cárcel por secuestro?

– Exactamente. Ya ha perdido quinientos mil dólares por ser tan obstinada. ¿De verdad cree que vale la pena?

– No pienso matar a un ser humano sólo porque a otro le dé por buscar tesoros.

– Ah, sí, mi querida Wanda ha estado largando.

– Es fácil de deducir, Gaynor. He leído un expediente sobre usted en el que se mencionaba su obsesión con la familia de su padre. -Era una mentira descarada. Al parecer, sólo lo sabía su ex.

– Me temo que es demasiado tarde. Sé que Wanda habló con usted. Lo ha confesado todo.

Me quedé mirándolo, intentando interpretar su semblante afable.

– ¿Qué quiere decir con eso de que ha confesado?

– Que Tommy se ha encargado de interrogarla. No es un artista de la talla de Cicely, pero hace menos destrozos. No me gustaría que le pasara nada malo a mi Wanda.

– ¿Dónde está ahora?

– ¿Le importa lo que le pase a una puta? -Me observaba con los ojos brillantes, muy atento. Estaba evaluando mis reacciones.

– La verdad es que me da igual -contesté con la esperanza de que mi expresión fuera tan indiferente como mi voz. No parecían tener intención de matarla, pero si creían que podían usarla para convencerme, quizá le hicieran algo.

– ¿Está segura?

– Yo no soy quien se acostaba con ella. Por mí como si se opera.

Gaynor sonrió.

– ¿Cómo puedo convencerla para que levante el zombi?

– No estoy dispuesta a cometer un asesinato por usted, Gaynor. No me cae tan bien.

Suspiró, y su cara redondeada adoptó el aspecto de una muñeca repollo tristona.

– No me va a poner las cosas fáciles, ¿eh, señorita Blake?

– No sé cómo facilitárselas. -Me apoyé en la cabecera de madera resquebrajada. Estaba bastante cómoda, pero aún me sentía un poco alelada. Nada demasiado grave, dadas las circunstancias, y siempre era mejor que estar inconsciente.

– Aún no nos hemos puesto serios con usted -dijo Gaynor-. La reacción de la acepromacina con la otra medicación fue accidental; no se la provocamos a propósito.

Podía habérselo rebatido, pero me abstuve.

– Bueno, ¿qué hacemos ahora?

– Tenemos sus pistolas -dijo Gaynor-. Desarmada, tan sólo es una mujer indefensa a merced de dos hombres fuertes.

– Estoy acostumbrada a tratar con abusones, Harry -dije con una sonrisa.

– Llámeme Harold o Gaynor, pero nunca Harry. -Parecía afectado.

– Vale. -Me encogí de hombros.

– ¿No la intimida ni un poquito estar en nuestras manos?

– Eso habría que verlo.

– ¿De dónde sacará tanto aplomo? -preguntó mirando a Bruno. El gorila no contestó; se limitó a mirarme con sus ojos vacuos de muñeca. Ojos de guardaespaldas: atentos, desconfiados e inexpresivos, todo a la vez-. Demuéstrale que vamos en serio.

Bruno sonrió, con un lento ensanchamiento de los labios que no añadió expresividad a sus ojos. Relajó los hombros e hizo unos estiramientos contra la pared, sin dejar de mirarme.

– Supongo que me toca hacer de saco de boxeo -dije.

– Ni yo mismo lo habría expresado mejor -contestó Gaynor.

Bruno se apartó de la pared, preparado e impaciente. Vaya. Me levanté por el otro lado de la cama; no me apetecía que Gaynor me sujetase. Los brazos de Bruno tenían aproximadamente el doble de alcance que los míos, y sus piernas eran interminables. Me sacaría más de veinte kilos, todos ellos invertidos en músculo. Iba a salir muy malparada, pero dado que no se habían molestado en atarme, pensaba ponerles las cosas difíciles. Además, me daría por satisfecha si de paso lograba dejarlo maltrecho.

Me aparté de la cama, dejé los brazos colgando, relajados, y adopté la postura ligeramente agazapada que usaba en el tatami. Dudaba que el judo fuera el arte marcial favorito de Bruno; seguro que prefería el kárate o el taekwondo.

Él estaba en una postura rara, a medio camino entre una equis y una te. Daba la impresión de que le habían retorcido las rodillas, pero en cuanto avancé retrocedió rápidamente, como un cangrejo, y se puso fuera de mi alcance.

– ¿Jiujitsu? -Era una pregunta retórica. Bruno arqueó una ceja.

– Poca gente lo reconoce.

– Ya ves.

– ¿Lo practicas?

– No.

– Entonces lo vas a pasar mal -dijo sonriente.

– Lo pasaría mal aunque supiera jiujitsu.