Выбрать главу

Me miró desconcertada, pero sus ojos empezaban a despejarse. Como si el pánico fuera una droga y Wanda se esforzara por librarse de su influencia. O quizá la droga fuera Harold Gaynor. Sí, eso tenía sentido. Era una yonqui de Harold Gaynor, y estaba dispuesta a arriesgar la vida por otra dosis. Pero yo no compartía la adicción.

– Desátame, Wanda, por favor, y conseguiré que salgamos de esta.

– ¿Y si no puedes?

– No estaríamos peor que ahora.

Mientras Wanda daba vueltas a mis palabras, agucé el oído. Si Bruno volvía mientras intentábamos huir, las cosas se pondrían feas.

Wanda se incorporó sobre los brazos y empezó a avanzar arrastrando el peso muerto de sus piernas inmóviles. Pensé que tardaría mucho, pero se movió deprisa: tenía los músculos de los brazos en forma, y en poco tiempo estuvo a mi lado.

– Qué fuerza tienes -dije con una sonrisa.

– Los brazos son lo único que tengo; claro que son fuertes. -Empezó a pelearse con la cuerda de mi muñeca derecha-. Está demasiado apretada.

– Ánimo, sigue. -Siguió forcejeando con los nudos y, al cabo de lo que parecieron horas pero probablemente fueron cinco minutos, noté que la cuerda se aflojaba. Estaba cediendo. ¡Bien!-. Casi lo tienes, Wanda -dije con entusiasmo.

Oímos unos pasos que se acercaban por el pasillo. Wanda dirigió hacia mí la cara magullada, con el terror reflejado en los ojos.

– No tenemos tiempo -susurró.

– Vuelve adonde estabas. Date prisa. Ya terminaremos después.

Wanda se arrastró hasta el sitio donde la había dejado Bruno, y cuando se abrió la puerta estaba más o menos en la misma postura. Fingía seguir inconsciente; no era mala idea.

Tommy apareció en la puerta. Se había quitado la chaqueta, y lucía las correas negras de la pistolera sobre el polo blanco. Unos vaqueros negros le marcaban la estrechísima cintura. Tenía cuerpo de culturista.

Había añadido a su atuendo un complemento: un cuchillo. Lo hizo girar, como una majorette con el bastón, arrancándole un resplandor rítmico. Oh, cuánta destreza manual.

– Así que sabes usar un cuchillo -dije con tranquilidad. Sorprendente.

– Tengo un montón de talentos -contestó con una sonrisa-. Gaynor quiere saber si has cambiado de idea sobre lo de levantar al zombi.

– No pienso hacerlo. -No era una pregunta exactamente, pero contesté de todas formas.

– Esperaba que dijeras eso. -Su sonrisa se agrandó.

– ¿Por qué? -Ni que no conociera la respuesta.

– Porque me ha encargado que te convenza.

– ¿Con un cuchillo? -No pude evitar mirarlo. Brillaba.

– Con otra cosa larga y dura, aunque no tan fría.

– ¿Pretendes violarme? -La última palabra pareció quedarse suspendida en el aire caluroso e inerte.

Asintió con una sonrisa digna del puto gato de Cheshire. No me importaría que desapareciera todo menos su dentadura; lo que me preocupaba estaba en otro extremo de su cuerpo.

Tiré de las cuerdas, impotente. La que me sujetaba la muñeca derecha cedió un poco más. ¿Habría conseguido Wanda soltarla lo suficiente? Virgen santa, más me valía.

Tommy se cernió sobre mí. Lo miré de abajo a arriba, y lo que vi en sus ojos no tenía nada de humano. Hay muchas formas de convertirse en un monstruo, y Tommy había dado con una de ellas. En su mirada no había nada más que avidez animal. Ya no era una persona.

Puso una pierna a cada lado de la silla y me plantó el vientre liso en las narices. La camisa le olía a colonia cara. Eché la cabeza hacia atrás, procurando evitar el contacto.

Con una carcajada, me hundió los dedos en el pelo. Traté de apartarme, pero me sujetó del pelo y me echó la cabeza hacia atrás.

– Esto me va a gustar -dijo.

No me atreví a seguir forcejeando con las cuerdas. Si liberaba la muñeca, lo vería. Tenía que esperar a que estuviera suficientemente distraído para no darse cuenta. Se me hizo un nudo en la garganta al pensar en lo que tendría que hacer, o lo que tendría que permitir que me hiciera, para distraerlo. Pero lo principal era seguir con vida; lo demás era accesorio. No es que me lo creyera del todo, pero lo intentaba.

Se sentó a horcajadas encima de mí, apoyando todo el peso en mis piernas. Tenía el pecho apretado contra mi cara, y yo no podía hacer nada para evitarlo.

– Puedes acabar con esto cuando quieras. -Me pasó la hoja del cuchillo por la mejilla-. Basta con que accedas, e iré a decírselo a Gaynor. -Su voz sonaba cada vez más pastosa. Se le estaba poniendo dura; lo notaba en la tripa.

La idea de que Tommy me utilizara así casi me daba ganas de acceder. Casi. Tiré de las cuerdas, y la de la derecha cedió un poco más. Otro tirón y podría liberarme. Pero sería una mano mía contra las dos de Tommy, que además tenía una pistola y un cuchillo. No tenía muchas probabilidades, pero tampoco confiaba en que se presentase ninguna oportunidad mejor.

Se inclinó a besarme y me metió la lengua en la boca, por la fuerza. No le devolví el beso, porque él no se lo habría tragado. Tampoco le mordí la lengua, porque quería tenerlo muy cerca. Si sólo tenía una mano, cuanto más cerca, mejor, para hacerle todo el daño posible. Aunque ¿qué podía hacerle?

Me acarició el cuello con una mano y me hundió la cara en el pelo. Ahora o nunca. Tiré con todas mis fuerzas y conseguí soltarme la muñeca derecha. Me quedé paralizada, segura de que se había dado cuenta, pero estaba demasiado ocupado chupándome el cuello para fijarse en nada. Con la mano libre, la que no tenía el cuchillo, se dedicaba a amasarme una teta.

Me besaba la parte derecha del cuello con los ojos cerrados. No podía quitarle el cuchillo, pero tenía que arriesgarme. No había más remedio.

Le acaricié la mejilla y se frotó contra mi mano, antes de reaccionar y abrir los ojos al darse cuenta de que me había desatado. Le hundí el pulgar en el ojo y noté como estallaba.

Soltó un grito y se echó hacia atrás, tapándose el ojo. Le agarré firmemente la mano del cuchillo, por la muñeca. Si seguía gritando iba a conseguir que llegaran refuerzos. Mierda.

Unos brazos fuertes rodearon la cintura de Tommy y tiraron de él hacia atrás. Soltó el cuchillo, y lo atrapé al vuelo. Tommy se debatía para liberarse de Wanda, pero al parecer, el dolor era tan intenso que le hizo olvidar la pistola. Que a alguien le salten un ojo debe de ser más doloroso y terrorífico que una patada en los huevos.

Mientras cortaba la cuerda que me sujetaba la otra mano, me hice una herida en el brazo. Si me descuidaba, acabaría abriéndome las venas. Tuve más cuidado al cortar las cuerdas de los tobillos.

Tommy había conseguido zafarse de Wanda, y se puso en pie sin dejar de taparse el ojo. La sangre y un líquido transparente le chorreaban por la cara.

– ¡Te mataré! -dijo mientras se llevaba la mano a la pistola.

Cogí el cuchillo por el filo y se lo lancé. Se le clavó en un brazo, aunque yo había apuntado al pecho. Volvió a gritar. Levanté la silla y se la estampé contra la cara. Wanda lo sujetó por los tobillos y lo derribó.

Seguí golpeándolo con la silla hasta que se hizo añicos, y seguí dándole con una pata cuando su cara se había convertido en una pulpa sanguinolenta.

– Está muerto -dijo Wanda, que me tiraba de la pernera de los pantalones-. Está muerto. Vámonos de aquí.

Solté el trozo de silla ensangrentado y caí de rodillas. No podía tragar. No podía respirar. Estaba pringada de sangre. Era la primera vez que mataba a alguien a golpes, y la verdad era que me había sentido bien. Sacudí la cabeza. Ya me preocuparía por ello más tarde.

Wanda me pasó un brazo por los hombros, y yo la sujeté por la cintura. Cuando nos enderezamos me di cuenta de que pesaba mucho menos de lo que debería. No quería ver qué había debajo de aquella falda tan bonita. Estaba claro que no eran unas piernas acordes con el resto de su cuerpo, pero en aquel momento resultó un alivio: era más fácil cargar con ella.