Claro. ¡Se había escapado durante la noche! Le había tomado por un idiota. Velie lo había dicho. Idiota. ¡Qué idiota era!
– ¡Pst!
Sintió un tirón en la vuelta de sus pantalones y miró hacia abajo.
– ¡Pst!
Una mano pequeña con uñas escarlata salía de debajo de la cama.
– ¿Todo en orden? -susurró Nikki.
Ellery cerró la puerta que daba al estudio.
– Sí.
Nikki salió, arrastrándose, de debajo de la cama. Su pequeño sombrero estaba encajado en la parte de atrás de su desgreñada cabeza. Vestía el pijama de seda blanco de él. Le colgaba como una tienda de campaña caída.
Ellery empezó a reírse.
– ¿Qué es lo que es tan gracioso? -preguntó ella, sacando su maleta a rastras de debajo de la cama.
– Mírate en el espejo.
– Mírate tú. ¿Es que nunca te afeitas? Parece como si te hubieses peleado.
– Más vale que te vistas -dijo él-. Te avisaré cuando papá se haya ido de casa.
En el vestíbulo, Ellery se sorprendió al oír la voz del doctor Prouty, proveniente de la sala de estar.
– ¡Ja! -decía a grandes voces-. ¡Ja! No me habría perdido ver la cara que has puesto, inspector, ni por un millón de dólares. ¡Ja! ¡Vine todo el camino desde allá sólo por ver esa fea cara tuya!
Cuando Ellery entró en la habitación vio no sólo al médico forense auxiliar, sino también al sargento Velie.
Con expresión dolorida, el sargento miraba al inspector Queen, que estaba de pie, vestido con su camiseta y los pantalones; los tirantes, colgando, olvidados detrás. Prouty parecía todo menos dolorido. Aparentemente estaba divirtiéndose por primera vez en su vida.
Con la cabeza echada hacia atrás, rugía hacia el techo:
– ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
– Deja de rebuznar como un asno -dijo el inspector, tenso- y cuéntame lo de la autopsia.
– Inspector -dijo Prouty, apenas capaz de controlarse-; no le importa que le llame inspector, ¿verdad, inspector? Bien, inspector, me he dado la caminata para informarle personalmente. Así que había un mulo envenenado, ¿no? Bueno, supongo que el mulo no serías tú, por casualidad. ¡Ja! ¡Ja!
El inspector se volvió al sargento.
– ¿Estás borracho, Velie?
Velie parecía que iba a llorar.
– No, señor. La verdad es que lo que ha pasado es bastante malo, señor.
– Escucha, inspector Queen -continuó Prouty-. Yo me levanto a las seis, ¿ves? Murmurando y maldiciendo, me hago llevar al depósito. Les digo a los chicos que me entren al tieso, ¿no? Y entra, cubierto por una sábana. Ha estado toda la noche en el refrigerador, ¿no? Y quito la sábana, ¿no? ¿Y qué veo, inspector? ¿Qué veo? -Prouty se paró dramáticamente.
– Sigue. Sigue, asno. ¿Qué viste?
– ¡Una estatua! ¡Una copia en yeso de la estatua de París! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! -sujetándose los costados se dobló, muerto de risa-. ¿Qué te crees que soy, un escultor? ¡Ja! ¡Ja! El inspector Queen, de la calle Centre, envía una estatua al depósito. La policía pierde el cuerpo de un hombre asesinado. Tendrías que oír a los chicos allá abajo. Tenías que escribir un libro. Cómo transformar los «tiesos» en piedra, por el inspector Queen. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
– Oye, ¿qué es esto? -preguntó imperativamente el inspector-. ¿De qué estás hablando?
– Te engañaron, Dick, querido. Velie dice que es la estatua de yeso de Braun. Dice que estaba en un nicho en su estudio.
El inspector Queen se volvió al sargento.
– ¿Bien, Velie? -preguntó en voz baja.
El sargento tuvo dificultades para hablar. Estaba pálido.
– Eso es lo que pasó, señor. No podía creer a mis ojos. Pero es lo que era. Llamé a la casa de Braun inmediatamente. Flint todavía estaba de guardia en el estudio. La estatua no está allí, porque está en el depósito. Sólo Dios sabe dónde está el cuerpo.
– Pero… Pero… -durante un minuto entero hubo silencio absoluto en la habitación-. ¿Tienes el coche fuera? -preguntó el inspector.
– Sí, señor.
– Estaré listo en un minuto -sin mirar a Prouty, el inspector Queen se precipitó a su habitación.
– Pensé que querrías que te lo contase personalmente -le gritó Prouty a sus espaldas-. Hasta luego, Dick.
Otra vez en el estudio, Ellery Queen se anudó la corbata sin ayuda del espejo. Se abotonó mal el chaleco y se estaba poniendo la chaqueta cuando se abrió la puerta del dormitorio y Nikki asomó la cabeza.
– ¿OK? -susurró.
– Papá se va ahora mismo -dijo él apresuradamente-. Yo también.
– Pero ¿qué hago yo?
– Limpiar el apartamento. Encarga lo que quieras en A. & P. Cárgalo en la cuenta. No salgas. Eres la nueva cocinera. Prepara la comida. A las siete en punto.
– Pero, Ellery, ¿qué ha pasado? ¿Han encontrado al asesino?
Ellery Queen agarró su sombrero.
– ¡Qué va! ¡Han perdido el cadáver!
Pájaro de mal agüero
Tras aparcar su coche en la carretera detrás de la Casa de Salud, Ellery Queen fue inmediatamente a la «tumba» que Amos había estado excavando cerca del borde del bosque. El agujero tenía ahora más de cuatro pies de hondo y la pila de tierra en el lado más alejado llegaba a la altura del hombro. Eran sólo las ocho y media, y el viejo Amos todavía no había comenzado su labor. En el montón de tierra suelta estaba la pala con aire de expectación, como si esperase el retorno de Amos y la continuación de su desagradable trabajo.
Del bosque venía el alegre gorjeo de miles de pájaros, excitados y contentos en el temprano sol de la mañana. Entre ellos, Ellery oyó el bronco kra-caw, kra-caw del cuervo.
El asesino de John Braun, meditaba Ellery Queen, tenía que ser uno de los habitantes de la casa. Sólo los miembros de la casa habían estado presentes cuando el cuerpo había sido robado. Sólo había habido un breve intervalo de tiempo durante el cual pudo ser robado. Su padre había mandado al sargento Velie a preguntar a la señora Braun si había visto el cortapapeles sobre el escritorio del dormitorio. Luego Ellery y el inspector habían bajado para interrogar a Amos, que estaba cavando la tumba. No habían pasado más de diez o doce minutos desde que habían dejado la habitación y el momento en que los dos hombres del depósito habían subido para bajar la camilla. Fue durante ese intervalo, entonces, cuando alguien había sustituido el cuerpo de Braun por su estatua, y lo había cubierto con una sábana. Obviamente, sólo podía haber una razón para robar el cuerpo: impedir que se hiciese una autopsia. Pero ¿qué había hecho el asesino con él? Un policía había estado de guardia en el vestíbulo de recepción toda la noche. El detective Flint, según Velie, había estado de guardia en el estudio de Braun. Nadie había salido de la propiedad. Por lo tanto, el cuerpo de Braun tenía que estar todavía en el terreno. Ellery Queen agarró la pala de Amos y atacó el montón de tierra suelta… El cuerpo no estaba allí.
– Kra-caw, kra-caw -los sonidos de los graznidos de José venían por encima de su cabeza.
Ellery miró hacia arriba. Allá arriba en el cielo el cuervo planeaba en grandes círculos. Caló, plegando las alas y se disparó hacia abajo en una espiral. Exactamente encima de Ellery caló otra vez, agitó sus enormes alas negras y se posó sobre la rama del plátano.
A Ellery su repentino descenso desde el cielo le pareció la maldición de un espíritu maléfico. Era un ave enorme, mucho más grande que un grajo, medía por lo menos veintisiete pulgadas de largo y su color era negro lustroso con reflejos púrpura y verdes. Las plumas, a modo de orlas, de la garganta y el pecho eran largas y sueltas (una curiosa barba de plumas).