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– ¿Por qué no ha tenido el tiempo necesario? Yo diría que unas nueve horas son más que suficientes.

– Porque, papá, X es una de las personas que viven en la Casa de Salud. Tenía que volver antes de que empezase a interrogarles a todos otra vez.

– ¿Era guapa esa chica Porter? -preguntó el inspector Queen de pronto, fijando sobre Ellery sus agudos y pequeños ojos.

– ¡Oh, así, así! ¿Por qué?

– ¡Porque pareces terriblemente ansioso de librarla de toda sospecha!

Saliendo por la puerta de vaivén con un plato en cada mano, Nikki se quedó inmóvil al oír mencionar su nombre. La puerta osciló hacia la antecocina y volvió otra vez, golpeándola por atrás.

– ¡Oh! -dijo Nikki.

El inspector se dio la vuelta.

– ¿Qué pasa? ¿Qué ha…? ¿Cuál es su nombre, otra vez, maldita sea?

– Ni… Nellie, inspector Queen.

El inspector se volvió a Ellery.

– Bien, tú has pasado por alto el hecho de que ella pudo haber tenido un cómplice. Supón, por ejemplo, que Barbara Braun fuera su cómplice. ¿Te abre eso una nueva perspectiva, hijo, o no?

Nikki, detrás de la silla del inspector, estaba vacilando. ¿Por qué lado tenía que servir? Estaba dividida entre la derecha y la izquierda. Finalmente, se acercó por la derecha de la silla y colocó el plato delante del inspector. A Ellery le sirvió por la izquierda, con la teoría de que así lo hacía bien la mitad de las veces por lo menos.

– Su nombre es Nikki Porter, eso es seguro -decía el inspector Queen-. Parece un alias de amiga de gánster, pero no lo es. Viene de la parte norte del estado, de Rochester. Tendremos un retrato suyo mañana por la mañana. Los periódicos lo publicarán. Eso nos servirá.

Nikki se quedó parpadeando con sus grandes ojos delante del inspector.

– ¿Bien? -el inspector Queen alzó la vista para mirarla.

– Yo sólo, sólo quería saber si usted deseaba…

– Está bien, Nellie, está bien -dijo el inspector con impaciencia y miró su plato-. ¿Qué es esto?

– Un filete, señor -dijo Nikki en voz baja.

– ¿Un filete? ¡Puf!

Nikki atravesó corriendo la puerta de vaivén.

El inspector cogió el tenedor y pinchó la carne. Aspiró con desconfianza y la volvió. Sus ojos se salían de las órbitas. Arrugó la servilleta en una pelota, la arrojó a un lado del plato, empujó la silla hacia atrás y se levantó.

En la puerta se detuvo y susurró ásperamente a Ellery, que estaba comiéndose el filete con valentía:

– Me voy de aquí a comer algo. ¡Encárgate de que salga de aquí antes de que vuelva!

Un instante después la puerta principal dio un portazo.

– Oh, Nikki -llamó Ellery.

La cabeza de Nikki apareció por la puerta de la cocina.

– Creo que has perdido el empleo -gimió él.

Así duermen los valientes

A las diez y media, cuando el inspector Queen volvió al apartamento, Nikki estaba escondida en el armario del dormitorio de Ellery Queen.

– ¿Se ha ido esa chica a su casa? -preguntó el inspector.

– Con viento fresco.

– Muy bien. Comeremos fuera hasta que Annie vuelva. Me voy a dormir.

– Buenas noches, papá.

A la una y media la luz estaba todavía encendida en el estudio de Ellery Queen. Estaba descansando sobre el diván con los pies apoyados encima de la estantería más cercana Durante horas había estado dando vueltas en su mente a todo lo que sabía sobre el asesinato de John Braun. Todas las teorías que se le ocurrían se tambaleaban y caían con estruendo a causa de algo con lo que tropezaban: no había modo de que el asesino hubiese salido de las habitaciones de Braun sin pasar al lado de Nikki, que le habría visto inevitablemente. De modo que sólo había una conclusión que pudiera ser admitida. Nikki Porter estaba protegiendo al asesino. Pero ¿a quién, exceptuando a Barbara, podía tener ella interés en encubrir? Y Barbara, sin lugar a dudas, no era culpable. Barbara estaba en la oficina del inspector, en la comisaría, con el doctor Jim Rogers en el momento en que su padre fue asesinado. Luego esa teoría era fantástica.

Ellery Queen se sobresaltó. La puerta del dormitorio se estaba abriendo lentamente. Pero era sólo Nikki, que entraba con cuidado. Metida una vez más en el pijama de él, se ataba su bata de franela azul. Sus manos se perdían en algún lugar de las mangas.

– Oh, Ellery -dijo Nikki-. Vi la luz por debajo de la puerta. No puedo dormir. Estoy terriblemente preocupada. Tendrán mi retrato por la mañana. Tu padre lo verá. ¿Qué va a decir? ¿Qué va a hacer?

– No quiero ni pensarlo -dijo Ellery.

Nikki dejó caer los brazos a lo largo del cuerpo.

– Por favor -dijo patéticamente-, dime qué pasó exactamente después de que fuera robado el cuerpo la segunda vez.

– Durante unos quince o veinte minutos todos se portaron como idiotas. Papá y Velie se abalanzaron hacia su coche, papá chillándole a Prouty que entrase en la casa y telefonease a la comisaría. Yo intentaba llegar a mi coche. Estaban los dos al otro lado por detrás. La llave del de papá había desaparecido. Mi coche no se ponía en marcha, tampoco la camioneta. Papá le chilló a Velie que echase a correr hacia la avenida Gun Hill y parase al primer coche. Velie echó a correr como un alce macho. Habíamos visto a la camioneta del depósito tirar hacia el norte; pensamos que sería fácil seguirle la pista, siendo tan vistosa. Entonces salió Prouty rugiendo de la casa. Habían cortado los cables. Papá salió disparado; no sabía que el querido viejo pudiese correr tan deprisa a buscar un teléfono. Él y Velie volvieron aproximadamente al mismo tiempo. Velie se había hecho con un coche, sí, pero para entonces ya no había rastro del coche del depósito.

– ¿Qué hicieron los hombres del depósito?

– Se quedaron mirando como idiotas, simplemente. ¿Qué podían hacer?

– ¿Qué hiciste tú?

– Arreglé mi coche. Pero ya era demasiado tarde.

– ¿Y luego?

– Luego, esto fue unos veinte minutos después de que empezase el follón, papá comenzó una ronda para asegurarse de que estaban todos los inquilinos. La señora Braun estaba descansando. Cornelia Mullins estaba al lado de la piscina echándose una siestecita en una hamaca. Se había peleado con Rocky Taylor, a quien papá encontró trabajando en su coche en el garaje. Jim Rogers estaba hablando con Amos fuera, donde éste estaba cavando. Dice que está interesado en la psicosis del viejo. Zachary, como de costumbre, asegura que estaba haciendo sus cuentas; pero no hay nadie que le apoye en su aseveración y, naturalmente, está bajo sospecha por haber intentado destruir un par de libros y el diario; los principales libros de cuentas.

– ¿Cómo? ¿De verdad lo hizo? -dijo Nikki con esperanza-. ¿Cómo lo descubristeis?

– Le vi cómo los quemaba en la caldera esta mañana temprano. Conseguí sacarlo con el hurgón antes de que fuese demasiado tarde. Había encendido un buen fuego antes de arrojarlos a las llamas y después se fue, para dejar que la naturaleza siguiera su curso.

– Pero ¿por qué los quemó?

– Seguramente porque había estado falsificando las cuentas. Papá envió los chamuscados libros a la comisaría. Los contables comenzaron a trabajar con ellos. Zachary no sabe que la policía tiene sus libros, por supuesto.

– ¡Oh!, Ellery, si cogiesen al asesino antes de que…

– No lo encontrarán metiendo la nariz en libros de cuentas. Podrán encontrar un motivo de esa forma. Pero ¿qué se consigue con eso? No puedes condenar a un hombre si todo lo que puedes probar es un motivo. La solución al asesinato está en el dormitorio de John Braun -Ellery bostezó y se estiró-. Mi cerebro se está entumeciendo.