Выбрать главу

– ¿Fazio? Perdona que te moleste en casa, pero necesito que vengas ahora a mi casa en Marinella.

Cuando llegó Fazio, inquisitivo y preocupado, encontró a Montalbano afeitado, con la camisa cambiada, pulcro y aseado. El comisario le indicó que se sentara y le preguntó:

– ¿Te tomas un whisky?

– La verdad es que no estoy acostumbrado.

– Mejor te lo bebes, hazme caso.

Obediente, Fazio se sirvió dos dedos.

– Ahora te cuento una historia -empezó Montalbano-, pero te conviene tener la botella de whisky al alcance de la mano.

Cuando terminó de contarla, Fazio ya se había bebido un cuarto de botella enterito. Durante la media hora que Montalbano estuvo hablando, pronunció una sola palabra:

– ¡Coño!

Pero el tono de su piel cambió varias veces: primero rojo, luego amarillo, después morado y finalmente una mezcla de los tres colores.

– O sea que tú -terminó el comisario-, mañana por la mañana, en cuanto llegue Mimì a su despacho, le dices que durante la noche se te ha ocurrido una idea y le das una copia del artículo.

– Según usted, ¿qué hará el dottor Augello?

– Considerará el artículo una prueba e irá corriendo a Montelusa a ver a Tommaseo, y después al jefe superior y también a Musante. Perderá la mañana entre uno y otro despacho. Tú lánzale un torpedo para dificultarle las cosas.

– ¿Y después?

– Mañana por la tarde, en cuanto Dolores se traicione, Macannuco me llamará a comisaría. Yo llamo a Mimì y le hablo de la detención de la mujer. Tú también debes estar presente, pues no consigo imaginar su reacción.

***

Mimì Augello regresó a las seis de la tarde del día siguiente, muerto de cansancio y loco de rabia por el tiempo perdido en Montelusa. Pero también parecía preocupado por otro motivo.

– ¿Ha telefoneado la señora Alfano?

– ¿A mí? ¿Y por qué tendría que haberlo hecho?

– ¿No ha llamado por casualidad a Fazio?

– No, no lo ha llamado.

Estaba inquieto; por lo visto, Dolores se había ido sin decir nada. Y su móvil estaba apagado. Evidentemente tenía la urgencia de ir a Catania para hablar con Arturo Pecorini.

– ¿Y en Montelusa qué tal te ha ido?

– ¡No me hables, Salvo! Menudo hatajo de imbéciles. Tienen reparos, se lo toman con tiempo, buscan excusas. ¡Más prueba que la del artículo de ese periódico! Pero ¡mañana vuelvo a hablar con Tommaseo!

Se fue enfurecido a encerrarse en su despacho. A las siete de la tarde llamó Macannuco.

– ¡Bingo! ¡Montalbà, eres un genio! Cuando la Trippodo le ha dejado entrever una jeringa manchada de sangre, tal como me habías sugerido, Dolores se ha jodido con sus propias manos. ¿Y quieres saber la novedad? Se ha derrumbado enseguida, consciente de que había perdido la partida, y ha confesado echándole la culpa a su amante carnicero. El cual, entre paréntesis, ha sido detenido hace un cuarto de hora en Catania, en su carnicería. Hasta luego, te mantendré informado.

– ¿De qué? Ya no te molestes, Macannuco. Lo demás lo sabré por los periódicos.

Tomó aire respirando hondo tres, cuatro, cinco veces.

– ¡Fazio!

– A sus órdenes, dottore.

Se entendieron a la primera mirada, no hubo necesidad de decir ni una palabra.

– Ve a llamar a Mimì y ven tú también.

Fazio y Augello encontraron a Montalbano balanceándose adelante y atrás y tocándose el cabello. El comisario estaba interpretando el papel de un hombre sorprendido, pasmado e incrédulo.

– ¡Virgen santa! ¡Virgen santa!

– ¿Qué pasa, Salvo? -preguntó Mimì asustado.

– ¡Ahora mismo acaba de telefonear Macannuco! ¡Virgen santa! ¡¿Quién se esperaba una noticia como ésta?!

– Pero ¿qué ha pasado? -insistió Mimì casi a gritos.

– ¡Han detenido a Dolores Alfano en Gioia Tauro!

– ¡¿A Dolores?! ¿En Gioia Tauro?!

– Sí.

– ¿Y por qué?

– ¡Por el homicidio de su marido!

– Pero ¡no es posible!

– Pues sí, ha confesado.

Mimì cerró los ojos y se desplomó sin que Fazio tuviera tiempo de sujetarlo al vuelo. Y en aquel momento Montalbano comprendió que Augello había sospechado siempre -pero jamás había querido reconocerlo ni siquiera ante sí mismo- que Dolores estaba metida hasta el cuello en la muerte de su marido.

***

El segundo día de su estancia en Boccadasse, acababa de entrar en casa cuando sonó el teléfono. Era Fazio.

– Dottore, ¿cómo está?

– Ni bien ni mal, voy tirando. -Le estaba saliendo muy bien el ensayo del jubilado, pues aquélla era en efecto una respuesta típica.

– Quería decirle que el dottor Augello se ha ido esta mañana con su mujer y su hijo. Se han marchado a pasar quince días al pueblo de los padres de la señora Beba. Quería decirle también que me alegro de lo bien que ha sabido usted poner cada cosa en su sitio. ¿Cuándo vuelve, dottore?

– Mañana por la noche.

Fue a sentarse junto al ventanal. Livia se alegraría de tener noticias de Beba y Mimì. Balduccio Sinagra había mandado llamarlo a través del abogado Guttadauro para decirle lo mucho que se alegraba de la detención de Dolores. Fazio también estaba contento. Y contento también estaba Macannuco; lo había visto en la televisión mientras los periodistas lo felicitaban por su brillante investigación. Y seguro que también se alegraba Mimì, a pesar de que no podía confesarle a nadie que se las había visto moradas. En resumidas cuentas, el comisario había conseguido sacar a todos del critaru, tierra traidora. Y él, Montalbano, ¿cómo estaba?

«Sólo estoy cansado», fue la desolada respuesta.

Tiempo atrás había leído el título, sólo el título, de un ensayo llamado Dios está cansado. Una vez Livia le había preguntado en plan polémico: «Pero ¿tú crees en Dios?» El pensó entonces que en un dios de cuarto orden, un dios menor. Después, con el paso de los años, había llegado al convencimiento de que no existía ni siquiera un dios de última fila, sino tan sólo el pobre titiritero de un pobre teatro de marionetas siciliano, ese que trata de Carlomagno y los paladines de Francia. Un titiritero que se esforzaba en llevar a buen puerto las representaciones como mejor sabía y podía. Y en cada representación que conseguía sacar adelante, el esfuerzo era cada vez más arduo y agotador. ¿Hasta cuándo podría resistir?

Mejor no pensarlo por ahora, mejor quedarse a contemplar el mar que, tanto en la siciliana Vigàta como en la ligur Boccadasse, era siempre el mar.

Nota

Como es obvio, los nombres de los personajes, las empresas, las calles, los hoteles, etc., se han inventado de la nada y no guardan la menor relación con la realidad.

A. C.

Andrea Camilleri

***