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– Debe de estar enormemente preocupada -dijo Isolda, dejándome sin pista alguna.

– John me dijo que han encontrado al ex marido de Alva muerto en su casa.

Isolda asintió, mirando mis manos.

– ¿Quién le ha matado? -le pregunté, intentando sacudirla un poco.

– Pues en realidad no lo sé, señor Rawlins.

– John dice que usted piensa que ha sido Brawly.

El sol en su rostro hizo que su expresión apenada pareciese insoportable.

– Brawly y Aldridge llevaban peleados muchos años, desde… desde que Brawly se fue de casa. Yo intentaba que volvieran a hablarse, pero… pero entre ellos nunca había paz.

– ¿Por qué se pelearon en un principio?

– Nunca lo supe -dijo ella, aunque no la creí-. Fue hace años. Cuando fui a recogerle después de aquella pelea, tenía la mandíbula hinchada, y me pidió que le dejara quedarse en mi casa. Cuando le pregunté por su padre, me enseñó un diente ensangrentado que le había arrancado Aldridge a golpes.

– ¿Por qué no se fue con su madre? -le pregunté.

– ¿No se lo contó John?

– Estábamos delante de Alva. Ella estaba muy afectada.

– Es que… todo esto le afecta mucho. Fue más o menos la época en que mataron a su hermano Leonard. Se lo tomó tan a pecho que tuvo una crisis nerviosa y tuvieron que llevarla a Camarillo.

Isolda volvió sus labios hacia mí y tuve que concentrarme para oír lo que me estaba contando. Sus ojos se clavaron profundamente en los míos, y pensé que aunque no fuese una mala persona en lo más hondo de su corazón, muchos hombres habrían tropezado ya con piedras puntiagudas distraídos por sus encantos.

Quizá por eso le disgustaba tanto a Alva.

– ¿Y por eso Brawly tuvo que venir con usted? -le pregunté-. ¿Porque su madre estaba hospitalizada?

Isolda asintió.

– Ella estaba ida del todo. Cuando Brawly fue a verla, antes de su pelea con Aldridge, le dijo que no podía quererle, y que no volviese a ir a verla nunca más.

– ¿Por qué llamó a Alva, señorita Moore?

– Llámeme Issy -dijo ella-. Así es como me suelen llamar.

– ¿Por qué no está en su casa, Issy?

– Llevo unos cuantos días sin pasar por allí. Me fui a Riverside y cuando volví, Brawly había… quiero decir que Aldridge estaba muerto. No volví a casa porque tenía miedo de Brawly. -Apartó la mirada. Quizá aquello significaba que se lo tomaba todo muy a pecho, o quizá sólo estuviera ensayando las poses, practicando para algún interrogatorio más serio.

– ¿Por qué cree usted que fue Brawly? -le pregunté-. ¿Y por qué no avisó a la policía?

– Aldridge había llegado a la ciudad hacía unas semanas. Vino a verme.

– ¿Era su novio?

Isolda desvió los ojos hacia la ventana. De nuevo brillaron al darles la luz. Dudo que fijase la vista en nada. Su mirada era, definitivamente, de las que miran hacia dentro.

– Estábamos muy unidos. Pero bueno, Aldridge seguía yendo a su aire. Si venía a la ciudad y yo estaba con un hombre, me dejaba en paz. Pero si estaba libre, se venía conmigo un tiempo.

– ¿Y Alva sabía lo de ustedes dos? -le pregunté, buscando algún tipo de conexión.

– Hace diez años que no hablo con Alva.

– ¿Sabía Brawly que su padre estaba liado con usted?

Yo había pensado que aquellas palabras groseras le afectarían, pero a Isolda no le preocupaba lo más mínimo ni yo ni lo que pudiera pensar.

– Vino una vez cuando Aldridge estaba conmigo, hace unas dos semanas. Se miraron el uno al otro como animales salvajes en la entrada, pero hice que se sentaran a la mesa como personas normales. Hice té y serví un poco de pan con mantequilla. Les dije que eran padre e hijo, y que tenían que empezar a comportarse como tales.

Isolda desvió de nuevo su mirada hacia mí. No hice ni caso. Me preguntaba cómo se sentirían aquellos dos hombres.

– Al principio todo fue bien -dijo ella, como si yo hubiera expresado mi pregunta-. Hablaron de lo que habían estado haciendo. "Brawly incluso se rió una vez.

La voz de Isolda tenía el tono nostálgico del amor. Me pregunté si era amor por Brawly o por su padre.

– Pero entonces Aldridge tuvo que sacar aquella maldita petaca -dijo Isolda-. Dijo que quería hacer un brindis por haberse visto después de tanto tiempo.

– ¿Era un mal bebedor? -le pregunté.

– Los dos lo eran -exclamó ella, con desdén-. Los dos. Por eso les di té. Bebieron para celebrar su encuentro. Bebieron por mí. Bebieron por una larga vida y por no sé qué más. Luego Aldridge cometió el error de brindar por la madre de Brawly. Brawly le dijo a su padre que no quería volver a oír aquel nombre nunca más.

Dijo aquellas últimas palabras en el tono que debía haber usado Brawly. Me estremecí. Había visto a hombres borrachos matar a alguien sólo por ese tono de voz.

– El único motivo por el cual no se mataron el uno o el otro en aquel momento fue porque interpuse mi cuerpo entre ellos. -E Isolda levantó la mano, como si jurase.

Se bajó la manga izquierda del vestido de lunares y me mostró una magulladura muy fea que tenía justo por encima de la curva del pecho. Era una de esas marcas profundas que duran meses.

– Recibí esto antes de que se detuvieran -dijo-. Eché a Brawly de casa y le dije que no volviera hasta que aprendiera a comportarse civilizadamente.

– ¿Y dónde estaba usted cuando mataron a Aldridge? -le pregunté.

– En Riverside, como ya le he dicho -afirmó-. Oí decir que habían matado a un hombre en mi edificio por la radio, llamé a un vecino y averigüé lo que había pasado. En cuanto lo supe volví… por si Brawly me necesitaba.

– ¿Y por qué no ha ido a la policía? Si no hizo nada, no tiene motivo alguno para sentir miedo.

– ¿Nunca le ha interrogado la policía? -me preguntó Isolda.

Por primera vez nuestros ojos se encontraron de verdad. No era una mirada entre hombre y mujer, sino de comprensión total.

A mí me habían «interrogado» cientos de veces, más aún. Y cada vez mi vida y mi libertad habían estado en la cuerda floja. No importaba que fuese inocente, o que no tuvieran prueba alguna de mi culpabilidad. El texto de la Proclamación de Emancipación no estaba clavado en el tablón de anuncios de la cárcel. Ni tampoco la Declaración de Derechos.

El tirante del vestido de Isolda todavía colgaba desde su hombro. Me hormigueaban los dedos ante la proximidad de su piel.

– ¿Cree que Brawly podía dominar a un hombre de la corpulencia de Aldridge? -pregunté.

– ¿Cómo sabe usted cómo era Aldridge?

– Alva me lo dijo -expliqué, esperando que ya fuese un tipo gordo cuando ella le conoció.

– Brawly parece un niño -dijo-. Mentalmente, quizá sea un niño. Pero es muy fuerte, asusta de lo fuerte que es. Una vez, en un picnic del instituto, cuando Brawly vivía conmigo, unos niños apostaron a que no podía levantar una piedra grande del suelo. Era una piedra muy grande. Brawly la levantó como si fuera de papel en lugar de granito. Y estaba con dos jugadores de fútbol muy corpulentos. Vi el miedo en los ojos de esos chicos.

– ¿Fue Brawly quien le dio ese golpe?

– No me acuerdo. Era una confusión total. Golpes y empujones por todos lados. Pero aunque lo hubiese hecho, sólo fue porque me metí en su camino.

– ¿Dónde está ahora?

– No lo sé.

– ¿Conoce a sus amigos?

– ¿Por qué me hace todas estas preguntas? ¿Es usted una especie de policía o algo así?

– Sólo un amigo de John y Alva, como ya le he dicho. Me pidieron que buscara a Brawly, y eso es lo que estoy haciendo.

– Bueno, pues no le he visto desde que salió de mi casa, hace dos semanas.

– ¿Dijo adónde iba?

– Dijo que iba a matar a Aldridge en cuanto se despistara.

– No me ha dicho si tiene amigos.

– Está esa chica blanca. Bobbi Anne Terrell, creo que se llama. Fueron juntos al instituto.