Выбрать главу

– No mucha. Tuve otra conversación con Dolan. Le hablé para decirle que estaría aquí toda la noche y me contestó que fuera. Le presenté el ángulo de cui bono, y me informó sobre su testamento.

El tío Am estaba colgando su chaqueta.

– Bien, cuéntamelo mientras me desvisto.

Le dije lo del testamento de Dolan y entonces le pregunté cuánto se figuraba que pudiera valer Dolan.

Encogióse de hombros.

– Una adivinanza es todo lo que sería, Ed. Pero no serán cacahuates. Puede ser que un cuarto de millón o medio, quizá. No se establecen fondos con una fortuna inferior a eso.

Sonó el teléfono y yo lo contesté porque era quien estaba más cerca. Era Dolan.

– Acabo de llegar a casa – me dijo -, y cuando pasé en el coche enfrente de la de ustedes divisé que había luz todavía en su cuarto. ¿Llegó ya Am?

– También él acaba de llegar. ¡Nada, nada! – le anuncié -. Se fue a su casa y allí se quedó. ¿Quiere hablar con él?

– No, si eso es todo lo que me va a decir. Que siga con el asunto, pídale de mi parte. Esas llaves perdidas es todo lo que tenemos para basar nuestro trabajo. Necesito averiguar qué es lo que hace la muchacha; si se registra con una agencia de empleos y consigue otro puesto o si descansa unos cuantos días y se va de la ciudad. Puede continuar con la tarea semanas enteras si es necesario. Si le parece mucho tiempo, puede disfrutar de un día libre y utilizar a un operador de Starlock para que lo sustituya.

– Perfecto – repuse -. Y… se lo debí haber preguntado cuando estuvimos hablando, ¿qué respecto a mí, mañana? ¿quisiera que estuviera de guardia aunque ninguno de nosotros piense en algo que se me pudiera encomendar?

– Sí, mañana y el sábado. Y tal vez más tiempo. Todavía no lo sé, Ed, me doy cuenta de que se oye tonto pagarle cien dólares diarios por no hacer nada, quizá; pero hasta que no sepa qué es esa amenaza y me pueda cuidar de ella, el dinero no es ningún obstáculo.

– Correcto – asentí -. Y ese precio incluye que además esté disponible en las noches. Pero ¿estaría bien que pasara los días en la oficina y las noches en mi cuarto?

– Seguro, con tal de que lo pueda conseguir en un sitio o en otro. Excepto, por supuesto a la hora de las comidas. Buenas noches.

Informé al tío Am todo lo que Dolan había dicho y meneó la cabeza con tristeza.

– ¡Maldita sea, muchacho, confío en que podamos averiguar algo para él! Siento como si le estuviéramos robando el dinero hasta estos momentos.

– Hemos hechos todo lo que nos ha pedido que hagamos, y lo mejor que pudimos hacerlo. ¿A qué horas calculas que comenzarás tu vigilancia el día de mañana?

– Creo que será suficiente a las nueve. Dudo que salga antes de esa hora. Ahora que conozco el barrio me voy a llevar el Buick. Avisé a Harry Main que no lo necesitaría más, cuando le pagué. Lo cual me recuerda, después de pagarle me quedé un poco escaso. ¿Sabes cuánto hay en la caja chica de la oficina?

– Cien dólares exactos.

– Los tomaré en la mañana. Cuando te vayas a almorzar, puedes pasar por el banco a hacer efectivo un cheque. Otros cien, o más si tú deseas un poco de dinero.

Fue nuestra primera noche de sueño normal desde el lunes, y Am me dejó en la oficina a la siguiente mañana. Quité la cubierta a la máquina de escribir y me puse a trabajar. Había decidido que no me quedaría sentado sin hacer nada hoy y mañana, no todo el tiempo por lo menos, aunque me pagaran por ello.

Dolan no había dicho que deseara un informe por escrito, pero pensé que, supuesto que dispondría de tiempo, podía utilizarlo escribiéndolo. Comencé con la llegada de Mike a nuestro cuarto el martes en la noche. Puse todo, excepto, desde luego, mi paseíto con Ángela. Describí mis conversaciones telefónicas y en persona con Dolan, no porque le interesaran, sino porque esperaba que repasándolas una vez más pudiera esclarecer mis pensamientos, permitiéndome descubrir algo que hubiese podido pasar por alto. No obtuve nada; seguía todavía tan a oscuras cuando terminé como cuando había empezado. No obstante, me hizo pasar la mañana; era mediodía cuando acabé.

Sonó el teléfono al estarlo releyendo; era Dick Barth de la Great Lakes Finance Company, con un trabajito. Debería hacerse no más tarde que mañana y tuve que rehusar. Le di una explicación que lo satisfizo, y le informé que para el lunes tendríamos un servicio de respuestas.

Concluí de leer lo que había escrito; para entonces faltaban unos cuantos minutos para las doce. Bajé a tomar mi almuerzo y a recoger dinero del banco.

Al regresar principié a escribir los informes del tío Am, en su lugar. Eso fue más fácil porque no había ningún objeto en hacer versiones repetidas cuando los dos habíamos estado haciendo la misma cosa. Yo había detallado mis propios gastos; no podía hacer lo mismo con los suyos porque no le había preguntado cuánto gastara en seguir a Sylvia Dolan o cuánto le había cobrado Harry Main por la noche anterior. Fuera de eso nuestros informes resultaban al corriente hasta ese momento.

El teléfono repicó como a las dos. Era Ben Starlock.

– Déjame hablar aprisa, Ed, y dame una contestación rápida. Acaba de telefonearnos el empleado que sigue a Sideco. Se encuentra en el exterior de unos billares en Halsted, a los que Sideco llegó hace unos diez minutos. Entró cinco minutos después; sólo compró una cajetilla de cigarrillos y salió de nuevo cuando se dio cuenta de que era estrictamente un sitio en los que únicamente se habla español; hubiera resaltado allí como un dedo vendado si se quedaba dentro. Nada más mexicanos y filipinos. Sin embargo, vio que Sideco había colgado su americana y su sombrero y estaba jugando billar. Lo cual significa que bien pudiera quedarse allí toda la tarde.

»Pete García esta aquí en la oficina sin hacer nada. Puede ir para allá en un auto, en diez minutos; quizá hasta pueda ponerse a jugar con Sideco y darle un poco de cuerda. ¿Qué me dices?

– ¿Le será posible identificar a Sideco de los otros filipinos que se encuentras ahí?

– Healy dice – contestó Starlock riendo -, que trae puesta una camisa de seda morada, tirantes azules y una corbata de moño amarilla. Dudo de que nadie más tenga esa misma combinación.

No titubee nada, sabiendo cuál era la actitud de Dolan respecto a gastos:

– Mándalo aprisa para allá. Luego vuelve a llamarme.

El teléfono repicó una vez más en pocos minutos y era el mismo Starlock quien me llamaba.

– Pete está ya en camino. ¿Qué más querías decirme, Ed?

– Am se encuentra en un trabajito suyo y olvidé preguntarle esto. ¿Hizo algún arreglo para recibir el informe de su operador esta noche, después que regrese con Sideco a la casa?

– No, no hizo. ¿Debo de decírselo cuando llame de nuevo?

– No es asunto de vida o muerte, pero sería mejor. A menos de que algo surja, estaré en casa toda la noche, y Healy sabe en dónde vivo. Es a una cuadra de donde dejará a Sideco, así que dile que se detenga en nuestro cuarto si ve la luz encendida.

– Está bien.

Hubo otras dos llamadas esa tarde, ambas en la media hora anterior a las cinco. La primera fue de Ben Starlock: Pete García acababa de regresar y no tenía nada importante que informar, excepto que Sideco era un magnífico jugador de pool. Había jugado con los mismos compañeros toda la tarde, así que Pete no había podido jugar con él ni hablarle. Sí pudo advertir que no jugaban fuerte.

Sideco se había marchado a las cuatro y quince, y García, dejando que Healy lo remplazara, había hablado de los billares para informarse si habría nuevas instrucciones. Ben le contestó que diera a Healy mi recado, si lo alcanzaba, lo cual sí hizo.

La otra llamada, poco antes de las cinco, fue de Dolan. Primero me preguntó si tenía informes intermediarios, de Am o del operador que seguía a Sideco. Le contesté que no había nada de Am, pero le pasé lo que me había llegado acerca de Sideco.