– ¿Sí? – se dirigió a mí, sin cordialidad ni animosidad. Antes de que pudiera comenzar a contestar su pregunta general, bajó los ojos y vio al muchacho -. ¡Mike! – exclamó -. ¿Qué de…? Se supone que ya estés metido en la cama, y no lo estás.
Ya había yo decidido, para entonces, que no era Vincent Dolan, así que lo interrumpí.
– ¿Está aquí el señor Dolan? – Y luego, percatándome de que no sabía cuántos Dolan habría -; ¿El señor Vincent Dolan?
Retrocedió un paso. Quizá no lo hubiera hecho, por lo menos con tanta facilidad, si no hubiera llevado a Mike conmigo.
– Sí – repuso – sí, está aquí.
Y el señor Dolan lo demostró saliendo por una puerta al vestibulillo. Era un pequeño irlandés, enjuto, acaso de cincuenta. Ahora a él le tocó sorprenderse por la presencia de Mike.
– ¡Mike, hijo! ¿Qué sucedió? ¿En dónde andabas?
Y antes de que nadie pudiera contestar a nadie, la situación se complicó más por la aparición de un ángel en la parte superior de la escalera a la que conducía el vestíbulo. Un hermoso ángel irlandés, de cabello como ala de cuervo, aproximadamente de veinte años, y nada enjuto, que exclamó:
– ¡Mike! ¿Cómo es posible…?
Decidí que alguien debía dirigir aquello, y lo hice.
– Señor Dolan, Mike está perfectamente bien, y todo se puede explicar. Tiene algo que decirle que supongo usted debiera oír a solas. Puede no ser nada de importancia o puede ser algo muy privado y personal.
– Papá – empezó Mike -, me atrapó bien cuando yo…
– Un momento, Mike. Sólo tu padre debe saber esto primero. Luego él decidirá si otra gente haya de saberlo.
– Entren aquí – manifestó Dolan, aprobando con la cabeza. Entró y Mike y yo seguimos. Cerré la hoja; parecía bastante gruesa, a prueba de sonidos, a menos de que alguna persona comenzara a vociferar.
El cuarto era algo entre un privado y un estudio, con ciertos detalles de biblioteca: toda una pared se hallaba cubierta con libros. Los muebles y los cortinajes, obviamente, no procedían de ninguna venta barata de sótano. Recordé el vestibulillo con su estupendo alfombrado, y la graciosa curva de las escaleras, en el extremo posterior. Y por aquello y este cuarto, comprendí por qué Dolan vivía en la calle Hurón. Deseaba vivir en un edificio que pareciera como de diez centavos en el exterior y un millón de dólares en cuanto se trasponía a la puerta de entrada.
Me agradó la idea.
Nos sentamos. Mike parecía intranquilo, aunque no temeroso. Dolan fruncía el entrecejo con sorpresa, no con enojo.
– Muy bien, Mike – lo instó.
– Permítame presentarme primero, señor Dolan – lo interrumpí -, luego Mike puede hablar a su vez. Me llamo Ed Hunter y soy detective privado, pero no estoy trabajando en ningún caso. Estoy aquí porque Mike supo en el barrio (vivo a una cuadra de aquí) que soy detective, y fue a verme, más bien a mi cuarto, por esa razón. Muy bien, Mike, puedes continuar.
Mike tragó saliva y luego continuó. Y contó todo, o, por lo menos, exactamente lo mismo que media hora antes en mi cuarto. Excepto que yo le tuve que sacar unos detalles y ahora los explicó de corrido. Dolan no lo interrumpió ni una vez, y hasta cuando Mike había concluido, aguardó medio minuto y luego preguntó con suavidad:
– ¿Es eso todo, Mike, todo? – Mike asintió con la cabeza.
Dolan aguardó otro medio minuto.
– Mike, sé que no estás mintiendo, sin embargo, simplemente no pudo haber sucedido. Que lo creas así o no, debes haberlo soñado. Créeme. Ahora otro punto, el importante. El ir a robar una pistola para protegerme o lo que fuera, es una cosa grave, Mike, y una cosa mala. Además de ser mala, ni siquiera era inteligente.
La única respuesta fue un ligero resuello.
– Va a ser preciso que tengamos una conversación acerca de eso, una larga conversación. Ya es muy tarde para una conversación esta noche, así que eso lo haremos mañana. Ahora debes irte a la cama, ¿comprendes?
Mike asintió de nuevo. Se levantó y yo empezaba a hacerlo; Dolan nos detuvo a los dos.
– Un minuto, señor Hunter. ¿Pudiera usted quedarse siquiera el tiempo suficiente de beber una copa? Hay algo que desearía tratar con usted.
– ¡Seguro! – repuse. ¿Qué podía perder?
Se inclinó a un lado y oprimió un botón en alguna parte. Luego se volvió a Mike tendiéndole una mano.
– ¿Convenimos en ello con un apretón? Hasta mañana entonces – se estrecharon las manos con solemnidad.
La puerta se abrió y un mocito filipino entró.
– Un par de copas Robert. Lo que el señor desee; ya sabe lo que yo bebo.
– Whisky y soda estará bien – murmuré.
– Un momento, Robert. Antes de que empiece a preparar las copas, vea si puede hallar a Ángela y le ruega que venga.
Robert inició una reverencia y desapareció, para ser reemplazado muy pronto por el ángel a quien ahora conocía por el nombre de Ángela.
– Encanto – le dijo Dolan (y eso también encajaba bien) – ¿me haces favor de llevar a Mike arriba y ver que se meta a la maca? ¿y que se quede allí esta vez?
– Por supuesto, papá. Primero, ¿pudiera preguntar de qué se trata? ¿O continúa siendo un secreto?
– Ya te lo contaré más tarde. ¡Oh!, ustedes dos no se conocen. Ed Hunter, mi hija Ángela.
Me tendió la mano y yo se la estreché con desgano, casi tanto como el mostrado por Mike con su monedero.
Robert llegó y se fue silenciosamente, dejándonos con las copas. Dolan puso a un lado la suya, se levantó y caminó de arriba abajo con desasosiego.
– Odio las coincidencias – empezó -. Supongo que acontecen pero son difíciles de aceptar. Veamos si podemos pensar de tal manera que ésta no sea una.
– ¿Cuál que no sea una?
– Esta tarde me presenté en la oficina de un detective y contraté a un hombre llamado Ambrose Hunter para que siguiera a mi esposa por dondequiera que fuese, durante algún tiempo. Esta noche, su sobrino, Ed Hunter, me regresa a mi hijo que fue atrapado tratando de robar una pistola. Tengo que creer en su palabra si creo en la de Mike de que él… bueno… lo sacó de un sombrero.
– ¡Caray! – exclamé – acaso encuentre lo que sigue más difícil de creer; sin embargo, no sabía sino hasta este mismo instante en qué estaba trabajando mi tío. No fue a la oficina esta tarde. Me telefoneó que había aceptado una tarea para esta noche. Y me confió que se trataba de seguir a una persona; nada de nombres.
– Se me figura que sí puedo creer eso. ¿Qué hubiese importado, en relación con lo que aconteció esta noche, si hubiera usted sabido o no lo que su tío andaba haciendo?
– Así lo pienso yo también. A menos que usted quiera creer que secuestré a Mike y él y yo conspiramos para contar este cuento chino. O algo semejante.
»En realidad, concediendo que Mike hubiese sentido un deseo repentino por una pistola, y concediendo que decidiera robársela a un detective, no hay ningún misterio respecto a por qué nos escogió a nosotros o a mí. Simple geografía. Un detective privado busca no anunciar su profesión en su propio barrio, pero corre el rumor. Mi tío Am y yo hemos tenido habitaciones en casa de la señora Brady desde hace varios años. Probablemente la mayoría de los vecinos, y los chicuelos, saben quiénes somos y qué hacemos. Es casi seguro que somos los únicos detectives o policías que viven tan cerca de aquí.
»Ahora bien, vamos a tomarlo por el otro extremo. ¿Cómo sucedió que usted escogiera a Hunter & Hunter? ¿Por casualidad, o de una lista de teléfonos?
– Bueno, sí, de una lista de teléfonos, pero no por casualidad. También en esto entra la geografía, supongo. Me decidí de pronto cuando me encontraba en un bar en State Street cerca de Grand, tomé un directorio y busqué en las páginas comerciales. La dirección de su oficina estaba a pocos pasos de distancia, así que caminé.