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– Ed Hunter – contesté. Nada brillante, aunque mejor que cualquiera de las frases de la señora Murphy; me había curado de eso con dos intentos.

– Ed, habla Molly. Molly Czerwinski. Regresé de Indianápolis esta mañana. ¿Recuerdas que te hablé a fines de la semana pasada? Acerca de ver si podíamos hallar a mi ex marido que escapó con todo el dinero en que había vendido nuestra casa y…

– ¡Claro que sí, Molly! – mascullé -. Ésa es mi especialidad, acordarme. Con detalles y todo; los pocos que me diste. ¿Estás libre en estos momentos?

– Sí, estoy en mi casa, Ed, cerca de Howard. Me tomaría como media hora llegar a la dirección de tus oficinas. ¿Debo ir para allá o te doy tiempo para que almuerces?

– Ven ahora y permíteme que te lleve a almorzar cuando llegues. – Me respondió que muy bien, y yo lo informé al tío Am para que se fuera de inmediato a almorzar, pudiera regresar, e irme yo entonces. Me lanzó una sonrisita.

– ¿Molly Czerwinski? ¿Me acordaré de que me dijiste que tenía el traserito más bonito de la Historia Americana?

– De la clase de Historia Americana, en la secundaria. Ahora, ¡vete! – Y se fue.

Molly llegó un poco antes de una hora. Estaba hermosa. Los ocho años desde que la viera por última vez la habían mejorado grandemente. Me dio la mano para saludarme.

– Hola, Ed.

Se la estreché, le contesté, y luego le dije que inmediatamente nos iríamos a almorzar, aunque si aguardaba unos cuantos minutos podría conocer a mi tío que manejaba la agencia conmigo. Mientras tanto, podía proceder a informarme del asunto, comenzando por decirme su nombre de casada, especialmente si lo usaba ahora. Sí lo usaba, me explicó, porque era un nombre de trabajo mejor para su enseñanza de baile, que el de Czerwinski. En ese momento entró el tío Am y yo me puse en pie.

– Tío Am – le dije -, deseo que conozcas a la señora Murphy.

Ella también se levantó y avanzó un poco extendiendo la mano; él empezaba a tomársela… y entonces estalló. Eso es lo único que puedo llamarlo; fue un acceso de tos o algo se le parecía, y continuó más fuerte aunque yo le estaba palmeando la espalda para permitirle respirar; por fin lo saqué rumbo a la farmacia más cercana para que tomase alguna medicina.

– Déjame ofrecerte excusas en su nombre, Molly – le dije -. De vez en cuando, no muy a menudo, le viene un acceso parecido. Un jarabe especial es lo único que lo compone. Luego continúa bien durante otro año o cosa por el estilo. Lo siento mucho.

Frunció el ceño.

– Tú debiste haber ido por el jarabe, Ed, dejándolo a él aquí.

– Siéntate de nuevo, Molly – le contesté -. Sé muy bien que a él no le hubiera parecido en esa forma. Será mejor esperar hasta que regrese y ¿me quieres decir algo más acerca de Dick Murphy, con quien te casaste? Vamos empezando con dónde y cuándo lo conociste.

Procedió a ello; estaba hablando todavía cuando sonó el teléfono. Supe quién era, y supe, excepto por la frase misma que utilizaría, lo que estaba a punto de decirme.

– Chico – murmuró el aparato – ¿quién le dio aspecto tan bonito al estupendo traserito de la señora Murphy?

Empecé a farfullar, no obstante, me repuse y le solté:

– ¡Maldita sea, eso no es parejo, cuando no puedo…! Espera un momento, cómo no he de poder, sobre la base de que tú mismo la hagas, digo, la frase. Aquí va: «Hormigas coloradas», «pantaletas ajustadas».

Entonces él musitó asombrado:

– ¿Quién puso las hormigas coloradas en las pantaletas ajustadas de la señora Murphy? Chico, es tan buena como la mía. ¡Empate!

– Sí, un empate; regresa cuanto antes, ¡con un demonio! y esta vez procura portarte bien.

Colgué y me quedé contemplando a la señora Murphy directamente a los ojos; estaban enormes por la curiosidad y eran los más hermosos que hubiera yo visto.

– ¡Ed! Debe haber sido tu tío llamando desde la farmacia, puesto que tú dijiste que regresara, pero ¿de qué estaban hablando? «Hormigas coloradas», «pantaletas ajustadas» ¡Me volveré loca si no me lo explicas!

Le sonreí con malicia.

– Puede ser que en este momento te vuelvas más loca si te lo explico. Molly, quizá algún día te lo pueda decir, pero no por ahora. ¡No, no por ahora!

Pensaba al mismo tiempo en que no hacemos montones de dinero mi tío y yo, excepto de tarde en tarde, si bien a veces nos divertimos mucho; y a mi me gusta.

Fredric Brown

***