– ¿Espera ocupar algún día el puesto de su padre?
– Probablemente. Y pudiera acontecer. Sin embargo, eso no lo haría avanzar conmigo. Ya ni me gusta siquiera. Pero, ¿no estamos ya muy lejos de Mike?
– Sí – asentí -. ¿Cómo están las relaciones de Mike con su mamá?
– Excelentes. Y he de conceder a Sylvia que es una madre magnífica para él. A pesar de su debilidad.
»Sylvia es una alcohólica, lo ha sido durante varios años. No es una borrachona, aunque bebe algo en exceso y todos los días. Está un poco achispada para media tarde, pero logra dominarse bien con Mike. Cuando bebe realmente fuerte es después de la hora de acostarse.
– ¡Por Dios! con todo el dinero de su padre, ¿no puede ayudarla un siquiatra?
– Ni los mejores siquiatras del mundo pueden curar a un alcohólico que no desea curarse. Y ella no lo quiere. Se le puede encerrar, alejarla del alcohol, pero en el instante mismo en que tenga acceso a él, empezará otra vez. Es una tragedia, algo contra lo que no se puede hacer nada a menos de que ella consienta en cooperar…
– ¿Cree honradamente que eso no tiene ningún efecto en Mike?
– Así lo creo. Todavía no, quiero decir. Cuando Mike crezca o ella se ponga peor, entonces sí. Si ella no cambia, será lago que él aprenderá a aceptar como yo acepté la muerte de mi propia madre a los diez años de edad. Me sobrepuse a ello.
– Y cuando tenía trece, su padre llevó a la casa una nueva esposa únicamente nueve años mayor que usted. ¿No resintió eso?
– Un poco, al principio, lo dominé. Mis sentimientos hacia ella son, ahora, ambivalentes.
– ¿Qué quiere decirme?
– Ambivalente significa…
– Conozco la palabra ambivalente, ¡maldita sea! También anfibio, ambidextro, y algunos polisílabos. Quiero decir, ¿ambivalente entre cuáles extremos?
– Perdón, Ed. No pretendí impugnar su vocabulario. Entre que me agrada y no me agrada, eso es lo que quiero decir. No entre quererla y odiarla; nunca ha sido así de fuerte en ninguna dirección. A veces siento pesar por ella y, a veces… ¡no!
– ¿Y las relaciones de Mike con su padre? Por lo poco que vi esta noche, me parecen buenas. Aunque usted está más cerca.
– Mike casi venera a su padre. Lo idolatra.
– Hasta el punto de… aguarde, déjeme pensar en cómo expresar esto correctamente. Vincent Dolan se encuentra metido en negocios ilegales. Para algunas gentes, eso lo convierte en criminal; para otras, no. ¿Cree usted que Mike pudiera pensar de él como un criminal e idolatrarlo sobre esa base, como algunas personas solían idolatrar a Capone y a Dillinger?
– Nunca pensé en esa posibilidad, sino hasta esta noche. El que Mike fuera en busca de esa pistola… De eso era precisamente de lo que le quería hablar. O que usted me hablara a mí, ¿Tiene todavía alguna pregunta más?
– No muchas. – Quizá porque no me agradaban los pensamientos que me estaban comenzando a asaltar; el seguir rodando no era ya diversión. Estábamos bastante al Norte, cerca de un sitio que conocía; un pequeño promontorio que domina al lago y en donde era posible estacionarse. Decidí hacer eso si no había muchos coches. No había, y allí me estacioné.
Ángela se deslizó en el asiento más junto a mí, pero yo conservé las manos en el volante. Me obligué a concentrarme en lo que deseaba saber. Habíamos examinado la actitud de Mike hacia su padre; me había contado todo lo que podía sobre ella.
Eso nos dejaba dos relaciones por examinar. La suya con su padre, la suya con Mike. No había esperado nada inusitado de ninguna de ellas, y no descubrí nada inusitado.
No, no pensaba en su padre como en un criminal. Se ganaba la vida con un negocio ilegal, pero eran negocios, a pesar de todo. Y no inmorales, opinaba. En cuanto a la legalidad, ¿por qué habría la legalidad de ser un asunto de geografía? Aquí en Chicago era perfectamente legal hacer una apuesta en una carrera de caballos o de perros, según se hiciera en el hipódromo o el galgódromo. ¿Por qué habría de ser ilegal si se hacía a una cuadra o a unas cuantas millas de la pista? Si Chicago estuviera en Nevada o en cualquiera de muchos países extranjeros, sería legal.
Era una racionalización, bien lo sabía, porque pasaba por alto muchas cosas. Principalmente el hecho de que haciendo algo que es ilegal, sea o no inmoral, en gran escala, conduce al cohecho y a la corrupción de las fuerzas policíacas, superiores o inferiores, o las dos, y destruye el respeto público por las leyes que debieran ser obedecidas, y provoca otros efectos todavía menos agradables. Pero moralmente es tan malo ser ilegal en pequeña escala como en grande. ¿No había yo mismo violado algunas leyes? De todos modos, no me puse a discutir con ella.
No me dijo que amara a su padre, y acepté que lo consideraba un poco tiránico en algunos aspectos, pero lo admiraba y lo respetaba.
– Puede parecer como un irlandés de ópera cómica – me explico, utilizando la misma frase que surgió en mi mente unas cuantas horas antes, cuando vi a Vincent Dolan por primera vez -, pero no lo es. Digo, no es tipo de ópera cómica. Tiene una inteligencia muy filosa, y nunca ha dejado de seguirla afilando. Se ha educado por sí mismo, pues sólo estuvo un año en secundaria, pero nunca ha dejado de seguir estudiando.
– Lo advertí, por el modo como hablaba, y su vocabulario.
No había mucho qué preguntar respecto al modo como ella y Mike se llevaban, pero lo pregunté, y recibí la respuesta que esperaba. Se llevaban bien, como cualquier hermano y hermana de esa edad tan dispareja. Amaba a Mike, eso era todo, y por ello estaba preocupada esta noche.
Encendí dos cigarrillos y le di el suyo. Cuando eso terminó, descubrí que, de alguna manera, mi brazo derecho se encontraba en la parte superior del asiento, tal vez porque al encenderlos se me había acercado un poco, y resultaba difícil meterlo otra vez entre los dos. Así que fumé con la mano izquierda y ordené a mi derecha que se quedar en donde estaba sin caer sobre su hombro.
Se sentía muy tibia y cómoda tan cerca de mí.
Capítulo 4
– Ahora bien, ¿y la servidumbre? – le pregunté.
Me dijo que había tres que vivían allí. Robert Sideco, el mocito filipino, al que ya había visto, estaba con ellos desde hacía cuatro años. La señora Anderson, ama de llaves y cocinera, tenía diez y era casi como un miembro de la familia. Y había otra doncella de servicio, negra; ésta se llamaba Elsie y sólo estaba desde hacía unas cuantas semanas; Ángela no conocía su apellido, y probablemente nunca lo había oído. La señora Anderson estaba encargada de aceptar y despedir a esa servidumbre.
Le pregunté si no había otros sirvientes que no durmieran allí, y me contestó que muy raras veces; en las pocas en que su padre recibía invitados por asuntos de negocios, se recurría a una agencia para conseguir uno o dos. Eso no había acontecido recientemente. No tenían chofer; ella y su padre manejaban sus propios coches, un Continental de él y un Jaguar de ella. La señora Dolan no manejaba; cuando salía sin acompañar a nadie, pedía un auto de alquiler.
¿Qué estaba haciendo mi brazo en torno a ella, y cuánto tiempo había permanecido allí? Lo regresé al asiento y ella se rió.
– Póngalo en donde estaba, Ed, me sentía muy bien. Pero, ¿no cree que sea tiempo de que le haga una pregunta?
– Seguro, Ángela – contesté regresando el brazo a donde estaba.
– He estado pensando en cómo darle forma, mientras contestaba a las suyas, Ed. ¿Por qué cree que Mike obró como lo hizo esta noche? Concedamos que se haya quedado dormido y tenido una pesadilla; yo estaba allí, en casa, y no puedo pensar en ninguna otra respuesta posible. ¿No sería lo normal para él ir con su padre, o conmigo, o con su madre, y contárnoslo? ¿Decirlo a uno de nosotros, a cualquiera, en lugar de salir y tratar de robar una pistola para proteger a su padre?
– Sí, supongo que ésa es una sola pregunta – repuse con calma – no obstante, resulta muy complicada. Permítame meditar un momento.