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Qiu Xiaolong

El Caso Mao

Traducción de Victoria Ordóñez Diví

Título originaclass="underline" The Mao Case

© Qiu Xiaolong, 2009

Para toda la gente que sufrió

bajo el régimen de Mao

1

El inspector jefe Chen Cao no estaba de humor para intervenir en la reunión sobre estudios políticos organizada por el comité del Partido del Departamento de Policía de Shanghai.

Su malhumor se debía al asunto que debatían aquel día: la imperiosa necesidad de construir la civilización espiritual en China. «Civilización espiritual» era un eslogan político que aparecía con frecuencia en los periódicos del Partido desde mediados de 1990. El Diario del Pueblo acababa de publicar otro editorial sobre el tema aquella misma mañana. En el mismo número, sin embargo, se destapaba un nuevo caso de corrupción protagonizado por un alto cargo del Partido.

¿De dónde podría surgir esta «civilización espiritual»? No iba a aparecer por arte de magia, como el conejo que sale de la chistera de un mago. De todas formas, a Chen no le quedaba más remedio que permanecer sentado a la mesa de la sala de reuniones, muy tieso y con el semblante serio, y asentir como un robot mientras los otros hablaban.

«No puedes unir nada con nada si tienes las uñas rotas.»

Chen no podía recordar si esta imagen tan sombría provenía de un poema que había leído hacía mucho, tendido al sol en alguna playa.

Pese a toda la propaganda política del Partido, el materialismo se estaba extendiendo por toda China. Circulaba el chiste de que la antigua consigna política «Mirad hacia el futuro» se había convertido en una máxima aún más popular, «Mirad el dinero», porque la palabra china qian se pronuncia exactamente igual para referirse al futuro y al dinero. Pero eso no era un chiste, o no exactamente. Entonces, ¿de dónde surgiría la «civilización espiritual»?

– Hoy en día, la gente no ve más allá de sus propios pies -dijo con voz solemne el secretario del Partido Li Guohua, el cargo más alto del Partido dentro del Departamento. Mientras hablaba, las abultadas ojeras de Li no dejaban de temblar-. Tenemos que hacer hincapié una vez más en la gloriosa tradición de nuestro Partido. Tenemos que reconstruir el sistema de valores comunista. Tenemos que reeducar al pueblo…

¿Era el pueblo el culpable de lo que estaba sucediendo? Chen encendió un cigarrillo mientras se frotaba el caballete de la nariz con los dedos índice y corazón. Después de todos los movimientos políticos surgidos bajo el régimen de Mao, después del inicio de la Revolución Cultural en 1966, después del agitado verano de 1989, después de los numerosos casos de corrupción dentro del Partido…

– Al pueblo sólo le importa el dinero -intervino en voz alta el inspector Liao, jefe de la brigada de homicidios-. Permítanme que les dé un ejemplo. La semana pasada fui a un restaurante. Un antiguo restaurante de cocina de Hunan que lleva abierto muchos años pero que, de pronto, se ha convertido en un restaurante temático dedicado a la figura de Mao. Todas las paredes están cubiertas de fotografías de Mao y de sus cautivadoras secretarias personales. La carta está llena de especialidades que, supuestamente, fueron los platos favoritos de Mao. Y las Hermanas Camareras de Xiang, enfundadas en corpiños de estilo dudou con citas de Mao impresas, se contoneaban por el restaurante como si fueran putas. El restaurante está aprovechándose descaradamente de la memoria de Mao, quien debe de estar revolviéndose en su tumba.

– Y circula una anécdota -añadió el subinspector Jiang- sobre la llegada de Mao a la plaza Tiananmen, donde un astuto hombre de negocios fotografiaba a los turistas junto a Mao, ganando así un montón de dinero. Una auténtica vergüenza.

– Dejen en paz a Mao -interrumpió el secretario del Partido Li sin ocultar su enfado.

Fuera una auténtica vergüenza o no, un chiste a expensas de Mao continuaba siendo un tabú político, pensó Chen mientras cogía el cenicero. Con todo, el chiste ilustraba a la perfección la sociedad actual. Mao se había convertido en una marca muy rentable. «¿Castigo merecido o karma?», se preguntó Chen mientras observaba las volutas de humo que se elevaban en la sala de reuniones, hasta que acabó percatándose de que Li comenzaba a impacientarse a su lado. Tenía que decir algo.

– Base económica y superestructura ideológica…

Chen consiguió recordar un par de términos marxistas que había aprendido en la universidad, pero no siguió hablando. Según Marx, existe una relación de correspondencia entre la superestructura ideológica y la base económica. Lo que definía el actual «socialismo con características chinas» era, sin embargo, la flagrante incongruencia entre ideología y economía. Dado que la economía de mercado era totalmente capitalista -y que se encontraba en la «fase primitiva de acumulación», citando de nuevo a Marx-, ¿qué clase de superestructura comunista o de civilización espiritual cabía esperar?

En todo caso, tendría que pensar en algo rápidamente. Era lo que se esperaba de éclass="underline" no sólo como «intelectual» licenciado en filología inglesa antes de que el Estado lo destinara al Departamento de Policía, sino también como inspector jefe, además de cuadro emergente del Partido.

– Venga, inspector jefe Chen, usted no es sólo policía, también es un poeta con obra publicada -insistió el comisario Zhang. Zhang era un «revolucionario de la vieja guardia», jubilado desde hacía mucho, que aún asistía a las reuniones del Departamento sobre estudios políticos porque creía que los problemas actuales se debían a la falta de cultura política-. Seguro que tiene mucho que decirnos sobre la necesidad de reconstruir una civilización espiritual.

Chen adivinó enseguida lo que se escondía tras el comentario de Zhang. No sólo criticaba de manera soterrada que fuera poeta, sino también que, en opinión de Zhang, fuera demasiado liberal.

– Cuando me dirigía al trabajo esta mañana en un autobús abarrotado de gente volvió a empezar Chen, aclarándose la garganta-, un viejo que andaba con muletas subió al autobús con dificultad. El viejo se cayó cuando el autobús frenó de golpe. Nadie se levantó para cederle el asiento. Un pasajero joven, que iba sentado, comentó que ya no estamos en la época del camarada Lei Feng, el modelo de altruismo comunista que tanto alababa Mao…

Chen volvió a dejar la frase a medias. Quizás era una coincidencia que Mao saliera a relucir tantas veces en la conversación, como un fantasma que se aparece una y otra vez. Chen apagó el cigarrillo dispuesto a acabar la frase, pero su móvil resonó con estridencia en la sala de reuniones. El inspector jefe contestó la llamada sin mirar a los demás.

– Hola, soy Yong -dijo una voz de mujer, clara y algo seca-. Te llamo para hablar de Ling.

Ling era la novia que Chen tenía en Pekín o, para ser exactos, su ex novia, aunque ninguno de los dos había reconocido abiertamente la ruptura. Yong, amiga y antigua colega de Ling, había intentado ayudarlos durante su prolongada relación intermitente, que se remontaba a la época universitaria de Chen.

– ¡Vaya! ¿Le ha pasado algo a Ling? -exclamó Chen, atrayendo las miradas sorprendidas de sus compañeros. El inspector jefe se levantó apresuradamente y a continuación agregó-: Lo siento, es una llamada urgente.

– Ling se ha casado -explicó Yong.

– ¿Cómo dices? -preguntó Chen, mientras salía al pasillo con paso decidido.

En realidad no tendría que haberse sorprendido tanto, la relación se había enfriado mucho tiempo atrás. El padre de Ling era un alto cargo del Partido, por lo que fue un obstáculo para ambos que Ling fuera una HCS (hija de un cuadro superior), y que Chen no quisiera verse convertido en un HCS gracias a ella, o incluso por ella. Las desavenencias aumentaron debido a un cúmulo de cosas: la aversión de Chen por las injusticias sociales, la distancia entre Pekín y Shanghai y tantas otras cuestiones que los separaban…