Aquí, el juego del gancho oculto en la palma de la mano
entre los asientos, el vino caliente de la primavera,
la luz de las velas rojas, y el juego
de la servilleta, en grupos.
En cierta ocasión, cuando se sentía como un intruso mientras se hallaba junto a otros que disfrutaban de una noche feliz, el poeta de la dinastía Tang compuso este poema, lamentándose de «carecer de las alas poderosas de un vistoso fénix» para volar hacia su amor lejano, y se comparó a «una planta rodadora que gira y gira» sin ningún objetivo. Al menos escribió algunos versos maravillosos gracias a aquella experiencia. ¿Acaso podía Chen decir lo mismo?
La noche fue transcurriendo entre bailes, copas y melodías…
Chen no bailó demasiado tiempo. Prefirió hablar con otros invitados, entre los que estaba el hombre de cabello plateado, gafas de montura dorada y reloj de oro de bolsillo, el señor Zhou, de la ilustre familia Zhou que monopolizó la importación de vino tinto en los años treinta. Zhou acabó mostrándose cordial después de conocer la conexión entre Chen y el señor Shen.
– Xie es un almohadón bordado relleno de paja -comentó Zhou-. ¡Menudo perdedor! Pero el señor Shen pertenece a la auténtica clase ancestral, viene de una destacada familia de banqueros y él mismo es, además, un hombre muy erudito.
A Chen le sorprendió oír una crítica tan dura sobre el anfitrión y musitó una frase vaga como respuesta. Al parecer, había Old Dicks y Old Dicks.
Alternando conversaciones y bailes, Chen consiguió aguantar hasta el final de la fiesta. Cuando la melodía de «Auld Lang Syne» descendía sobre la sala semidesierta y Xie se frotaba los ojos adormilados, Chen decidió marcharse junto a Jiao y varias chicas más.
Se despidieron en el exterior de la mansión. Chen se fijó en que un coche lujoso aguardaba a una de las chicas. Jiao y otra muchacha apodada Oropéndola Dorada compartieron un taxi, puesto que no vivían lejos la una de la otra. Jiao le hizo un gesto de despedida bajo la noche estrellada. Chen esperó a otro taxi.
De pie en la acera, solo, le pareció oír las notas de un piano procedentes de una ventana abierta en alguna parte de la tranquila calle. Finalmente optó por recorrer la calle Ruijing hasta la estación de metro. No había sido un comienzo demasiado malo, reflexionó mientras paseaba.
Era imposible formarse una idea sobre Jiao tras un único encuentro. Chen no podía descartar la posibilidad de que fuera la amante de algún hombre rico, pero al menos no la esperaba ningún coche al final de la fiesta. Un «bolsillos llenos» habría enviado un coche a recogerla. Y tampoco recibió ninguna llamada de teléfono durante la fiesta. Era una muchacha lista y vivaz, y no le pareció que fuera la «pequeña concubina» de nadie.
En cuanto a Xie, Chen no lo veía como un almohadón relleno de paja. Más bien parecía interpretar un papel para aportar sentido a su vida. Tal vez, tras haber desempeñado el mismo papel durante tantos años, su identidad ficticia se hubiera apoderado de él.
Chen se sorprendió al percatarse de que no dejaba de tararear un fragmento de «¿Cuándo puedes volver?», una de las piezas nostálgicas que Xie había puesto en la fiesta.
El inspector jefe también iba a interpretar un papel, aunque sólo durante dos semanas: el de un romántico aspirante a escritor. Algo que el agente del Departamento de Seguridad Interna probablemente ya habría comunicado a sus superiores, tras verlo bailar con Jiao.
6
El Viejo Cazador se quedó muy intrigado cuando Chen lo invitó a una casa de té en la calle Hengshan.
El inspector jefe conocía su pasión por el té, pero Chen no era ningún entendido en la materia, pensó el Viejo Cazador al divisar la majestuosa casa de té Tang Yun. Un establecimiento tan postinero cobraría por el servicio, por el ambiente y por su supuesto atractivo cultural, pero no por el té en sí.
Una esbelta camarera, ataviada con un vistoso vestido mandarín de profundas aberturas, se le acercó apresuradamente encaramada en sus zapatos de tacón y lo condujo a un reservado decorado con antigüedades. Un juego de delicadas tazas de té, tan pequeñas y exquisitas como lichis pelados, reposaba sobre una mesa de caoba cubierta por un mantel.
Como Chen aún no había llegado, el Viejo Cazador se tomó una taza solo. El té lo decepcionó: le pareció vulgar y corriente, además de aguado.
Como dice el antiguo proverbio, uno no acude a rezar al Templo de los Tres Tesoros si no es para pedir algo. Así que ¿de qué iba a hablarle Chen? De un caso especial, presumiblemente. De ser así, Chen no debería contárselo a él sino a su hijo, el subinspector Yu, compañero de Chen en la policía desde hacía varios años. Los dos eran ahora buenos amigos.
El Viejo Cazador también había mantenido un estrecho contacto con Chen, a quien tenía en gran estima. Chen, un policía hábil y honrado, parecía ser la excepción en un ambiente de corrupción generalizada. Yu era realmente afortunado de trabajar con un jefe -y compañero- como él.
Sin embargo, a veces Chen se mostraba algo esquivo: era terco, escrupuloso e inteligente, pero también astuto y ocasionalmente ladino. Su ascenso a inspector jefe cuando aún estaba en la treintena era buena prueba de ello. El Viejo Cazador, un policía que había trabajado mucho durante toda su vida, no era más que un simple sargento cuando se jubiló.
El Viejo Cazador aún tenía contactos en el Departamento, por lo que también sabía que Chen había recibido una llamada en mitad de una reunión, un mensaje desde Pekín relacionado con su antigua novia. Aparentemente, Chen quedó desolado tras recibir la llamada y, al día siguiente, pidió un permiso de forma repentina. Los rumores sobre sus inesperadas vacaciones se propagaron rápidamente por el Departamento.
Cuando el Viejo Cazador estaba a punto de llevarse a los labios su segunda taza de té, la camarera volvió al reservado acompañada de Chen.
– Siento haberlo hecho esperar -se disculpó Chen, cogiendo la taza de té que le ofrecía el Viejo Cazador-. Gracias.
– No, ése es mi trabajo -protestó la camarera, apartando rápidamente la tetera. La camarera añadió agua caliente a la tetera de arena morada antes de verter el té en las pequeñas tazas formando un grácil arco. Sin embargo, acto seguido vació las tazas en la palangana de cerámica que tenía a su lado-. Esto es para calentarles las tazas -explicó. Sus dedos parecían de un blanco deslumbrante en contraste con la taza. -Así comienza nuestra ceremonia del té. El té tiene que disfrutarse sin prisas.
El Viejo Cazador había oído hablar de la ceremonia japonesa del té, pero se negaba a aceptar cualquier cosa que viniera de Japón. Su tío murió en la guerra contra Japón, y el recuerdo aún le causaba desazón. Cuando la camarera le sirvió por fin el té en una tacita, el Viejo Cazador se lo bebió de un trago, a su manera. La camarera se apresuró a servirle una segunda taza.
El policía jubilado observó que Chen tamborileaba en la mesa distraídamente con los dedos. Quizá fuera una señal de reconocimiento, o de impaciencia. Según el ritual, la camarera debía permanecer junto a su mesa en todo momento a fin de servirles el té. No podrían hablar con tranquilidad.
– En Japón, la ceremonia del té se considera una señal de refinamiento, pero eso es una gilipollez. Disfrutas del té, no de tanto preparativo ni de tanto protocolo -explicó el Viejo Cazador-. Como dice un antiguo proverbio, un imbécil devuelve la perla de valor incalculable, y se queda con el estuche llamativo.
– Tiene mucha razón, y además siempre respalda sus opiniones con antiguos proverbios -comentó Chen, volviéndose hacia la camarera con una sonrisa-. Disfrutaremos del té a solas. No hace falta que se quede aquí para servirnos.
– Así es como se hace en nuestra casa de té -replicó ella, sonrojándose avergonzada-. Hoy en día la ceremonia del té está muy de moda.