Выбрать главу

– Nosotros estamos chapados a la antigua. No se puede tallar un objeto moderno con un trozo de madera podrida. Gracias -concluyó Chen; y después de que la camarera se hubiera ido añadió a modo de disculpa-: Lo siento. Ésta es la única casa de té que conozco. Con un reservado en el que poder hablar, quiero decir.

– Ya entiendo -respondió el Viejo Cazador-. ¿Qué hay de nuevo bajo el sol, jefe?

– Bueno, hace mucho que no hablamos.

El Viejo Cazador sabía que la respuesta de Chen era una excusa, por lo que preguntó como de pasada:

– ¿Así que está disfrutando de sus vacaciones?

– La verdad es que no, no exactamente.

– En este mundo nuestro, ocho veces de cada diez las cosas no salen según se había previsto, pero, como reza otro antiguo proverbio, ¿quién sabe si es buena o mala fortuna que el anciano de Sai pierda su caballo? Le vendrá bien tomarse unas vacaciones, jefe. Ha trabajado demasiado.

– Ojalá pudiera hablarle más sobre la fortuna, buena o mala -respondió Chen de manera esquiva-, pero no he cogido las vacaciones por motivos personales.

– Lo entiendo. ¿Sabe?, en los últimos meses he estado disfrutando de una ópera de Suzhou basada en el Romance de los tres reinos. Los versos finales son sencillamente magníficos: «Tantas cosas, pasadas y presentes, están relatadas como las historias que intercambian los amigos mientras toman una taza de té».

– Ya veo que le apasiona la ópera de Suzhou -dijo Chen-. El tiempo vuela, ésa es la verdad. Cuando leí el Romance de los tres reinos por primera vez aún estaba en la escuela primaria. Hay muchas partes de la novela que no entendí. Por ejemplo, el episodio en el que Cao Cao construye las tumbas en secreto.

– Sí, lo recuerdo. Cao Cao mandó construir varias tumbas y después mató a todos los obreros que las construyeron, de modo que nadie supiera dónde estaba la tumba auténtica. Y Cao Cao no fue el único en hacer algo así: también lo hizo el Primer Emperador de la dinastía Qing, quien ordenó que enterraran junto a él, en distintas tumbas, tanto a seres humanos como a soldados de terracota.

– Efectivamente, conocer el secreto del emperador podía resultar mortal.

El Viejo Cazador depositó la taza de té sobre la mesa al detectar un tono extraño en la voz del policía más joven. No creía que Chen lo hubiera invitado sólo para hablar relajadamente sobre los emperadores y sus tumbas.

– Entonces, ¿eso es lo que lo preocupa, jefe?

Chen asintió con la cabeza sin responder a la pregunta y alzó su taza de té.

– Fíjese en la frase inscrita en la taza: «¡Una vida larga, eterna!». Originalmente, era lo que se les solía gritar a los emperadores. Durante la Revolución Cultural, la primera frase en inglés que aprendí fue «¡Que el presidente Mao tenga una vida larga, eterna!». Exactamente la misma frase con la que se aclamó a los emperadores durante miles de años. Seguro que Mao lo sabía, pero ¿acaso puso alguna objeción?

El Viejo Cazador sospechó que se estaba llevando a cabo una investigación secreta sobre algún asunto relacionado con Mao. Había trabajado con Chen alguna vez, aunque no fueran compañeros en la brigada, y se tenían confianza mutua. Normalmente Chen habría ido al grano, pero un caso relacionado con Mao podría cambiar su modo de comportarse. Chen estaba obligado a actuar con cautela, tanto en interés de terceras personas como en el suyo propio. Cualquiera que fuera la situación, el Viejo Cazador tenía que mostrarle su apoyo.

– Ha dado en el clavo, jefe. Mao fue un emperador moderno, aunque hablara tanto de marxismo y de comunismo. Durante la Revolución Cultural, cualquier cosa que dijera Mao, unas palabras, una frase, se consideraba «decreto supremo», y teníamos que celebrarlo tocando tambores y marchando por las calles bajo un sol abrasador. Y no podías quejarte del calor. Una vez incluso cogí una insolación. Antiguamente comparaban a los emperadores con el sol, pero Mao sencillamente era el sol. Un miembro del Politburó acabó en la cárcel, acusado de difamar a Mao, porque escribió un artículo sobre las manchas negras del sol.

– Usted sabe mucho acerca de esos años, aunque tal vez no sea justo juzgar a Mao por algo así, teniendo en cuenta la larga historia feudal de China -replicó Chen.

– No conozco esa supuesta historia feudal, no es una palabra que me resulte familiar. Un emperador es un emperador, es todo lo que sé. -El Viejo Cazador dio otro sorbo; las hojas de té se abrieron inesperadamente en la taza blanca, como si fueran renacuajos-. Deje que le hable de un caso que investigué hacia el final de la Revolución Cultural.

»En la ópera de Suzhou, las historias tienen que contarse desde el principio. Para comprender lo que pasó durante la Revolución Cultural, hay que remontarse a sus comienzos.

– Suena como un cantante de esas óperas -dijo Chen-. Siempre cita proverbios para dar más sentido a la narración, y martiriza al público con digresiones antes de llegar a los momentos claves. Sí, por favor, empiece desde el principio. El té empieza a tener sabor, y yo soy todo oídos.

– Tenía más o menos su edad en aquella época, jefe. Li Guohua, que entonces era secretario adjunto del Partido, me encomendó una misión, el primer caso «de gran importancia política» de mi carrera. Por aquel entonces, todo el mundo confiaba incondicionalmente en Mao y en la propaganda comunista. Yo, que no era más que un poli de poca monta, estaba muy orgulloso de trabajar para la dictadura del proletariado. Juré que lucharía por Mao como hacían los jóvenes Guardias Rojos, así que, en secreto, bauticé aquel caso como «el caso Mao».

– ¿El caso Mao?

– Bueno, no sabe cómo me alimentó el ego. Era como si me hubiera envuelto en una gran bandera a modo de piel de tigre. El sospechoso del caso se llamaba Teng, un profesor de secundaria acusado de calumniar a Mao en sus clases. Pertenecía a una familia trabajadora y era miembro de la Liga Juvenil Comunista. Salía con una chica de familia políticamente intachable, por lo que su culpabilidad resultaba más que dudosa. No tenía el menor motivo para calumniar a Mao. Así que me dirigí al colegio, donde Teng ya llevaba varios días aislado y sometido a interrogatorios.

– ¿Cómo cometió Teng el delito?

– A eso voy, Chen. No puede disfrutar del tofu caliente si se muestra tan impaciente -repuso el Viejo Cazador, sosteniendo su taza en el aire-. En aquella época, los poemas de Mao ocupaban gran parte de los libros de texto de secundaria. Alguien acusó a Teng de ofrecer en clase una interpretación calumniosa y malintencionada de uno de los poemas de Mao. Sin embargo, Teng replicó que los datos que presentó a sus alumnos procedían de diversas publicaciones oficiales. Aseguró haberse documentado muy bien y haber investigado el tema de forma exhaustiva…

– Espere un momento, ¿a qué poema se refiere?

– Al poema que Mao escribió a su esposa Yang Kaihui.

– ¡Ah, ése! «Perdí a mi orgullosa Yang, y tú perdiste a tu Liu» -recitó Chen, susurrando el primer verso del poema-. Cuando estudiaba secundaria, este poema se consideraba un ejemplo perfecto del romanticismo revolucionario. En un vuelo de la imaginación, Mao describía el viaje del alma leal de Kaihui hasta la luna, donde la diosa de la luna bailaba y le servía licor de osmanto fermentado. Kaihui vertía un torrente de lágrimas tras conocer la victoria del Partido Comunista. Mao echó mucho de menos a su primera esposa…

– No, su segunda esposa -lo interrumpió el Viejo Cazador-. Mao tuvo una primera esposa, Luo, en su antigua casa de Hunan. Según la biografía oficial de Mao, el matrimonio entre Luo y Mao fue concertado. Así que no reconoció a Luo como esposa, aunque vivió con ella como mínimo dos o tres años. En las publicaciones oficiales no apareció jamás ningún detalle de su vida matrimonial, claro está. Entonces se enamoró de Kaihui y se casó con ella. Esta vez, y dadas las circunstancias, la boda se interpretó como un acto revolucionario.