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– ¡Asombroso! ¡Qué excusa tan vergonzosa!

– Fuera cual fuese la excusa, Mao se casó con Zizhen, lo que constituía un acto de bigamia innegable. Mientras estaba en las montañas, Mao se perdió entre las nubes y la lluvia del cuerpo joven y flexible de Zizhen, quien le dio una hija aquel mismo año.

– Tal vez Mao se sintiera solo en las montañas, o se dejara llevar por un momento de pasión -apuntó Chen-. Quizá no sea justo juzgarlo por un único episodio de su vida personal.

– Yo no soy quién para juzgar lo que hizo como dirigente supremo del Partido. Me refería únicamente a lo que les hizo como hombre a sus mujeres.

– Quizá Mao creía que Kaihui ya había muerto.

– No, eso no es cierto. Kaihui no sabía nada de su traición, e incluso le hizo llegar unos zapatos de tela hechos a mano. También le pidió varias veces que le permitiera irse con él a las montañas; sin embargo, Mao siempre se negó. Como reza una frase de una ópera de Suzhou, sólo oía la risa de la nueva, no las lágrimas de la anterior. Y hay algo más -añadió el Viejo Cazador, saboreando el té como si fuera vino-. Algo que no se creerá usted.

– ¡Ah, el clímax de la ópera de Suzhou llega por fin! -exclamó Chen, asintiendo con la cabeza como un espectador ansioso.

– Al principio, los nacionalistas de Changsha no se metieron con Kaihui ni con sus hijos. Sin embargo, en 1930, cuando Mao lideró el asedio a la ciudad de Changsha, la situación cambió radicalmente. Kaihui y sus hijos corrían peligro. Mao tendría que haberlos sacado de la ciudad, pero no se molestó en intentarlo. El asedio duró unos veinte días. Mao y sus tropas estaban cerca de donde se encontraba Kaihui, y aun así él no hizo nada. Ni siquiera trató de ponerse en contacto con ella.

«Después de que el asedio fracasara, los nacionalistas detuvieron a Kaihui. Querían que firmara una declaración en la que se desvinculara de Mao, pero ella se negó. Fue ejecutada en 1930. Dicen que la arrastraron descalza hasta el patíbulo. Según una superstición local, de ese modo su espíritu sería incapaz de encontrar el camino de vuelta a su casa, de vuelta a Mao.

– ¡Qué historia tan terrible! -exclamó Chen, cogiendo la taza de té para, acto seguido, volver a depositarla sobre la mesa-. ¡Realmente es usted un viejo cazador por haber recabado toda esa información!

– No digo que Mao deseara la muerte de Kaihui. Pero no puede negarse que fue el responsable de su final. Debería haber previsto las consecuencias de sus actos.

– Ahora entiendo algo que dijo Mao años después -añadió Chen-. «No podría reparar la muerte de Kaihui ni muriendo cientos de veces.» Debió de escribir el poema porque se sentía culpable.

– Comenté el poema con un viejo amigo, un catedrático de historia que ha investigado a fondo a Mao, y no sólo su vida personal. Mi amigo lo describió como «un hombre con el corazón de serpiente y de araña», y opinaba que Mao se deshizo de Kaihui porque no podía permitir que sus dos esposas se encontraran en las montañas. No hay que descartar esa posibilidad, y, de hecho, Mao se comportó de forma similar con sus camaradas del Partido.

– Bueno, todo el mundo está dispuesto a opinar.

– No quiero darle más vueltas a este asunto, pero el recuerdo del caso Mao me persigue desde entonces. Cuando Yu volvió a Shanghai como «antiguo joven instruido», me jubilé antes de tiempo para que pudiera ocupar mi puesto en el Departamento. Ésa fue la razón principal, por supuesto, pero no la única. Por culpa del caso Mao, no me considero digno de ser policía. Nos conocemos desde hace muchos años, jefe, pero nunca le he hablado de esto. Ni a usted ni a ninguna otra persona, ni siquiera a Yu. Es como una losa que me aplasta el corazón.

– Hizo cuanto estuvo en su mano. Todo aquello ocurrió durante la Revolución Cultural. ¿Por qué es tan duro consigo mismo? -preguntó Chen, con voz emocionada-. Le agradezco enormemente que me haya hablado de este caso. No sólo supone una auténtica lección sobre cómo ser un policía concienzudo, sino que lo tendré muy en cuenta en la investigación de la que voy a hablarle.

– Una investigación relacionada con Mao, supongo. ¿En qué puedo ayudarlo?

– Es muy perspicaz, Viejo Cazador. Ahora que me ha contado su caso, creo que podré hablarle del mío abiertamente. Ya me ha ayudado más de lo que se imagina.

– ¿A qué se refiere, inspector jefe Chen?

– A mí también me han asignado un caso Mao, para emplear el nombre con que usted bautizó el suyo. No concierne a Mao directamente, pero tengo muchas dudas, y también bastantes reservas. Para empezar, antes me gustaban sus poemas, como el que escribió para Kaihui, pero ignoraba lo que había sucedido en realidad. Así que me resistía a creer algunos aspectos de este caso. Sin embargo, si Mao trató de ese modo a Kaihui, es muy posible que también se hubiera comportado así con otras mujeres. -Después de hacer una pausa, añadió-: En este momento puedo contarle muy poco sobre el caso, porque no sé casi nada.

– Entiendo -respondió el viejo Cazador-. En cuanto a lo que Mao era capaz de hacerles a sus mujeres, imagino que ya sabe lo que le sucedió a Zizhen. Según la versión oficial, tuvieron que ingresarla en un psiquiátrico de Moscú y Mao se quedó solo en Yan'an, por lo que podría decirse que su separación «fue inevitable». Entonces apareció Jiang Zing y se convirtió en esposa de Mao. Pero no olvidemos que Mao estaba separado, no divorciado. Mao obligó a Zizhen a permanecer internada en el psiquiátrico de Moscú durante años, completamente sola, sin hablar una palabra de ruso ni poder comer arroz chino, mientras él daba rienda suelta a su lujuria imperial por la Señora Mao, una actriz muy sexy de películas de serie B.

– Si se comportó así con sus esposas, primero con Yang y luego con Zizhen, no me cabe ninguna duda de que podría haberle hecho lo mismo a Shang.

– ¿Shang? ¿Se refiere a la estrella de cine?

Ahora le tocó el turno a Chen de resumir su caso Mao. Tras escucharlo, el Viejo Cazador comprendió por qué Chen había acudido a él en lugar de llamar a su hijo, el subinspector Yu. Tal vez Chen hubiera omitido algunos detalles, pero no tenía sentido presionarlo.

– Es evidente que necesita ayuda, inspector jefe Chen. De ningún modo podrá investigarlo todo por su cuenta. Yo soy un jubilado entrometido, como todo el mundo sabe. Si hago alguna pregunta sobre cosas que pasaron en esos años, nadie se lo tomará en serio. Como asesor de la Oficina de Control de Tráfico, cargo honorífico que tengo gracias a usted, puedo patrullar por cualquier zona, fingiendo que es una especie de estudio de campo. La verdad es que no podría encontrar a un ayudante mejor.

– Usted tiene muchísima experiencia. Seguro que conoce el antiguo proverbio «el pueblo piensa en un general competente al oír el redoble de los tambores de combate», por eso quiero comentar el caso con usted. No sé bien cómo debo proceder, pero creo que podría usted ayudarme vigilando la zona en la que vive Jiao. Tendrá que andarse con cuidado: puede que alguien le siga los pasos.

– Los demás pueden tomar el camino ancho, yo cruzaré por el puente de un solo tablón. No se preocupe por mí. Por algo la gente me llama Viejo Cazador.

– Además, tendría que investigar a dos hombres. Tan, el primer amante de Qian, que murió hace años, y luego Peng, el segundo, que aún vive. -Chen escribió sus nombres en un trozo de papel-. Sea cual sea el puente de un solo tablón que decida cruzar, no lo haga como policía, ya sea en activo o jubilado. El Departamento de Seguridad Interna también está investigando.