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– No.

– Me encantaría quedarme un rato más -dijo Chen mirándose el reloj-, pero debo encargarme de unos asuntos urgentes. Aunque no me llevarán mucho tiempo. Si no tiene nada que hacer esta noche, ¿qué le parece si continuamos nuestra conversación durante la cena?

– Bueno, estaría muy bien, pero…

– Hecho, entonces -contestó Chen, mirándola fijamente por un momento-. No muy lejos de aquí hay un restaurante. Antes había sido la residencia de la señora Chiang.

– Ya veo que le atrae todo lo relacionado con el pasado. Me han dicho que la comida no es ninguna maravilla y que es un restaurante bastante caro. Aun así, mucha gente quiere comer allí.

– Les gusta imaginarse que son el presidente Chiang Kai-shek o la señora Chiang, al menos durante una hora, frente a una copa de vino espumoso. Hacerse ilusiones no puede ser demasiado caro.

– ¡Qué horror!

– ¿Por qué lo dice, Jiao?

– Esas personas, ¿es que no pueden ser ellas mismas?

– Según los escritos sagrados budistas, todo son apariencias, incluido el propio yo -dijo Chen, levantándose-. El restaurante está muy cerca, puede ir andando. La veré allí esta noche.

Mientras salía del jardín con paso decidido, Chen vio a un hombre de mediana edad que merodeaba frente al pequeño café, mirando furtivamente hacia el otro lado de la calle. Tal vez era un agente de Seguridad Interna, pensó Chen, aunque nunca lo había visto. De ser así, el agente sería testigo de su cena a la luz de las velas junto a Jiao e informaría de que el romántico inspector jefe estaba «acercándose» a la sospechosa.

Al fin y al cabo, era como decían dos versos de Sueño en el pabellón rojo:

Cuando lo ficticio es real, lo real es ficticio.

Donde no hay nada, está todo.

Jiao veía en las pinturas de Xie algo que no sólo resultaba invisible para los demás, sino que estaba estrechamente relacionado con la vida de Xie. Chen pensó en el libro que Ling le había enviado. En la obra los críticos afirmaban haber descubierto indicios de la crisis personal de Eliot en el manuscrito de La tierra baldía: su futuro como poeta parecía incierto, su matrimonio estaba a punto de fracasar, y su esposa era una neurótica insufrible. Según los críticos, las alusiones al agua que aparecían en el poema simbolizaban todo aquello de lo que carecía el poeta en su vida, tanto desde una perspectiva física como metafísica.

A Chen le volvió una idea a la mente a la que ya le había dado vueltas la noche en que le asignaron el caso Mao. Aquella noche, en plena confusión de pensamientos, vio la conexión entre la vida de Li Shangyin y su poesía. Por eso había garabateado la palabra «poesía» en la caja de cerillas antes de dormirse. A la mañana siguiente, sin embargo, ya había olvidado qué relación podía tener aquella palabra con el caso Mao.

Se refería a la posibilidad de aprender algo a través de la poesía de Mao.

No sólo como crítico, sino también como policía. Pese a todos los mensajes revolucionarios que aparecían en los poemas de Mao, algunos de los versos sin duda provendrían, de manera consciente o subconsciente, de su experiencia y de sus impulsos personales, hasta entonces nunca revelados y desconocidos para la gente. Si el Viejo Cazador consiguió extraer detalles personales del poema que Mao le escribió a Kaihui, Chen debería ser capaz de descubrir nuevos datos, dada su formación como crítico literario.

En realidad, sí que tenía algunos asuntos urgentes de los que encargarse, como le había dicho a Jiao, antes de reunirse con ella para ir a cenar. Chen torció por una bocacalle y tomó un atajo hasta la estación del metro. Allí, en una librería no demasiado grande, emplazada en el centro comercial subterráneo, el inspector jefe buscaría todos los libros que versaran sobre los poemas de Mao, como un maoísta devoto.

8

Aquel domingo por la mañana, el subinspector Yu se despertó temprano y alargó el brazo en busca de su esposa Peiqin, pero ésta ya no estaba a su lado en la cama. Probablemente habría salido a comprar, supuso Yu. Solía ir al mercado a primera hora los domingos por la mañana.

A Yu le pareció oír un sonido apagado que provenía del otro lado de la puerta. El edificio era viejo y albergaba a muchas familias; algunos de sus vecinos ya estarían en pie. El subinspector no se levantó. Encendió un cigarrillo y repasó mentalmente lo que había hecho durante los últimos días.

Ahora que el Partido había lanzado la consigna de crear una «sociedad armoniosa», el Departamento de Policía se veía abocado a adoptar de improviso un nuevo plan de acción. Se asignaron varios casos a la brigada de casos especiales, temporalmente bajo el mando de Yu durante la ausencia de Chen. A Yu no le parecieron tan especiales, aunque el secretario del Partido Li los veía desde otra perspectiva. Por ejemplo, la brigada recibió órdenes de vigilar a un periodista «alborotador» que había intentado desenmascarar a los funcionarios involucrados, directa o indirectamente, en un caso de corrupción. Li soltó un sermón sobre cómo enfocar la investigación en nombre de la «estabilidad política» que era condición previa para establecer una «sociedad armoniosa». El secretario del Partido condenó las acciones del periodista, porque podrían llevar a la gente a perder su fe en el Partido. Yu era incapaz de encarar con entusiasmo este tipo de misiones. Vigilar a alguien no significaba necesariamente ver algo, o hacer algo, se dijo de nuevo, dando una larga calada a su cigarrillo.

Sus divagaciones lo llevaron a pensar en las «vacaciones» no anunciadas del inspector jefe Chen. No era la primera vez que Chen se tomaba unas vacaciones de ese tipo, pero nunca sin contárselo a Yu. Por otra parte, Chen se había puesto en contacto con el padre de Yu, el Viejo Cazador.

Según el policía jubilado, la decisión de Chen era del todo comprensible, ya que se trataba de una misión sumamente arriesgada. «Algunos conocimientos realmente pueden matar, hijo.»

Sin embargo, Yu se sentía decepcionado. Deberían haberle dicho de qué tipo de misión se trataba; había investigado muchos casos con Chen, siempre campeando el temporal en el mismo barco. Lo más frustrante era que incluso el Viejo Cazador le escatimara información y carraspeara cuando intentaba obtener su ayuda. Yu sabía que habían contado con él sólo porque tenía amistad con Hong, el policía del comité vecinal que estaba a cargo del distrito de Jiling. Probablemente el Viejo Cazador ya hubiera intentado contactar con Hong, pero sin éxito. Ahora Yu tendría que investigar los antecedentes de alguien llamado Tan, que años atrás vivió en ese distrito. Además, debía mantenerse alerta por si veía o escuchaba cualquier cosa sobre Seguridad Interna en el Departamento.

Hong, al igual que Yu, también había sido un «joven instruido» en la provincia de Yunnan, y había ingresado en la policía de Shanghai el mismo año que su amigo. Se conocían desde hacía más de veinte años. Hong cooperó sin hacer ni una sola pregunta, pero la información que le proporcionó dejó perplejo a Yu.

A mediados de la década de los setenta, Tan, hijo único de una familia capitalista, intentó huir y cruzar la frontera con Hong Kong en compañía de su novia Qian, procedente también de una «familia negra». Los atraparon en pleno intento. Tan recibió una paliza tan brutal que acabó suicidándose. Antes escribió una nota en la que asumía toda la responsabilidad, a fin de proteger a su novia de las consecuencias de su huida. No se cuestionó que fuera un suicidio, era más que comprensible: por un «delito» como el suyo, Tan se hubiera podrido en la cárcel los siguientes veinte o treinta años.

Los padres de Tan murieron poco después, mientras que Qian murió al cabo de dos años. Una historia triste, pero ¿qué relación guardaba con la misión de Chen alguien que había muerto veinte años atrás? Yu no conseguía entenderlo.

Sin embargo, no se detuvo ahí y comenzó a investigar el pasado de Peng, otro amante de Qian. La investigación inicial resultó infructuosa. En aquellos años, se consideraba delito que una pareja mantuviera relaciones sexuales sin licencia matrimonial. Peng fue condenado a cinco años de cárcel por acostarse con Qian, diez años mayor que él. Nunca se recuperó. Tras ser puesto en libertad, no consiguió ningún trabajo estable. Y desde entonces Peng se destacó por su habilidad para ir tirando.