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Yu no tenía ni idea de en qué le sería útil esta información a Chen, quien podría haberla obtenido fácilmente con sólo un par de llamadas.

Entretanto, Yu no había oído nada acerca de las actividades de Seguridad Interna, al menos no dentro del Departamento. Tanto silencio lo escamaba. La reticencia del secretario del Partido Li a hablar de los días de permiso de Chen era muy reveladora. Cuando Yu apagó el cigarrillo, se sintió aún más confundido que antes, y también más solo.

No pudo evitar dormirse antes de esconder el cenicero.

Cuando abrió los ojos, vio que Peiqin había vuelto a la habitación. Medio sentada, medio arrodillada sobre un taburete de madera, desplumaba un pollo en una palangana de plástico llena de agua caliente. Tenía al lado un termo recubierto de bambú. En el suelo había también un cesto lleno de verduras y de pasta de soja fermentada.

– Hay demasiada gente en la cocina comunitaria -explicó Peiqin, levantando la vista. Primero miró a Yu, y luego el cenicero que estaba sobre la mesita de noche.

Tal vez el sonido que había oído antes al otro lado de la puerta había sido el pollo debatiéndose en las manos de Peiqin. Ya era demasiado tarde para esconder el cenicero.

– ¿Dónde está Qinqin? -preguntó.

– Estudiando con sus compañeros. Ha salido temprano y no volverá hasta la noche.

Yu se incorporó en la cama tras apartar la manta de felpa.

– Déjame ayudarte, Peiqin.

– Llevas ofreciéndome ayuda desde nuestra época de «jóvenes instruidos» en Yunnan, pero ¿acaso me has ayudado alguna vez con un pollo?

– Sí que te ayudé en Yunnan, al menos una vez. «Adquirí» un pollo en plena noche, ¿te acuerdas? -Por suerte, su esposa no había protestado por que se hubiera puesto a fumar nada más despertarse.

– ¡Qué vergüenza que un poli diga una cosa así!

– Entonces no era poli.

Yu no pudo evitar sonreír. Durante aquella época, cuando eran pobres y pasaban mucha hambre, Yu le robó un pollo a un granjero de la etnia dai por la noche, y Peiqin lo cocinó a escondidas.

Hoy, bajo la luz matinal, sus brazos desnudos estaban salpicados con la sangre del pollo, como sucediera tantos años atrás. Yu reprimió la tentación de encender otro cigarrillo.

– Ya casi está -dijo Peiqin-. Hoy tomaremos sopa de gallina criada en casa. Tú y Qinqin habéis trabajado muchísimo.

Como norma, Peiqin no servía ningún plato especial a menos que Qinqin, el hijo de ambos, estuviera en casa. Era una regla no escrita que Yu comprendía perfectamente. No escatimaban en nada para contribuir a los esfuerzos de Qinqin por ingresar en una buena universidad, algo fundamental para labrarse un futuro en la nueva China.

– Sopa de pollo, además de filete de carpa frito con tomate y con zurrón de pastor mezclado con tofu -dijo Peiqin con una sonrisa de satisfacción-. Como es domingo, también podéis beber un vaso de vino amarillo de Shaoxing.

– No deberías criar pollos en casa, es demasiado trabajo.

– No has aprendido nada del gourmet de tu jefe. Chen te explicaría la enorme diferencia entre un pollo vivo criado en casa y uno de una granja avícola y congelado.

– ¿Cómo vas a estar equivocada, Peiqin? Incluso el inspector jefe Chen apoya tus preferencias en cuanto a pollos.

– ¿Sabes cómo puedes ayudarme? Tumbándote en la cama sin fumar. Es domingo por la mañana. Casi no hemos tenido tiempo de hablar últimamente.

– Tú también has estado muy ocupada.

– No te preocupes por mí. Qinqin irá pronto a la universidad y tendré más tiempo libre. Bueno, ¿sabes algo más sobre el permiso de Chen?

Yu imaginaba que su mujer sacaría el tema, y alargó el brazo para coger el cenicero distraídamente. Le contó lo que le había dicho el Viejo Cazador.

– Quizá Chen acudió al Viejo Cazador -dijo ella finalmente- porque tu padre ya no es policía y nadie le prestará demasiada atención.

– El Viejo Cazador también me oculta información.

– O la desconoce, o debe de tener sus razones para ocultártela. ¿En qué anda metido ahora el viejo?

– Ha estado patrullando por ahí, creo que está siguiendo a alguien. Y de no ser porque conozco a Hong, el Viejo Cazador no me hubiera dejado intervenir.

– ¿Qué has descubierto?

– He investigado a dos hombres vinculados con una mujer llamada Qian, que murió hace unos veinte años en un accidente de tráfico. De los dos hombres, el mayor, Tan, murió dos años antes que ella, se suicidó. No hubo nada sospechoso en las circunstancias de su muerte. En cuanto al segundo, Peng, es un don nadie, uno de esos vagos sin trabajo que se ven por todas partes hoy en día.

– Entonces, ¿a qué se debe tanto interés? -Peiqin introdujo las pinzas de acero inoxidable en la palangana de plástico-. ¿A quién está siguiendo el Viejo Cazador?

– A una chica llamada Jiao, la hija de Qian. Posiblemente una mantenida, una pequeña concubina.

– ¿Quién la mantiene?

– Nadie lo sabe. Creo que eso es lo que el Viejo Cazador traía de descubrir, pero me ha prohibido investigar nada que guarde relación con ella.

Qué raro. Un «bolsillos llenos» exhibiría a su querida como si fuera un anillo de diamantes de cinco quilates, el símbolo de su éxito. A menos que pertenezca a otro círculo…

¿Qué quieres decir?

– En lugar de un «bolsillos llenos», podría ser un alto cargo del Partido, y por eso intenta mantener en secreto su relación. Pero no será por mucho tiempo si los polis la están investigando.

– No sólo los polis, también Seguridad Interna.

– Además del inspector jefe Chen. El asunto no pinta muy bien -observó Peiqin con preocupación-. ¿Te ha contado alguna cosa más tu padre?

– Al parecer, tuvo una larga conversación con Chen sobre los constructores de tumbas de Cao Cao, a los que asesinaron para que no revelaran lo que sabían. Pero todo eso pasó hace más de mil años.

– ¡Esto no augura nada bueno! Saber según qué cosas puede llevar a la muerte. Cuando viste al Viejo Cazador, ¿hubo algo que te llamara la atención?

– Llevaba un libro con un título extraño, una especie de boletín meteorológico de Shanghai.

– ¿Crees que el libro tiene algo que ver con la investigación de Chen? -Añadió-: El viejo no es un gran lector.

– Sí, eso mismo pienso yo.

– Un momento, Yu, ¿recuerdas el título del libro?

– Nubes y lluvia… y algo más.

– Nubes y lluvia. Ya entiendo, ahora ya lo entiendo.

– ¿Qué es lo que entiendes? -preguntó Yu fijándose en la inquietud que reflejaban los ojos de su mujer, una especie de opacidad temerosa, como si contemplara algo extraño, monstruoso.

– Nubes y lluvia…

Peiqin bajó de un salto del taburete y se limpió las manos en el delantal mientras se agachaba para sacar una caja de cartón de debajo de la cama.

– Tengo un ejemplar. Nubes y lluvia en Shanghai.

– Eso es. Es el título del libro -dijo Yu, siguiéndola con la mirada.

La estantería improvisada que habían instalado en la habitación era de Qinqin. Peiqin tenía sus propios libros, entre ellos su novela favorita, Sueño en el pabellón rojo, pero Yu no sabía dónde los guardaba. La caja de cartón estaba muy vieja; antes había contenido latas de carne en conserva de la marca Meiling, posiblemente de su restaurante.