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– Los haremos al vapor. Es la mejor manera de cocinarlos, y también la más sencilla.

– ¿Puedo ayudarlo en algo, Long?

– Corte a rodajas el jengibre para la salsa -le indicó Long, sacando un trozo de rizoma.

Long se agachó sobre el fregadero y se puso a limpiar los cangrejos con un cepillo de dientes viejo. Mientras Chen acababa de cortar en rodajas el jengibre, Long empezó a atar las pinzas de los cangrejos, uno por uno, con tiras de ropa blanca.

– Así los cangrejos no perderán las patas en la vaporera -comentó Long, metiéndolos en la olla.

Ahora Chen ya estaba convencido de que el Aiguo del relato era el propio Long. La destreza con que preparaba los cangrejos lo impresionó.

– Le diré una cosa, inspector jefe Chen. Yo también comía cangrejos cada mes a principios de los años setenta.

Eso fue durante la Revolución Cultural, pensó Chen, cuando Long era un «trabajador erudito revolucionario» que gozaba de privilegios al alcance de sólo unos pocos.

– Lo imaginaba. Su relato debe de estar basado en sus experiencias.

La salsa especial a base de vinagre, azúcar y jengibre ya estaba lista. Long metió los palillos en la salsa, la probó y se relamió. A continuación abrió una botella de vino de arroz amarillo Shaoxing, sirvió un vaso a Chen y otro para él.

– Bebamos primero un vaso.

– ¡Por los cangrejos!

– Lavémonos las manos -dijo Long-. Los cangrejos estarán listos enseguida.

Mientras Chen se sentaba a la mesa, Long destapó la vaporera y, sacó los cangrejos. Luego colocó sobre la mesa una gran bandeja con los cangrejos al vapor, que, rojos y blancos, relucían bajo la luz de la lámpara.

– Han de servirse muy calientes. No los haré todos todavía.

A continuación, Long se dispuso a comer un gran cangrejo sin más preámbulos, y Chen hizo otro tanto. Tras verter una cucharada de salsa en el caparazón, Chen mojó un trozo de cangrejo en el líquido de color ámbar. Estaba delicioso.

Long no levantó la vista hasta que se acabó las glándulas digestivas del segundo cangrejo. Después suspiró con satisfacción y asintió con la cabeza. Al volver del revés las vísceras del cangrejo, se veía algo que parecía un monje diminuto meditando sobre la palma de su mano.

– En la historia de la Serpiente Blanca, un monje entrometido busca un sitio donde esconderse tras haber destruido la felicidad de una pareja joven. Finalmente se mete en el caparazón de un cangrejo. Es inútil. Fíjese, no hay escapatoria posible.

– Es una historia maravillosa. Es usted todo un experto en cangrejos, Long.

– No se burle de mi entusiasmo. Es la primera vez que consigo comer cangrejos este año. No lo puedo evitar -musitó Long sonriendo tímidamente, con una pata de cangrejo aún entre los dientes-. Usted es un hombre importante. Imagino que querrá consultarme algo, pero no era necesario que trajera cangrejos.

– Bueno, es usted un especialista en poesía de Mao. Antiguamente, los alumnos llevaban jamones a sus profesores; por eso me ha parecido muy indicado venir aquí con cangrejos. Son sólo una pequeña muestra del respeto que le tengo.

– Se lo agradezco mucho -contestó Long, extrayendo la carne de una pata con el palillo.

– He estado leyendo los poemas de Mao. Pese a lo que puedan decir de él hoy en día, sus poemas no son nada malos.

– Son unos poemas magníficos -dijo Long alzando su vaso-. No es fácil para un joven intelectual como usted admitir algo así. Usted también es poeta.

– Pero escribo en verso libre. No sé demasiado sobre métrica, así que tendrá que ponerme al día.

– En cuanto a la tradición poética, Mao escribió poemas ci, que deben seguir reglas complejas sobre el número de caracteres de cada verso, el tono y los tipos de rima. Pero no es preciso analizar la versificación para apreciar sus poemas. Como «Nieve», que está lleno de imágenes audaces y originales. ¡Qué visión tan sublime!

– Realmente sublime, qué duda cabe -repitió Chen. Quizá conviniera comenzar por un poema que no guardara una relación directa con la investigación-. ¡Qué imaginación tan portentosa!

– Es cierto -asintió Long. Después de que el vino le soltara la lengua, Long recitó el último verso del poema con ademán teatral-. «Para buscar lo realmente heroico, basta con mirar al presente.»

– He leído, sin embargo, que este poema también fue objeto de controversia. Mao hizo esta afirmación después de enumerar a emperadores célebres de la historia y de declararse mejor que ellos.

– No podemos tomarnos un poema tan literalmente. Lo «realmente heroico» puede ser singular o plural. No tiene por qué referirse sólo a Mao. Además, hay que tener en cuenta que tanto a Mao como a los miembros del Partido Comunista se les consideraba entonces «bandidos incultos», en cambio, el poema demostró la erudición de Mao y obtuvo el aplauso de los intelectuales.

– Su interpretación arroja mucha luz sobre el poema -contestó Chen, aunque no estaba en absoluto convencido de la explicación de Long-. Por eso he querido consultar a un experto como usted.

– Hay interpretaciones e interpretaciones. Tal vez algunos alberguen resentimiento contra Mao, muy posiblemente por todo lo que sufrieron durante la Revolución Cultural, pero es preciso ver a Mao desde una perspectiva histórica.

– Cierto, aunque la gente no puede evitar verlo desde su propia perspectiva.

– Pues desde la mía, esta salsa es indispensable. Sencilla y esencial a un tiempo, potencia el sabor de los cangrejos -repuso Long, cambiando de tema mientras vertía salsa en otro caparazón-. Una vez incluso mojé guijarros en la salsa, y, con los ojos cerrados, fui capaz de disfrutar del recuerdo de los cangrejos.

– Caramba, Long -dijo Chen-. Hoy estoy aprendiendo muchas cosas, y no sólo acerca de la poesía de Mao.

– A muy pocas editoriales les interesa ahora la poesía -afirmó Long, mirando a Chen a los ojos-. ¿Piensa escribir algo sobre los poemas de Mao?

– No, no soy ningún erudito, no como usted. Me licencié en filología inglesa, y lo que me interesa es la traducción.

– ¿La traducción?

– Sí, en los setenta se publicó una traducción oficial de la poesía de Mao, firmada por académicos y traductores ilustres. Uno de ellos era catedrático en la Universidad de Lenguas Extranjeras de Pekín, donde estudié. Pero, en aquellos años, quizá la interpretación «políticamente correcta» hubiera ido demasiado lejos. Por ejemplo, algunos de sus poemas podían ser personales, y no sólo revolucionarios; sin embargo, los traductores de aquella época tenían que convertirlos en poemas sobre la revolución.

– Es verdad. Entonces se le daba un enfoque político a todo.

– No se puede hacer una traducción literal de un poema. También debería leerse como poema en la lengua de llegada. -Chen abrió su maletín y sacó la traducción que había hecho de los poemas de amor clásicos chinos-. Ésta es una compilación que tradujimos el profesor Yang y yo. Acaban de sacar la edición estadounidense. No ganamos demasiado con ella, pero recibimos mucha publicidad.

– En el mercado actual, sólo usted podría publicar una colección de sus poemas aquí, y también en el extranjero. Asistió a un congreso en Estados Unidos no hace mucho, aún lo recuerdo. Tiene muchos contactos allí.

– Algunos -admitió Chen. Long debía de haber oído rumores acerca de su asistencia al congreso literario al frente de la delegación china, e incluso acerca del trabajo policial que desempeñó allí-. Por eso he venido a hablar hoy con usted. Hay una editorial interesada en publicar una traducción de la poesía de Mao.

– No me sorprende. Usted es conocido como poeta, y también como traductor -respondió Long, aplastando una pinza de cangrejo con un martillito. No era un martillo especial para abrir cangrejos, sino un martillo de carpintero que resultaba igualmente efectivo-. Le agradezco que haya pensado en mí para este proyecto. Mi edición anotada se publicó hace años, pero acabo de elaborar una bibliografía con las nuevas publicaciones sobre su poesía. Puedo proporcionarle ambas, claro está.