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asediada por el viento y por la lluvia.

No ansia apropiarse de la primavera,

y soporta la envidia de las otras flores. Sus pétalos han caído, en el polvo,

[en el barro,

aunque aún conservan su fragancia.

– Al igual que otros versos de Mao, «Oda a la flor de ciruelo» solía considerarse un poema insuflado de espíritu revolucionario -afirmó Long, removiendo la salsa en el caparazón del cangrejo con un mondadientes-. Esta interpretación se da por sentada. Según un artículo que leí, alguien que había trabajado con Mao le escribió una carta en la que citaba el poema de Lu para expresarle su admiración, y Mao escribió su oda como respuesta. Pero, claro está, el poema de Lu no tiene nada que ver con la admiración. Si acaso, está lleno de quejas y de autocompasión. Lu, un poeta muy patriótico, quería servir a su país combatiendo contra el ejército Jin, pero no pudo hacerlo y tuvo que conformarse con servir como un funcionario cualquiera. Otra de las convenciones de nuestra poética tradicional consiste en comparar a una persona que ha sufrido una decepción con una belleza abandonada o con una flor olvidada, por lo que el significado del poema es inequívoco.

– Su interpretación es brillante -dijo Chen, extrayendo la carne de una pata de cangrejo con el palillo.

– Entonces, ¿quién podría haberle enviado el poema a Mao? No sería descabellado suponer que se lo envió una mujer con la que mantuvo una relación inusual. Sólo en esas circunstancias habría tenido sentido un gesto así. Esta mujer sabía que Mao iba con otras, pero era demasiado lista para echárselo en cara. Por eso, en el poema que escribió como respuesta, Mao aprobaba el carácter comprensivo de su amante. Desde su perspectiva, era completamente aceptable que un emperador tuviera trescientas sesenta concubinas imperiales. Pese a saber que otras flores también competían por la atención de la primavera, debería contentarse con haber sido la favorita tiempo atrás, y sonreír entre todas las flores que crecían en las montañas.

– ¿Por qué ocultaron los críticos oficiales la ocasión que dio lugar al poema? Creo que la respuesta es evidente -añadió Chen, incapaz de ocultar la excitación en su voz-. Sí, Shang era quizá la única amante lo bastante culta para citarle a Mao un poema como éste. Casi todas las mujeres que trabajaban para él eran jóvenes sin formación de clase trabajadora.

Long se inclinó sobre el caparazón del cangrejo y sorbió en silencio la salsa que contenía.

– En cuanto a aquel pergamino con el poema escrito a mano por Mao -añadió Chen-, ¿le contó el compañero de Shang algo más? Por ejemplo, cuando Mao le escribía un poema a alguien, solía añadir una frase breve como dedicatoria, y un sello oficial rojo como muestra de su autenticidad. ¿Vio su compañero algo así en el pergamino?

– No, apenas alcanzó a verlo. Ya sabe, Shang lo tenía en su dormitorio. Pero este actor estaba seguro de que no era una fotocopia, ya que no había fotocopiadoras en aquella época.

– Si es posible, me gustaría conocer a ese compañero de Shang. Podría ser crucial para establecer la identidad de la persona a la que Mao escribió el poema. No tenemos que incluir detalles explícitos en nuestro libro, por supuesto.

– No estoy seguro de que esté aún en la ciudad. Hace ya varios años de nuestro encuentro, pero lo intentaré.

– Sería estupendo. Brindemos por nuestra colaboración…

La puerta se abrió inesperadamente, sin que ninguno de los dos llegara a oír el ruido de la llave que giraba en la cerradura.

La esposa de Long, una mujer baja, de pelo gris y con gafas de montura negra, entró en la habitación y frunció el ceño al ver las sobras en la mesa.

– ¡Ah! Éste es el inspector jefe Chen, del Departamento de Policía de Shanghai, también miembro destacado de la Asociación de Escritores de Shanghai. -El repentino tartamudeo de Long llevó a Chen a pensar que se trataba de un marido dominado por su esposa-. Ha traído un cesto de bambú lleno de cangrejos. Te he guardado unos cuantos.

Era impensable continuar hablando sobre Mao en presencia de la mujer.

– ¡No deberías haber bebido tanto! -se quejó la esposa de Long, señalando la botella vacía de vino amarillo de Shaoxing que reposaba sobre la mesa como un signo de admiración invertido-. Tienes la tensión alta.

– El inspector jefe Chen y yo vamos a colaborar en una nueva traducción de la poesía de Mao; se publicará aquí y en el extranjero. Así no tendré que seguir preocupándome por si me consideran o no un «escritor profesional».

¡No me digas! exclamó ella con incredulidad.

– Esto hay que celebrarlo. Y ahora ya, podemos seguir comiendo cangrejos.

– Lo siento, señora Long. No sabía que su marido tuviera la tensión alta, pero sepa que me está ayudando muchísimo en mi proyecto literario -dijo Chen, levantándose-. Ahora tengo que irme. La próxima vez le prometo que sólo comeremos cangrejos. No probaremos ni una gota de alcohol.

– Usted no tiene la culpa, inspector jefe Chen. Me alegra que no se haya olvidado de él. -La mujer se volvió hacia su marido y le dijo en voz baja-: Ve a mirarte en el espejo. Tienes la cara tan roja como El libro rojo de Mao.

– Fíjese en la mesa -dijo Long con voz un poco pastosa, mientras acompañaba a Chen hasta la puerta-. Parece un campo de batalla abandonado por las tropas nacionalistas en 1949. ¿Recuerda el poema sobre la liberación de Nankín?

Más tarde, Chen pensó que, ciertamente, la mesa llena de sobras guardaba cierto parecido con un campo de batalla abandonado -patas rotas, caparazones aplastados, ovarios rojos y dorados desparramados aquí y allá-, pero no consiguió recordar la imagen de aquel poema de Mao.

11

El subinspector Yu decidió interrogar a Peng, el segundo amante de Qian.

Yu no conocía demasiado bien al presidente del comité vecinal del barrio en que vivía Peng, por lo que tuvo que ponerse en contacto con él por su cuenta, sin contárselo a nadie ni revelar que era policía. Era preciso hablar con Peng, después de que el Viejo Cazador presenciara inesperadamente un encuentro sospechoso entre Jiao y el antiguo amante de Qian. Tuvo lugar en una tienda de comestibles, donde Jiao le entregó cierta cantidad de dinero a Peng.

¿Qué tipo de relación los unía?

Peng fue encarcelado medio año después de iniciar una relación sentimental con Qian. Cuando salió de la cárcel apenas podía cuidar de sí mismo, y menos aún de Jiao. No tuvieron ningún contacto durante años. Jiao no era su hija, ni siquiera su hijastra.

El Viejo Cazador tenía más experiencia que su hijo en labores de seguimiento, por lo que quiso centrarse en Jiao. Yu se encargaría de Peng.

A primera hora de la mañana, Yu llegó al mercado donde Peng trabajaba como mozo, pero no lo encontró. Al parecer, lo habían despedido.

– Es un inútil, sólo sabe comer arroz blando -dijo un antiguo colega de Peng, mientras partía una cabeza de cerdo congelada sobre un tajo y escupía en el suelo cubierto de hojas de col podridas-. Lo más seguro es que lo encuentre comiendo arroz blanco en su casa.

Era un comentario muy duro, particularmente lo de «comer arroz blando», expresión que solía emplearse para describir a un parásito mantenido por una mujer. Con todo, la descripción no se ajustaba a la relación que Peng mantuvo con Qian. Había sucedido mucho tiempo atrás, en una época en la que Qian tenía poco dinero. Como reza un refrán que solía citar el Viejo Cazador, es fácil tirar piedras a alguien que se ha caído al fondo de un pozo. Yu le dio las gracias al hombre, que le facilitó la dirección de Peng.

Siguiendo las indicaciones que le había dado, el subinspector cambió dos veces de autobús antes de llegar a un sucio callejón situado en las inmediaciones de la calle Santou.

El subinspector vio a un hombre corpulento agazapado a la entrada del callejón como si fuera un león de piedra, con el rostro semioculto en un gran cuenco de fideos. En la mano sostenía un diente de ajo. El hombretón, vestido con una camiseta desteñida que le iba demasiado pequeña, parecía una bolsa a punto de reventar. Yu no pudo evitar mirar de nuevo al hombre, el cual le devolvió la mirada sin dejar de engullir ruidosamente.