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– Titubeó antes de contestar y sólo dijo que se había ido a dormir temprano.

Xie tenía un problema muy serio, carecía de coartada. Tal vez fuera normal que un hombre de su edad se acostara temprano, pero aquella respuesta no convenció a Song, pese a que fue el propio Xie quien llamó a la policía.

– ¿Qué piensa hacer, Song?

– Vamos a registrar la casa a fondo -respondió el teniente-. En cuanto a Xie, lo detendremos.

Así que el caso Mao volvía al plan inicial, las «medidas contundentes» que proponía Seguridad Interna: presionar a Xie, y luego a Jiao, a fin de recuperar el material relativo a Mao.

– Aparece un cadáver en su jardín y no tiene coartada. Xie no habría cometido un error así -siguió diciendo Chen-. Nadie sería tan estúpido. Además, ¿qué motivo tendría?

– Xie es diferente de los demás. ¿Por qué motivo da clases y celebra fiestas en su casa? Nadie lo sabe.

– Es diferente, pero si lo encerramos como sospechoso, puede que el auténtico criminal se escape.

– Hemos esperado pacientemente durante una semana a que usted llevara el caso a su manera. Pero ¿qué ha sucedido? Se ha malogrado la vida de una joven. Si hubiéramos actuado antes…

Song estaba tan disgustado como Chen.

No obstante, en un caso como éste -el caso Mao- detener a Xie podría ser catastrófico, sobre todo a la luz de la última información que había obtenido el subinspector Yu. Chen se preguntaba si debía compartirla con Song cuando el teléfono del teniente empezó a sonar con estridencia. Presumiblemente, algún nuevo dato sobre Yang. Song escuchaba con el Ceño fruncido, sosteniendo el móvil en la mano ahuecada.

Chen le hizo un gesto vago y volvió al salón.

Le sorprendió ver a Jiao de pie detrás de la cristalera, con los ojos entornados a causa del sol. Vestía una camiseta blanca y vaqueros con una etiqueta de cuero cerca de la cintura. Tal vez los hubiera visto hablando en el jardín.

Jiao era la única persona que había acudido a la mansión aquella mañana, además de Chen.

– ¡Ah! Está aquí -dijo Chen.

– Me temo que nadie más va a venir hoy -respondió ella-. ¿Cómo ha entrado?

– No sabía nada, y he venido como otras veces.

– Ha pasado mucho rato hablando con el poli en el jardín. Imagino que han hablado de la muerte de Yang. ¿Tienen alguna pista?

– No, nada por el momento. Según el agente Song, Yang no podría haber entrado por su cuenta. Alguien debió de abrirle la puerta. A menos que Yang tuviera su propia llave, claro.

– ¿Su propia llave? -repitió Jiao, frunciendo el ceño-. No, no lo creo. Yang sólo venía aquí para asistir a las clases de pintura.

– Cuando ocurrió, el señor Xie estaba solo en la casa, pero no se enteró de nada.

– ¡Dios mío! Entonces, ¿Xie es sospechoso?

– Bueno… -dijo Chen, sorprendido por la preocupación que se veía en el rostro de Jiao-. No soy poli, no puedo decirlo.

– ¿Conoce a ese policía? He visto que le enseñaba algo.

– No. He leído muchas novelas de suspense, y el agente Song ha pensado que podría comentarme el caso por encima, y me ha enseñado una fotografía. También me ha hecho bastantes preguntas.

– Xie no podría haber hecho algo así.

– ¿Tiene algún enemigo, o hay alguien que lo odie?

– No creo que tenga ningún enemigo, salvo algunos parientes lejanos que le reclaman la casa. Si Xie se metiera en problemas, aprovecharían la oportunidad para quedársela.

Las palabras de Jiao llevaron a Chen a pensar en la inmobiliaria con contactos tanto «blancos» como «negros». Por el momento, prefirió no dirigirse en esa dirección y preguntó:

– ¿Cree que Yang podría haber entrado en el jardín sin que nadie la viera?

No, no sin mi llave. Xie siempre lleva las llaves encima, en su llavero. -Entonces Jiao añadió dubitativa, como si se le acabara de ocurrir-: Hará unos tres meses, Xie se puso enfermo. Lo acompañamos al hospital, y nos turnamos para cuidarlo. Yang podría haberle cogido la llave entonces.

– Es una posibilidad, pero no ayuda demasiado. Cualquiera podría decir que le robaron la llave a Xie e hicieron una copia.

– Él no lo ha hecho, de eso estoy segura. Tiene que ayudarlo. Usted es muy competente, señor Chen.

– Yo tampoco creo que lo haya hecho él, pero los polis sólo piensan en pruebas o en coartadas.

– ¿Coartadas?

– Una coartada demuestra -explicó Chen mirándola a los ojos- que alguien fue incapaz de cometer un delito porque estaba en otra parte, o con otra persona, cuando se cometió.

– ¡Xie jamás mentiría! -exclamó Jiao.

– Tiene usted que demostrarlo.

– ¿A qué hora se cometió el asesinato?

– La hora de la muerte se estimó aproximadamente entre las diez y las doce de la noche, según el agente Song.

– Coartada… Déjeme pensar. Ahora lo recuerdo, lo recuerdo muy bien -afirmó Jiao-. Xie estuvo conmigo entre esas horas. Estuve posando para él en esta sala.

– ¿Qué dice? ¿Estuvo posando para él? Entonces, ¿por qué no lo ha mencionado Xie?

– Posé para él, sí, desnuda -dijo Jiao con un brillo inexplicable en los ojos-. No podía permitirse contratar a modelos profesionales, así que posé sin cobrar. No se lo dijo a la policía porque le preocupa mi reputación, ésa es la razón.

Era una revelación sorprendente. Chen había oído que las alumnas de Xie posaban para él en su estudio, pero aunque eso fuera habitual en una clase de pintura, el inspector jefe se preguntó si Jiao lo hacía por razones «románticas». Chen sospechaba que, entre la mansión, la colección, la pintura y las fiestas, por no mencionar todo lo que había sufrido durante la Revolución Cultural, a Xie no le quedaba apenas dinero ni energía suficientes y no podía hacer otra cosa más que comportarse como un Baoyu o un Don Juan, pero era difícil saberlo.

Con todo, lo que Jiao le había dicho tenía bastante sentido. Incluso en la década de los noventa, en Shanghai, a una modelo que posa desnuda se la consideraba una desvergonzada. Jiao ni siquiera era modelo profesional, y los rumores podrían dar pie a especulaciones de todo tipo.

Jiao corrió hacia las escaleras, alzando los brazos y llamando en voz alta.

– ¡Xie! ¡Tendrías que haberles dicho a los polis que posé para ti aquí ayer por la noche!

La situación había tomado un rumbo inesperado. El agente que hacía guardia al pie de las escaleras parecía estupefacto. Chen se preguntó si Jiao gritaba aquello para ayudar a Xie.

Pero Xie podría haberle hablado a Song de la sesión de pintura sin revelar que Jiao había posado desnuda. No era necesario que se mostrara tan sobreprotector, ni que pagara un precio tan alto por ello.

Por otro lado, si Jiao no había dicho la verdad, ¿por qué se había arriesgado inventando una coartada para Xie? Aquello no hacía sino confirmar que podría haber algo entre Jiao y Xie.

Cuando Chen encendía un cigarrillo Song entró a toda prisa en el salón.

– ¿Qué quiere, Chen?

– Jiao estuvo con Xie ayer por la noche.

Song miró fijamente a Chen, que no dijo nada más. El inspector jefe no era responsable de la sorprendente afirmación de Jiao, aunque no podía negar que le resultaba muy conveniente para seguir con su investigación.

Chen decidió irse. No tenía sentido quedarse con Song, quien parecía cada vez más enfurecido por aquella información inesperada. Si Xie y Jiao se proporcionaban coartadas mutuas, Seguridad Interna no podría retomar el plan original.

Además, el inspector jefe Chen iba a hacer una llamada a Pekín como el policía hábil y concienzudo que era, en palabras del propio ministro.

13

Chen volvía a estar inmerso en un sueño recurrente: una antiquísima gárgola gris susurraba algo en la Ciudad Prohibida al ponerse el sol, en medio de murciélagos negros que revoloteaban alrededor de grutas sombrías. Entonces se despertó.