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Giró en redondo y, cuando cruzaba corriendo la calle, a punto estuvo de chocar con una bicicleta. Una pareja salía del café charlando, con las manos entrelazadas. Chen se abalanzó sobre ellos y empujó a la mujer contra un ventanal, mientras el hombre agitaba el brazo con furia. Tras irrumpir en el café, para consternación tanto de los clientes como de la camarera, Chen cerró la puerta tras de sí antes de salir, a toda prisa y sin ser visto, por la puerta trasera, que daba a una callejuela.

En menos de un minuto los gángsteres empezaron a aporrear la puerta delantera, pero Chen tuvo tiempo suficiente para escapar por la callejuela antes de que los dos matones pudieran alcanzarlo. Al torcer por la calle Shaoxing, le pareció oír un terrible estruendo procedente de la callejuela.

Un taxi pasó a toda velocidad. Agitando la mano frenéticamente, Chen se dirigió al taxi a toda prisa y se metió en él, respirando con dificultad.

– Conduzca.

– ¿Adónde?

– A cualquier parte. Usted conduzca.

Chen no fue capaz de reconstruir la secuencia de los hechos hasta que el taxi entró en la calle Fuxing.

Había sido una emboscada, no le cabía ninguna duda. Tal vez los gángsteres llevaran días siguiéndolo. En un par de ocasiones, tras entrar en la calle Shaoxing había cortado por la bocacalle hasta llegar a la estación de metro. Los agresores se habían situado en el cruce para esperar a Chen viniera por donde viniera.

A juzgar por su indumentaria, las barras de hierro, el tatuaje en el brazo de uno de ellos y la jerga que empleaban, era evidente que ambos eran miembros de la Tríada. No habían tratado de ocultarlo.

Sin embargo, Chen no recordaba haber molestado a ninguna organización en particular. Recientemente se había creado una brigada especial en el Departamento con el objeto de luchar contra el crimen organizado en la ciudad. La responsabilidad principal de la Brigada de Casos Especiales era investigar los asuntos políticos delicados. Gracias a que conocía a personas relacionadas con la Tríada, como Gu, Chen había conseguido mantenerse al margen de situaciones peliagudas.

No descartaba que lo hubieran confundido con alguien, pero tampoco podía darlo por seguro.

Y, en cuanto a una emboscada, ¿cuál sería el objetivo? De acuerdo con la tradición de las Tríadas, por lo que sabía Chen, una emboscada era una advertencia o un castigo. Con las barras de hierro, características de la cultura de las Tríadas, propinaban palizas; así sucedía en una película que había visto sobre las Tríadas, en la cual la víctima se retorcía en el suelo, brutalmente golpeada, mientras los gángsteres le espetaban entre dientes: «Si no te enmiendas, la próxima vez será mucho peor».

Sin embargo, lo que los matones le habían dicho a él daba a entender algo distinto.

Al llamarlo «entrometido» probablemente se referían a que se había involucrado en algún asunto de la Tríada. Chen no tenía ni idea de qué podría tratarse. Al fin y al cabo, muchas de las cosas que el inspector jefe había hecho podrían haberse interpretado de esa manera.

En cuanto a la metáfora sobre el sapo y el cisne, en un principio se refería a un hombre que pretendía a una mujer inalcanzable, generalmente un hombre feo o de posición social inferior que pretendía a una mujer bella o de clase social superior. Podía ser una advertencia sobre alguna relación imposible.

En la vida de Chen no había ninguna mujer, no por el momento. Irónicamente, Ling se podía haber considerado un «cisne» por pertenecer a una familia de cuadros superiores, pero acababa de casarse con otro.

En cuanto a Nube Blanca, una universitaria joven y atractiva que tiempo atrás le había hecho de «pequeña secretaria», nunca hubo nada serio entre ambos, al menos no por parte de Chen. Tenía cierto sentido, sin embargo, que un amante celoso viera al inspector jefe como un obstáculo. Era una posibilidad remota, pero Chen pensó que debía comentárselo a Gu.

Por otra parte, tal vez la advertencia se debiera a que se relacionaba con las alumnas de Xie. La mayoría tenía a hombres ricos y poderosos detrás, y uno de ellos podría haberse vuelto loco de celos. Pero Chen era un recién llegado a ese círculo, un aspirante a escritor bastante sesudo, por no decir bastante patoso, que no se había insinuado a ninguna de ellas, ni siquiera a Jiao. En la mansión, casi todos los invitados flirteaban un poco entre sí mientras bebían y bailaban bajo la luz tenue, al son de sugerentes melodías. Nadie se tomaba estos escarceos demasiado en serio.

– Entonces, ¿adónde quiere ir, señor? -volvió a preguntar el taxista.

– ¡Ah! A la calle Fuxing -respondió Chen.

Le dolía muchísimo el hombro. Tendría que ir al médico. El doctor Xia, tras jubilarse de su puesto en el Departamento, trabajaba en una clínica privada de la calle Fuxing.

– Tendremos que dar un rodeo.

– ¿Por qué? -preguntó Chen distraídamente.

– Por el nuevo edificio. Están construyendo un complejo de pisos de lujo junto a la calle Tiantong.

De repente le vino a la mente otra explicación: la inmobiliaria con contactos con «la manera blanca» y la «manera negra». Tal vez ellos lo hubieran visto como un entrometido. Esas empresas, que tenían buenos oídos y brazos muy largos, podrían haber oído hablar de él a través de sus contactos en el Gobierno municipal. Pero ¿a qué venía entonces la metáfora sobre el sapo y el cisne? No parecía guardar relación con nada.

El taxi se detuvo por fin frente a la clínica, un edificio nuevo de color blanco. A través de la puerta, Chen vio un tapiz de terciopelo con una cita de Mao escrita en caracteres llamativos: servir al pueblo.

Mientras pagaba al taxista se le ocurrió otra posibilidad. ¿Habían intentado impedirle que siguiera con la investigación? De ser así, la orden debía de proceder de otra sección del Departamento. O de los altos cargos de Seguridad Interna, que tenían sus razones para estar irritados con él. O incluso de la Ciudad Prohibida. De hecho, la investigación estaba relacionada con Mao, al menos en parte, y el resultado de sus pesquisas podría afectar a la legitimidad del Partido. Sin embargo, sólo el Viejo Cazador y el subinspector Yu sabían que había enfocado el caso desde esa perspectiva, y sólo lo sabían parcialmente…

– Aquí tiene su recibo -dijo el taxista, con evidente preocupación en la voz-. ¿Está bien, señor?

– Estoy bien -respondió Chen cogiendo el recibo, por una cantidad muy elevada. El taxista debía de haber conducido durante bastante tiempo antes de preguntarle adónde quería ir.

Chen bajó del taxi con aire aturdido. La cabeza le dolía tanto como al mono de Viaje al oeste, al que un maldito aro le comprimía la frente.

15

Dos horas después, el doctor Xia escribía una receta en su consulta con el ceño fruncido, tras haberle hecho a Chen una tomografía y una radiografía.

El doctor Xia había formado parte del equipo forense del Departamento de Policía. Después de jubilarse, empezó a trabajar a tiempo parcial como «experto» en una clínica cercana a su domicilio. Chen y Xia llegaron a conocerse bien en el Departamento.

– Le ha ido de un pelo -dijo con voz seria el doctor Xia, examinando la radiografía una vez más-. La lesión del hombro no es demasiado grave. No se ha roto ningún hueso. Pero me preocupa el impacto que ha sufrido en la cabeza. Tiene que descansar durante una semana. Aléjese del trabajo y cuídese. No olvide la crisis que sufrió no hace mucho.

– Ya sabe que el trabajo en el Departamento…

Su móvil sonó antes de que pudiera acabar la frase. Era Gang. No le quedó más remedio que hablar bajo la mirada censuradora del doctor Xia.

– Me he puesto en contacto con Feng, mi ayudante durante la Revolución Cultural. Ahora es un «bolsillos llenos», pero aún me llama comandante en jefe.

– Eso está bien -dijo Chen-. ¿Recordó alguna cosa sobre la escuadra especial de Pekín?