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– Buscaban algo que quizá conservaba Shang, aunque no tuvieron éxito. Ella se suicidó.

– ¿Sabía Feng lo que era?

No, no lo sabía. Tal vez los miembros de la escuadra especial tampoco lo supieran, pero querían impedir que los Guardias Rojos de la zona se acercaran a ella, por eso se pusieron en contacto con Feng y le pidieron su cooperación. Quizás era una información confidencial. Además, parecía ser un grupo distinto a los que enviaba la señora Mao desde Pekín. Feng conocía a diversos miembros de esas otras escuadras.

– ¿Cuál era la diferencia?

– Las otras escuadras sabían lo que buscaban: recortes de periódicos y fotografías en las que saliera la señora Mao durante los años treinta. Y no actuaban con tanto secretismo ni de forma tan furtiva. De hecho, Feng acompañó a los miembros de esas escuadras y los ayudó a revolver las casas de las familias investigadas. En cambio, la escuadra especial enviada para interrogar a Shang no pidió ayuda de ese tipo, y tampoco le interesaban los recuerdos de los años treinta.

– Es obvio que su misión era otra. ¿Recordaba Feng el nombre de algún miembro de la escuadra, o mantuvo después contacto con él?

– Uno de ellos se apellidaba Sima. Un apellido poco frecuente, por eso lo recordó Feng. El tal Sima pertenecía probablemente a una familia de cuadros del Partido, y hablaba con fuerte acento pekinés. -Gang añadió-: Entre otras cosas, Sima mencionó los vestidos y los zapatos de Shang, dos armarios llenos, y las cámaras y el equipo de revelado que había en su casa, lo que era muy poco habitual en aquellos años. Así que quedó impresionado. Es todo lo que Feng recordaba.

Después de tantos años, aquello era probablemente todo lo que cualquiera hubiera recordado. No obstante, había datos muy útiles, sobre todo que la escuadra especial buscaba algo por orden de alguien que no era la señora Mao. Eso explicaba la urgencia de la búsqueda después de tantos años. Hacía tiempo que la señora Mao se había convertido en «mierda de perro», y el hecho de que se viera salpicada por más «mierda» no tenía por qué importarles a las autoridades de Pekín. Por tanto, debían de buscar, como habían dicho, algo directamente relacionado con Mao.

– Muchísimas gracias, Gang. Esta información me será muy útil para el libro. Volveré pronto al restaurante.

Sin embargo, ¿cómo podía ponerse en contacto con Sima u otro miembro de la escuadra especial? No lo lograría pidiendo ayuda al ministro o a cualquier alto cargo de Pekín. Por el contrario, tan pronto como saliera a la luz que investigaba el «caso Mao», el inspector jefe sería suspendido de empleo y sueldo.

El doctor Xia no había dejado de sacudir la cabeza mientras Chen hablaba por teléfono.

– Disculpe la interrupción, doctor Xia. Trabajo policial, ya sabe…

– A mí no me venga con lo del «trabajo policial», inspector jefe. Escúcheme con atención: si sufre mareos o vértigos continuos, tiene que venir a verme de nuevo. Debe alejarse del trabajo por completo durante una semana.

– Una semana… -repitió Chen, preguntándose si tendría la suerte de poder tomarse como mucho un día libre.

Con todo, se sentía afortunado por no haber salido tan mal parado tras su encontronazo con los gángsteres, aunque su suerte podría cambiar la próxima vez.

– No diga ni una palabra acerca de esta visita a la gente del Departamento, doctor Xia -advirtió Chen.

Cuando ya se levantaba para irse, su móvil volvió a sonar.

El número indicaba que se trataba de una llamada de Pekín. Era Wang, presidente de la Asociación de Escritores de aquella ciudad, al que Chen había intentado sonsacar información sobre Diao, el autor de Nubes y lluvia en Shanghai.

– Diao acaba de llegar a Pekín y se aloja en casa de su hija.

– ¿Va a volver pronto a Shanghai?

– No lo sé. Está cuidando de su nieto, según me han dicho.

– Bien -dijo Chen, tras caer en la cuenta de que Diao podría permanecer allí semanas, incluso meses-. Muchas gracias, presidente Wang. Es lo que necesitaba saber, se lo agradezco.

– ¿Puede olvidarse de su trabajo durante un minuto, inspector jefe Chen? -dijo el doctor Xia, cada vez más exasperado-. Tómese unas vacaciones en algún sitio donde nadie pueda encontrarlo. Se lo digo muy en serio. Y, además, deshágase del móvil.

– Unas vacaciones donde nadie me conozca… Y nada de móviles… Gracias por la sugerencia. Lo pensaré, doctor Xia. Le doy mi palabra.

Lo cierto era que le vendrían bien unas vacaciones. En Pekín. Así podría trabajar en el caso Mao simulando estar de vacaciones. Chen se despidió de Xia y salió de la clínica.

En esta fase de la investigación, la colaboración de Diao sería crucial, porque podría proporcionar información no sólo sobre la muerte de Shang, sino también sobre la escuadra especial de Pekín. Y, lo que era más importante, sobre lo que la escuadra buscaba entonces. Diao se habría documentado a fondo antes de escribir el libro, y tal vez no hubiera incluido todos los detalles de su investigación en Nubes y lluvia en Shanghai.

Por otro lado, a causa de sus «vacaciones», el inspector jefe tendría que posponer unos días sus pesquisas en Shanghai. Sin embargo, a raíz de los nuevos acontecimientos, Chen creyó que debía arriesgarse a hacer el viaje.

Tenía la impresión de que Mao estaba en el meollo de toda la confusión. En lugar de centrarse en el episodio de los gángsteres, o en el asesinato de Yang, se las arreglaría, como reza el proverbio, sacando la leña de debajo del caldero.

Si sus atacantes creían que las vacaciones se debían a su advertencia, que así fuera. Acabarían por conocer al inspector jefe Chen, tarde o temprano.

Por último, aunque no por ello menos importante, tenía otro asunto pendiente en Pekín, pensó Chen con algo de remordimiento.

Torció por la calle Chengdu, donde tal vez encontraría un taxi.

En la esquina de la calle, un anciano dormitaba en su silla de ruedas. El anciano llevaba gafas de sol y apoyaba los pies en el manillar. Chen no entendía cómo podía descansar en una postura tan incómoda. Por otra parte, muchas cosas podían tener sentido para alguien y no para los demás, como su idea de tomarse unas vacaciones.

Chen sacó el móvil.

Primero llamó a Gu, y le relató su encontronazo con los gángsteres.

– ¿Qué? -exclamó Gu con una mezcla de asombro y de indignación-. ¿Unos hijos de puta lo han atacado en plena luz del día? ¿Dónde está? Ahora mismo voy hacia allí.

– No se preocupe. No me han roto ningún hueso, ya he ido al médico, y me ha recomendado que coja un par de días libres, así que estoy pensando en tomarme unas vacaciones cortas -explicó Chen-. No estoy seguro de si los que me atacaron están relacionados con la Tríada, pero las armas y la jerga de esos tipos me hicieron sospechar.

– Es indignante. Ya averiguaré quién está detrás, tiene mi palabra.

– ¿Ha visto a Nube Blanca últimamente?

– Sí. ¿Por qué lo pregunta, inspector jefe Chen?

– Uno de los gángsteres dijo algo sobre un sapo feo que babeaba al ver un bello cisne. Tal vez la agresión tenga que ver con una relación sentimental. Aunque, como sabe, no hay nada entre nosotros.

– Nada en absoluto, lo sé, pero ella lo adora. Usted no le ha dado la menor oportunidad. No, no creo que Nube Blanca esté implicada en lo sucedido, pero hablaré con ella. Nunca habla de usted con otras personas, yo le he pedido que no lo haga.

Chen no estaba demasiado seguro de ello. Nube Blanca era una chica joven y moderna. Y, por su parte, Gu solía enorgullecerse de sus contactos.

– No hace mucho intervine para que un conocido conservara su antigua mansión como patrimonio histórico. Tal vez la inmobiliaria interesada en la casa no esté demasiado contenta. La empresa se llama Viento del Este, y tiene contactos con la «manera blanca» y la «manera negra».