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– Viento del Este…, creo que he oído hablar de ella. Conozco gente que se mueve en este mundillo. Ya sé lo que haré, excavaré un metro bajo tierra.

– No tiene que esforzarse tanto, Gu.

– ¿Cómo puede decir eso, inspector jefe Chen? Cualquiera que lo ataque a usted me ataca a mí. Es como si me dieran la bofetada también a mí -continuó diciendo Gu, en tono serio-. En la sociedad actual no quedan demasiados polis honestos y capaces como usted. Si hago algo, no sólo será por usted.

– Pero no se precipite. Y tampoco me mencione cuando haga sus averiguaciones.

– No se preocupe y disfrute de sus vacaciones. Llámeme si hay cualquier novedad. -Gu añadió-: Ah, visitaré a su madre durante el fin de semana, y Nube Blanca también lo hará.

Según le había enseñado su padre, en los clásicos confucianos se debate a menudo el concepto de «actuar por conveniencia». De momento, la resolución del caso Mao era el fin que justificaba todos los medios. Gu lo había ayudado antes y volvería a ayudarlo; y esta vez lo haría lleno de yiqi, como en una novela de artes marciales. Tal vez el inspector jefe tuviera que devolverle el favor más adelante, pero no quería preocuparse por ello ahora.

A continuación, Chen llamó al Viejo Cazador.

– Acabo de ver al doctor Xia. Me ha dicho que he sufrido una conmoción cerebral.

– ¿Ha tenido un accidente?

– No, no diría que fue un accidente. Un par de gángsteres me han atacado en la calle -explicó Chen sin entrar en detalles-. Para garantizarme una recuperación tranquila, el doctor Xia insiste en que me tome unas vacaciones, lejos del trabajo y de las preocupaciones. No puedo decirle a nadie dónde estaré, para evitar que me llamen por teléfono. Me temo que tengo que hacerle caso.

– Pero aquí pueden producirse acontecimientos inesperados…

– Me pondré en contacto con usted de vez en cuando.

– Está bien. ¡Ah! He encontrado a alguien de total confianza para trabajar temporalmente como asistenta en casa de Jiao. Quizá descubra algo que pueda contarnos.

– Estupendo, será de gran ayuda. Dígale que vaya a casa de Jiao lo más pronto posible. Se lo mencionaré a Jiao antes de irme. Si se presenta alguna emergencia, póngase en contacto con una amiga mía. Éste es su número. Sabrá dónde voy a estar los próximos días.

Era el número de Ling. De momento, no se le ocurría a quién más podría llamar el Viejo Cazador si necesitaba contactar con él. Según Yong, Ling había vuelto a instalarse en casa de sus padres.

– ¿Será seguro llamarla?

– Es una «línea roja» especial para familias de cuadros superiores. No tema, el teléfono no estará intervenido; aun así, no le dé el número a nadie.

– Entiendo.

Tal vez el Viejo Cazador hubiera adivinado de quién se trataba. ¿Qué pensaría de las repentinas vacaciones de Chen? Que el romántico inspector jefe, en un impulso irrefrenable, volvía corriendo a los brazos de su antigua novia…

Chen decidió no preocuparse por eso tampoco.

Tenía que hacer otra llamada para recomendarle a «alguien de total confianza» a Jiao, la cual le había dejado un mensaje en el móvil mientras él iba de camino a la estación de ferrocarriles de Shanghai.

16

Peiqin llegó al complejo de pisos de lujo de la calle Wuyuan siguiendo las indicaciones que le había dado el Viejo Cazador.

La esposa del subinspector Yu era esa «persona de total confianza» que Chen le había recomendado a Jiao, aunque el inspector jefe no tenía ni idea de que se tratara de Peiqin.

Peiqin se había ofrecido para trabajar temporalmente como asistenta para sorpresa tanto de Yu como del Viejo Cazador, quien le había pedido que lo ayudara a buscar a alguna persona apropiada. Peiqin presentó argumentos convincentes a favor de su candidatura: sería casi imposible encontrar a alguien de confianza en tan poco tiempo, y mucho menos a una persona capaz de informar a la policía en secreto. Además, fuera cual fuese la razón por la que Chen se había tomado vacaciones, el inspector jefe debía de estar en peligro. Tenían que ayudarlo. Finalmente, Yu aceptó con la condición de que Peiqin sólo hiciera lo que se esperaba de una asistenta temporal.

Peiqin nunca había estado en la zona de la calle Wuyuan y sus aledaños. Al igual que muchos habitantes de Shanghai, raramente salía de su círculo y no le veía sentido a explorar barrios que, para ella, eran como otra ciudad. Antes y después de 1949, la calle Wuyuan se consideraba uno de los «enclaves de clase alta» a los que jamás tendrían acceso gente corriente como Peiqin y Yu.

En una ciudad que cambiaba tan rápidamente, la brecha entre ricos y pobres volvía a ampliarse. Periódicos y revistas habían empezado a hablar de construir una sociedad armoniosa en un esfuerzo conjunto, como cigarras incansables. Peiqin se preguntaba cómo se lograba algo así. Al llegar al complejo residencial, mostró su identificación al guarda de seguridad con uniforme verde que controlaba la entrada y afirmó ser la asistenta.

Tras entrar en el complejo, se sintió momentáneamente perdida, como la abuela Liu en Sueño en el pabellón rojo. Aquellos pisos de tanto lujo se alzaban como sueños inalcanzables y majestuosos. Antes de llamar al interfono, Peiqin se miró de nuevo en un espejo de bolsillo. El espejo le devolvió la imagen de una mujer de mediana edad con una camiseta negra desteñida, pantalones color caqui y zapatos con suelas de goma, que llevaba una bolsa de lona. Era la típica imagen de las criadas que aparecían en las series televisivas, un papel que no le sería demasiado difícil interpretar después de todas las tareas domésticas que había hecho en su casa a lo largo de los años.

– ¿Quién es? -preguntó una voz desde la quinta planta.

– Soy Pei. El señor Chen me dijo que viniera hoy.

– ¡Ah, sí! Suba. Habitación 502.

La cerradura de la puerta de entrada hizo un clic. Peiqin abrió la puerta y se dirigió al ascensor.

Al salir en la quinta planta, vio a una mujer joven que esperaba en el umbral de un piso situado a su izquierda.

– ¿Así que usted es la nueva asistenta?

– Sí -respondió Peiqin, asintiendo con la cabeza.

– Yo soy Jiao.

La joven llevaba un vestido mandarín de color azul claro con un vistoso fénix bordado y escarpines de satén de tacón alto a juego con el vestido, como si hubiera salido de una película de los años treinta. El vestido mandarín, que parecía hecho a medida, resaltaba sus curvas, aportándoles una sutil voluptuosidad. Jiao sostenía un par de medias en la mano.

Podía ocuparse sola del piso, pero Peiqin sabía que el hecho de tener asistenta daba prestigio. Peiqin había oído decir que algunos nuevos ricos tenían en sus pisos un cubículo que llamaban «la habitación de la criada». Y disponía de baño propio, para que la asistenta no se tropezara con los señores. Peiqin había crecido durante los años de propaganda comunista igualitaria y no podía evitar sentirse un poco incómoda en esta situación, pese a que ahora se limitaba a interpretar un papel, un papel temporal.

– Entre -indicó Jiao.

– Me llamo Pei. El señor Chen me ha pedido que viniera. -Peiqin repitió lo que había dicho por el interfono.

– El señor Chen me llamó para decir que enviaría a alguien de confianza.

– Hace años que conozco al señor Chen, es muy buena persona.

– ¿Cómo está? He intentado llamarlo esta mañana, pero no ha contestado.

– Supongo que estará fuera de la ciudad en algún viaje de negocios -respondió Peiqin vagamente. No estaba segura de si Jiao estaba al tanto de los últimos acontecimientos.

– Los hombres de negocios son así -dijo Jiao, y añadió-: Voy a salir esta mañana, así que hablemos ahora de lo que tiene que hacer. No hace falta que venga cada día. Tres veces por semana, cuatro horas cada día. Principalmente, tendrá que limpiar el piso y lavar la ropa. De vez en cuando le pediré que prepare la cena, como hoy, pero cuando acabe puede irse. Por estos servicios le pagaré ochocientos al mes, extras aparte. ¿Le parece bien?