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– Si hubo alguna diferencia entre Qian y yo, fue que yo conservé la vieja mansión. Ella se quedó sin nada. Shang murió. Echaron a Qian de su propia casa, y después desapareció durante varias semanas. Cuando volvió a aparecer había cambiado mucho. Como dice un antiguo refrán, quiso deshacerse de un jarro roto pero, desafortunadamente, ella misma se convirtió en un jarro roto. Entonces se enamoró de Tan, un buen amigo mío, otro cachorro negro de familia capitalista. Tan me habló de su relación. En aquella época, tener relaciones sexuales sin licencia matrimonial era delito, pero ¿qué otra cosa podían hacer dos jóvenes condenados al fracaso? Qian no tardó en descubrir que estaba embarazada. Yo estaba muy preocupado por ellos. Una mañana, a primera hora, Tan entró a escondidas en mi casa y me dio un sobre grande, diciendo que era algo de Qian. Se marchó a toda prisa antes de que pudiera hacerle ninguna pregunta. Alrededor de una semana más tarde, los cogieron cuando intentaban huir a Hong Kong. Tan recibió una brutal paliza en el viaje de regreso a Shanghai y acabó suicidándose, tras dejar una nota en la que asumía la responsabilidad de lo sucedido. Así fue como la absolvieron a ella.

– Gracias a eso Qian sobrevivió. ¿Se puso usted en contacto con ella después de la muerte de Tan?

– Qian estaba sometida a una vigilancia constante, y yo no quería meterme en problemas. Además, me había decepcionado. Al poco de morir Tan, se buscó otro amante. Estrechó a un nuevo cuerpo caliente entre sus brazos cuando el cuerpo anterior aún no se había enfriado en la tumba. Y no era más que un semental lujurioso, casi diez años más joven que ella. Los pillaron en plena perversión sexual, y a él lo encerraron por ser un «vándalo degenerado». Pensaba devolverle a Qian el paquete, por supuesto, pero entonces ella también murió.

– ¿Qué ocurrió después, señor Xie?

– Bueno, la situación empezó a mejorar, aunque mi mujer me dejó y se fue a Estados Unidos. Debí de hablarle demasiado acerca del sueño americano. Karma.

– No es culpa suya, y es ella la que ha salido perdiendo. Por favor, volvamos al tema principal.

– A principios de los ochenta la gente volvió a llamarme señor Xie. Ya no tenía que pasarme el día enfurruñado como una mofeta sin hogar. Mi casa fue descrita como un símbolo de la antigua Shanghai en los fastuosos años treinta, y me aventuré a salir en busca de Jiao. Era una promesa que había hecho en memoria de Tan. Jiao vivía en un orfanato, al que de vez en cuando acudía a visitarla Zhong, la vieja criada de Shang. Le di algo de dinero a Zhong, no demasiado, para que se lo entregara a Jiao. La pobre muchacha lo estaba pasando muy mal.

– ¿Se encontró allí con Jiao?

– Intenté no coincidir con ella, pero, casualmente, una tarde me vio en compañía de Zhong y ésta me presentó a Jiao como un amigo de su padre. Poco después, Jiao salió del orfanato y empezó a trabajar en empleos de poca monta.

– ¿Usted aún conservaba aquel paquete?

– Sí. Jiao compartía una pequeña habitación con tres o cuatro chicas de provincias, no tenía ninguna intimidad. No quería dárselo en esas circunstancias, fuera lo que fuese.

– Hizo bien, señor Xie. Luego la vida de Jiao dio un cambio, ¿no?

– Sí, y de forma repentina. Dejó su empleo y se mudó a un piso de lujo…

– Un momento. ¿Usted no tuvo nada que ver con ese cambio?

– No, en absoluto. De hecho, me enteré a través de Zhong; ella creía que era yo el que había ayudado a Jiao. Pero ¿cómo podía ayudarla yo? Mire este jardín, ni siquiera puedo permitirme contratar a un jardinero.

– Debería tener uno -respondió Chen asintiendo con la cabeza mientras contemplaba el marchito jardín.

– Al cabo de unos meses, Jiao vino a verme, y después se convirtió en mi alumna.

– ¿Había heredado mucho dinero?

No, no que yo sepa.

– Lo visitó después de la publicación del libro Nubes y lluvia en Shanghai, supongo.

– Creo que sí. Es muy buena alumna, pero no sé por qué asiste a mis clases. Posiblemente sea su manera de devolverme el dinero que le di. Pagando por las clases, quiero decir -explicó Xie frunciendo el ceño-. Es una chica muy amable. No logro entender por qué me proporcionó una coartada. ¿Para devolverme el favor con algo más que dinero? Yo he hecho muy poco por Jiao.

– Quizá fuera poco para usted, pero mucho para ella. Y otra cuestión, ¿le ha llegado algún rumor sobre los cambios en la vida de Jiao?

– Casi todo el mundo cree que alguien la está ayudando. Un nuevo rico que se lo paga todo. Pero no puedes pedirle a una chica que te explique algo así si prefiere no contártelo. Lo que haga es asunto suyo.

– Eso es cierto -admitió Chen-. En cuanto al paquete, ¿se lo entregó a Jiao después de que ella empezara a visitarlo con frecuencia?

– No inmediatamente después. Al principio no estaba seguro de si debía dárselo; me preocupaban los cambios inexplicables de su vida y la posibilidad de que alguien la estuviera manteniendo. Pero acabé entregándoselo, hace algunos meses. Es suyo, ¿no? No tenía ningún motivo para no dárselo.

– ¿Descubrió lo que había en su interior?

– No. Fuera cual fuese el secreto que contenía, no era de mi incumbencia. Algún día tal vez tenga que jurar -dijo Xie, con los ojos ligeramente entrecerrados a causa de la luz- que nunca vi nada.

La luz de la tarde, filtrada a través del follaje, iluminaba las arrugas de su astuto rostro. Xie, superviviente de aquellos años tumultuosos, tenía que mostrarse cauto.

– ¿Le dijo ella lo que había en el interior del paquete?

– No, no lo hizo. -Xie cambió de tema abruptamente-. A propósito, ¿se ha enterado de que entraron a robar en su casa hará un mes?

– No, no lo sabía -contestó Chen. Pero era fácil entender por qué Seguridad Interna no le había dicho nada al respecto, y por qué Liu creía que lo que buscaban se encontraba en casa de Xie.

– A pesar de que su piso está en un complejo muy vigilado, un ladrón consiguió entrar, pero no se llevó nada de valor.

– ¿Ha revelado Jiao a alguien más la existencia del paquete?

– No lo sé. Aunque no creo que cometa ese error.

– Jiao viene con frecuencia a su casa y ustedes dos tienen mucho contacto. Dejando a un lado lo del paquete, ¿ha notado algo raro en ella?

– Bueno, para ser una joven que lleva una vida desahogada, no es realmente feliz. Tal vez sólo sea mi impresión. Lo que me extraña es que me visite con tanta frecuencia. Es comprensible que los Old Dicks estén siempre aquí, no tienen nada más que hacer, y ningún otro lugar al que ir. Pero no logro entender por qué viene Jiao.

– Sí, resulta sorprendente -admitió Chen-. Además, un «bolsillos llenos» exhibiría a su «pequeña concubina» igual que exhibiría un Mercedes, pero nadie parece haber visto a Jiao con un protector rico. ¿Sabe algo al respecto?

– No, nunca la he visto con un «bolsillos llenos», ni he oído que Jiao vaya con uno.

– ¿Cree que Jiao vive sola?

– Sí, creo que sí. Aunque ahora que lo pregunta, me surge alguna duda. Una tarde, hará dos o tres meses, la llamaron en medio de la clase de pintura y se fue a toda prisa, diciendo que alguien «la esperaba en casa». Si se supone que vive sola, ¿cómo es posible que la llamara alguien desde su piso? Además, la llamaron a un móvil rojo que nunca había usado, y que no volvió a usar después de aquella llamada.

– Es muy observador. No me sorprende que se dedique a la pintura. Pero tal vez se tratara simplemente de una visita inesperada -sugirió Chen con tono reflexivo. No cabía duda de que Xie era muy observador, y no sólo como pintor-. Como profesor de pintura, ¿ve algo raro en los cuadros de Jiao?

– Tal vez no sea la persona más indicada para decirlo. Según algunos críticos, no soy más que un impresionista de salón, que sólo sabe plasmar sus impresiones de aquellos años decadentes.