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– ¿Qué vas a hacer respecto a Chen?

– ¿Lo ves? Te preocupa incluso cuando yaces desnuda en mis brazos.

– Tienes unos celos irracionales. Si eso es lo que quieres, dejaré de verlo. Acepté su invitación porque estaba ayudando a Xie. No hay nada entre nosotros.

– Bueno, ahora no hablemos de él.

«Mao» no parecía querer adentrarse en el tema. Fuera quien fuese, se trataba de un hombre posesivo que veía a Chen como una amenaza.

Chen volvió a escuchar el mismo sonido de antes, borboteando en el silencio de la habitación. Esta vez, «Mao» no recitó ningún poema. El inspector jefe sólo oyó su respiración entrecortada y los chirridos del colchón de madera.

Pero «Mao» fracasó de nuevo.

– Hoy estoy demasiado cansado -musitó.

Chen abrió un poco más la puerta corredera del vestidor y pudo vislumbrar, entre la penumbra, las siluetas de dos cuerpos blancos sobre la cama, recostados en sendas almohadas.

– Hoy estás reventado -dijo ella-. Entre tu preocupación por Chen y…

– ¿Qué estás diciendo? -le espetó «Mao», exasperado-. ¿Crees que Chen podría reventarme? ¡Escucha lo que te digo! No va a salir tan bien parado la próxima vez.

– No tengo nada que ver con él. De verdad. Te lo juro por el alma de mi abuela. -Jiao se lo había tomado en serio, fuera lo que fuese lo que «Mao» había querido decir con «la próxima vez»-. Sólo va a casa de Xie porque necesita documentarse para el libro que está escribiendo.

– ¿Por qué demonios no puedes dejar de ir allí? Ni Chen ni Xie son asunto tuyo, joder.

– Voy a clase de pintura por ti. Querías que tuviera estudios y que fuera culta para ser digna de ti.

– Quería que te pulieras un poco, como Shang, para que fueras como ella en todo.

– Pero he aprendido muchas cosas allí. Xie es un hombre muy cultivado.

– Así que realmente te importa Xie. Ya veo…

– ¡Cómo puedes decir eso! -exclamó Jiao.

Un objeto de cristal, quizás un vaso, cayó al suelo y se rompió en mil pedazos.

Tal vez Jiao había tirado la taza que estaba sobre la mesita de noche con un movimiento repentino. En el Romance de los tres reinos, Liu Bei también tira su taza cuando Cao Cao hace un comentario inesperado sobre la ambición secreta de Liu.

– No te muevas -dijo Jiao, bajando de la cama de un salto-. Iré a buscar la escoba y lo recogeré.

En el vestidor, escondido detrás de la puerta, el inspector jefe pudo entrever el cuerpo desnudo de Jiao acercándose sin hacer ruido. Chen calculó que podría salir corriendo en el preciso instante en el que ella abriera la puerta. Jiao, demasiado sorprendida para reaccionar, no lo reconocería en la oscuridad. «Mao», que continuaba tumbado sobre la cama, no conseguiría atraparlo.

Chen metió las manos en la rendija de la puerta sin dejar de escuchar los pasos de Jiao, que se iban aproximando lentamente…

29

De repente se encendió una luz dentro del vestidor; parecía como si se hubiera activado con el sonido de las pisadas de Jiao al acercarse.

Era una lucecita minúscula, que sólo iluminó tenuemente un círculo en el suelo. Probablemente estaba conectada a un temporizador automático.

Conteniendo la respiración, Chen tensó los músculos y se dispuso a salir corriendo.

Pero la puerta del armario no se abrió.

Para su sorpresa, los pasos comenzaron a alejarse.

A Chen le pareció oír, sudando entre sorprendido y aliviado, que Jiao se dirigía a la cocina.

Al cabo de un minuto la oyó volver, probablemente con la escoba de la cocina.

Fue un auténtico milagro que hubiera ido a buscar la escoba de la cocina en lugar de coger la que guardaba en el vestidor.

«Mao» encendió la lámpara de la mesita de noche después de que Jiao volviera al dormitorio.

Chen alcanzó a ver por fin el cuerpo de Jiao, de un blanco refulgente, y contempló la delicada tensión de su espalda curvada y de sus nalgas cuando la muchacha se agachó para barrer el suelo con una escoba y un recogedor.

No fue más que una visión fugaz. Jiao recogió los trozos de cristal y volvió a la cocina con la escoba y el recogedor.

Al regresar al dormitorio, la muchacha apagó la luz nada más meterse en la cama.

¿Por qué se había molestado en ir, desnuda, hasta la cocina para buscar una escoba cuando guardaba otra en el vestidor? Quizá no quería usar una escoba suave para limpiar el té vertido en el suelo. En Shanghai solían usarse escobas hechas con trozos de bambú en los patios de las casas shikumen o en las cocinas con suelo de cemento. Para un dormitorio, sin embargo, se empleaban escobas fabricadas con juncos de Luhua, u otras de mejor calidad, fabricadas con bonote…

– Primero dijiste que ibas allí por las clases de pintura -siguió diciendo «Mao»-. Pensé que te vendría bien ir, pero cada vez pasas más tiempo en la casa de Xie. Clases, fiestas…, y a veces vas sin ninguna excusa. ¿Por qué?

– ¿Qué puedo hacer aquí? Tú siempre estás ocupado, sólo vienes por tu ración de nubes y de lluvia.

– Y eso no es todo. Has estado cuidando muy bien a Xie, cocinando, limpiando y lavándole la ropa, pero necesitas una asistenta para que te ayude aquí. Cuando estuvo enfermo en el hospital, te quedaste horas junto a su cama.

– Xie ha sufrido mucho. Ahora es un anciano que vive solo, y yo sólo quiero ayudarlo un poco, como también hacen sus otras alumnas.

– ¿Como hacen sus otras alumnas? No sigas tomándome el pelo. Incluso llegaste a proporcionarle una coartada falsa. Aquella noche, por lo que recuerdo, volviste a casa bastante pronto. ¿Por qué lo hiciste?

– Es incapaz de hacerle daño a nadie, incapaz de matar una mosca. Intentaron tenderle una trampa, tuve que ayudarlo.

– ¿Ayudarlo? ¿Ayudarlo posando desnuda para él y arriesgándote a cometer perjurio por él? -preguntó «Mao» alzando la voz-. Me dijiste que, antes de ir a sus clases, no lo conocías. Eso es otra mentira. Hizo cuanto estuvo en su mano por ayudarte, y me remonto a los años que pasaste en el orfanato.

– Yo no sabía nada.

– Ahora es toda una leyenda en Shanghai. Tiene una mansión que vale una fortuna, además de una colección fabulosa.

– ¿Por quién me tomas?

– ¿Cómo puede importarte un tipo tan patético?

¿Era posible que le importara? Si bien Chen había observado que existía algo entre Xie y Jiao, nunca había contemplado realmente esa posibilidad.

No obstante, no resultaba del todo descabellado pensar que Jiao se hubiera sentido atraída por Xie. No necesariamente por intereses materiales, sino por un ansia espiritual. Tal vez viera en el entorno de Xie la continuación imaginada del mundo de Shang, destrozado por Mao. Además, la relación con Xie quizás aportara un significado simbólico a la trágica vida de la joven, porque el recuerdo de Mao también estaba destrozando su mundo.

– ¿Acaso te importo como ser humano? No, no soy más que un objeto de tu fantasía, como un jarrón, un adorno, un Mercedes o una casa.

– ¿Estás mal de la cabeza? Compré aquel pergamino para ti. Costó el equivalente de cinco Mercedes.

– No, lo compraste para ti. Para alimentar tu fantasía de ser Mao.

– Y si le propuse a Xie comprarle la casa fue por ti. Xie no sería nada sin esa maldita casa.

– ¡Tú estabas detrás de la oferta que le hizo la inmobiliaria! Debería haberlo imaginado. Tú y tus contactos con la «manera blanca» y con la «manera negra».

– De no haber sido por la intromisión de Chen, Xie estaría hoy en la calle. Y ahora escúchame bien. El que se interponga en mi camino, sea quien sea, recibirá su merecido. No se librará ni siquiera tu señor Chen, pese a todos sus contactos. La próxima vez no escapará sólo con una advertencia de mis hermanitos.