– Es bastante ingenioso. -Entonces Chen preguntó de pasa- da-: Por cierto, ¿tiene un libro titulado Nubes y lluvia en Shanghai? Es un libro sobre la época de Mao, según creo.
Fei lo miró de arriba abajo.
– No es el tipo de libro que suele comprar, señor.
– Esta semana estoy de vacaciones. Me lo han recomendado.
– Se agotó hace algún tiempo, pero conservo un ejemplar que me quedé para mí. Si es para un antiguo cliente como usted, se lo puedo vender.
– Muchísimas gracias, señor Fei. ¿Realmente se ha vendido tanto?
– ¿Nunca había oído hablar de él?
– No -respondió Chen. El ministro le había hecho la misma pregunta-. ¿No trata sobre el trágico destino de una joven?
– Sí, pero también de otras cuestiones. Tiene que leer entre líneas.
– ¿De otras cuestiones? -preguntó Chen, ofreciéndole un cigarrillo a Fei.
– Habrá oído hablar de Shang.
– ¿La estrella de cine?
– Sí. Era la madre de Qian, la supuesta heroína del libro. Hay una máxima famosa en el Tao Dejing: «En la desdicha está la fortuna, y en la fortuna la desdicha». Es muy dialéctica. -Fei dio una larga calada a su cigarrillo-. A principios de los cincuenta, la carrera de Shang había empezado a declinar, pero de pronto resurgió. ¿Por qué? Porque bailó con el presidente Mao, susurrándole secretos al oído y apoyándose en su ancho hombro… Sólo Dios sabe cuántas veces viajó Mao a Shanghai para estar con ella, hasta bien entrada la noche, y después hasta la madrugada. Mientras bailaban, el cuerpo de Shang se estrechaba suavemente contra el suyo, como las nubes, como la lluvia…
– ¿El libro menciona todo eso?
– No, si lo mencionara no lo habrían publicado. El autor fue con mucho cuidado al escribir el libro. Con todo, la historia de la vida de Shang era más que sugerente. Mao podría haber elegido a cualquier pareja de baile, en cualquier momento, en cualquier lugar, pero Shang contaba con el favor imperial. Todo el mundo la envidiaba. Sin embargo, acabó pagándolo muy caro: a principios de la Revolución Cultural llegó una escuadra especial enviada desde Pekín que la aisló y la sometió a un interrogatorio, eso la llevó al suicidio.
– ¿Por qué? Quiero decir, ¿por qué la aislaron y la sometieron a un interrogatorio?
– Según el libro, la escuadra especial intentaba coaccionarla para que confesara «haber conspirado contra nuestro gran líder Mao y haberlo difamado». Sin embargo, en el libro no se menciona ningún comportamiento sospechoso, salvo que, después de su primer baile con Mao, Shang le comentó a una amiga: «El presidente Mao es grande, en todos los sentidos».
– Venga, señor Fei, «grande» puede significar sencillamente «magnífico». La gente siempre decía que Mao era un líder magnífico -afirmó Chen, acariciándose de nuevo la barbilla-. Entonces, ¿por qué la persiguieron?
– ¿Todavía no lo entiende? La señora Mao estaba furiosa. Shang era más joven y más guapa que ella, además de ser la favorita de Mao, al menos durante algún tiempo. Cuando se volvió poderosa gracias a la Revolución Cultural, la esposa de Mao envió a aquella escuadra de investigación especial a Shanghai como venganza. Ésta es la auténtica historia detrás de la historia de Qian que relata el libro.
Era una historia que cualquier lector medio podía imaginarse fácilmente, pero no explicaba el repentino interés de las autoridades de Pekín por Jiao. Chen decidió volver a tentar la suerte.
– Hablando de Mao, ¿tiene el libro que escribió su médico particular?
– Si encontraran ese libro aquí, me cerrarían la librería de la noche a la mañana. Usted no será un poli, ¿verdad?
– No, se lo preguntaba por curiosidad, porque estábamos hablando del tema.
– No, no lo vendo y no lo he leído, pero un amigo mío sí. Está lleno de historias sobre la vida privada de Mao, e incluye detalles sórdidos y muy gráficos que nunca aparecerían en ninguna publicación oficial.
– Ya entiendo.
– Deje que le busque Nubes y lluvia en Shanghai -dijo Fei, desapareciendo tras una estantería.
Chen escogió un libro sobre la historia de la industria cinematográfica de Shanghai y otro sobre intelectuales y artistas durante la Revolución Cultural. Puede que estas obras, además de Nubes y lluvia en Shanghai, le permitieran recomponer la historia de Shang. También metió en su cesta un nuevo volumen de poesía de la dinastía Tang. No quería que Fei sospechara que estaba investigando la vida de Shang.
Fei volvió con un libro en la mano. Tenía una fotografía de Qian en la portada, con un recuadro en el que aparecía otra fotografía, la de Shang, descolorida y casi perdida en el fondo.
Mientras Chen sacaba la cartera frente al mostrador, a Fei pareció ocurrírsele algo.
– Mírela -dijo, señalando la imagen de Shang-. ¡Qué tragedia! A veces me pregunto si murió asesinada.
– ¡Asesinada!
– Muchas figuras célebres se suicidaron durante aquellos años, pero muchas otras fueron acosadas o golpeadas hasta la muerte. El suicidio, sin embargo, no era culpa de nadie, sólo del muerto, una conclusión más que conveniente para el Gobierno del Partido.
– ¡Ah! -exclamó Chen con cierto alivio. El comentario de Fei no hacía sino reflejar lo que todos sabían sobre lo sucedido en aquella época.
– En cuanto a la escuadra especial de Pekín, existe otra posible interpretación -siguió explicando Fei. Chen era el único cliente en la tienda, y Fei no parecía dispuesto a dejarlo marchar-. Puede que Shang conociera algún secreto terrible, por lo que la silenciaron para siempre. ¿Recuerda el juicio a la Banda de los Cuatro? La señora Mao fue acusada de perseguir a las estrellas de cine con las que se relacionó en la década de los treinta.
Aquello era cierto. Las actrices habían sufrido el acoso de los Guardias Rojos porque conocieron a la señora Mao cuando ésta era una actriz de poca monta. Sin embargo, Shang habría sido demasiado joven en aquella época.
Chen dio las gracias a Fei y se fue con sus libros hacia el restaurante que servía empanadillas.
Cuando llegó a la esquina, sufrió una decepción al encontrar una boutique de vestidos mandarines donde antes estaba el restaurante. La tienda parecía cerrada, y en el escaparate sólo había un maniquí en pose coqueta, ataviado con un vestido rojo desabrochado.
Chen sabía de otro restaurante que abría hasta muy tarde y no quedaba demasiado lejos, pero el inspector jefe había perdido las ganas de cenar fuera. Decidió volver a casa andando, cargado con los libros.
De vuelta en su piso, Chen empezó a leer con el estómago vacío. A lo lejos, una sirena perforó el aire nocturno. «Absurdo», pensó, pasando una página. «Es imposible ofrecer un relato racional de la existencia humana.» Chen no tardó en adentrarse en la trama y en la historia que se contaba entre líneas.
Al cabo de unas dos horas, el inspector jefe terminó de leer por encima Nubes y lluvia en Shanghai. Estirando su dolorido cuello, se desplomó en el sofá como hiciera Shang sobre un puesto de pescado en la escena de su muerte que se narraba en el libro.
La historia no era muy distinta de lo que había imaginado. Trataba sobre el sufrimiento de una mujer hermosa, y reproducía un tema arquetípico sobre la «suerte fina como una hoja de papel» que tiene una mujer bella. El escritor era astuto y centraba la narración principalmente en Qian, dejando a Shang en un segundo plano. Como en la pintura de un paisaje chino tradicional, el libro invitaba a los lectores a adivinar lo que ocultaban sus elipsis.
Sin embargo, apenas se hacía mención a Jiao. Cuando Qian murió, Jiao sólo tenía dos años, por lo que esta omisión parecía comprensible dada la estructura del libro.
Chen se levantó y se puso a deambular por la habitación. Tras encender un cigarrillo, creyó tener una idea aproximada sobre la relación de Shang con Mao, aunque no se le ocurrió qué podía haberle entregado Mao a Shang.