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No sabía cuánto tiempo había transcurrido. El inspector jefe sintió de repente que le entraban náuseas.

Cuando Chen iba a coger su móvil, Hua sufrió una violenta convulsión y rodó por la cama hasta caer sobre el retrato hecho añicos de Mao.

Nada más apretar la primera tecla, Chen oyó un ruido seco de pasos que se acercaban por el pasillo exterior, y a continuación alguien comenzó a aporrear la puerta.

– ¡Abran inmediatamente! Patrulla policial.

Era el Viejo Cazador, que ya empezaba a meter una llave en la cerradura.

30

– ¡Caramba, inspector jefe Chen! -el Viejo Cazador irrumpió en el piso resollando-. Estaba patrullando por esta calle cuando oí un estrépito y vi un objeto negro que salía volando por la ventana. ¿Hay algún problema…?

El Viejo Cazador se interrumpió al ver el cuerpo desnudo de Jiao, que yacía rígido sobre la cama. Después vio el cuerpo de un hombre, también desnudo, tumbado en el suelo sobre un retrato de Mao con el cristal hecho añicos.

El desorden que reinaba en el dormitorio estaba envuelto en una penumbra espectral, sólo aliviada por la minúscula lucecita nocturna que parpadeaba desde el rincón. Había ropa esparcida por toda la habitación; sobre la colcha había caído un trozo de yeso, y una navaja resplandecía junto a la almohada arrugada. De un vestidor entreabierto sobresalía una escoba, con el mango apuntando en dirección a la cama.

¿Qué hacía Chen en medio de aquel caos?

El inspector jefe parecía consternado. Tenía los ojos inyectados en sangre, el pelo alborotado y la camiseta y los pantalones arrugados y manchados, como si acabara de salir de la cárcel. El Viejo Cazador sabía que Chen había vuelto aquella misma mañana de Pekín en el tren nocturno.

Sin embargo, nada de lo que hiciera el excéntrico inspector jefe podía sorprenderlo.

– Voy a llamar a una ambulancia -dijo Chen, sacando el móvil.

Tras acercarse al cuerpo de Jiao y buscarle el pulso en el tobillo, el Viejo Cazador respondió, sacudiendo la cabeza:

– Demasiado tarde, jefe. ¿Quién es el hombre?

– Se llama Hua. Se pelearon. Ella empezó a gritar, y él intentó impedir que…

– Así que la estranguló… -el Viejo Cazador no acabó la frase, preguntándose dónde estaría Chen cuando Hua asesinó a Jiao. A continuación comprobó si el hombre tendido en el suelo aún respiraba. Tenía un hilillo de sangre coagulada en la sien, pero respiraba con normalidad-. Está vivo.

– Entré en el piso para echar un vistazo. Entonces volvieron de improviso… No, Jiao llegó primero, y después Hua, posiblemente a través de una puerta secreta. Tuve que esconderme en el vestidor. No podía ver nada, y apenas podía oír.

El Viejo Cazador encendió la lámpara de la mesita de noche. La luz iluminó el blanco cuerpo de Jiao, cubierto de moraduras en los hombros y en el cuello. Sus pechos, aplanados, no tenían magulladuras, aunque sí una mordedura. No parecía haber mantenido relaciones sexuales. No había semen en la zona genital ni en los muslos, y tampoco sobre el negro vello púbico. Los grandes ojos de Jiao permanecían abiertos, mirando al vacío. Las córneas aún no estaban nubladas, debido a la muerte tan reciente. Las uñas conservaban su color rosáceo.

Chen recogió el vestido arrugado de Jiao y la cubrió en silencio.

En teoría, deberían esperar la llegada de la brigada de Homicidios o de Seguridad Interna antes de tocar nada, pensó el Viejo Cazador mientras dirigía la mirada hacia el vestidor.

– Debería haber venido…

Una vez más, el Viejo Cazador dejó la frase sin terminar. ¿Un par de minutos antes? Se encontraba en la calle, y no sabía qué sucedía en el dormitorio de Jiao. Como reza un viejo proverbio, el agua está demasiado lejos cuando tenemos el fuego cerca. A pesar de todo, no quería ser duro con Chen. Tal vez le había resultado difícil juzgar lo que sucedía en el dormitorio mientras permanecía oculto en el vestidor.

– Pero usted redujo al asesino.

– Cuando me di cuenta de que pasaba algo terrible, salí de un salto del vestidor y Hua me lanzó la urna cineraria de Shang. No había nada dentro, salvo una foto de Shang. Entonces, al intentar esquivar mi ataque, hizo caer el retrato de Mao. Le golpeó en la cabeza, con todo el peso del marco metálico.

– El espíritu de Mao sigue vivo -musitó el Viejo Cazador, estremeciéndose de sólo pensarlo. En realidad no creía en lo sobrenatural, pero había algo asombroso en el caso. Parecía una ópera de Suzhou-. Hua mató a la nieta de Shang bajo el retrato de Mao, y el presidente lo dejó fuera de combate. Mao no está muerto.

– Mao no está muerto, tiene mucha razón.

– ¿Cómo se conocieron Jiao y Hua?

– Así es como lo veo yo -explicó Chen-. Hua se enteró de la historia familiar de Jiao cuando ella trabajaba de recepcionista en su empresa y empezó a abrumarla con sus atenciones, propias de un «bolsillos llenos». Le compró el piso y todo lo demás, y la convenció para que se convirtiera en su «pequeña concubina». Sin embargo, no lo hizo por ella sino por Shang, su abuela.

– No le sigo, Chen. Es aún más inconcebible que una ópera de Suzhou sobre fantasmas. Shang murió hace mucho tiempo. ¿Tanto la admiraba Hua?

– No, se coló por Jiao debido a la relación que Mao había tenido con Shang. Debería habérselo aclarado desde el principio.

– Entonces Hua se follaba a Jiao para imitar a Mao follándose a Shang. ¿Se refiere a eso?

– No sólo a eso. Cuando se acostaba con Jiao, la nieta de Shang, Hua se convertía en Mao. Empezó a hablar como Mao, a pensar como Mao, a vivir como Mao y también a follar como Mao.

– Hua es un «bolsillos llenos», podía conseguir a muchas chicas como Jiao y vivir como un emperador, incluso como Mao. ¿Por qué tuvo que tomarse tantas molestias, jefe?

– Convertirse en Mao daba a su vida un sentido que no había tenido antes. Según el inconsciente cultural, se trata del arquetipo del emperador: el hijo del cielo, con mandato y poder divinos, adorado por todos sus súbditos. Por esa razón a Hua le aterrorizaba la idea de perder a Jiao, una mujer a la que en realidad no quería. Conscientemente, Jiao no significaba nada para él. Pero, en su subconsciente, Jiao lo era todo.

– Dejando a un lado toda su jerga psicológica, la verdad es que Hua está poseído por el demonio. ¡De tanto follar se ha vuelto loco! Debe de haber visto demasiadas películas sobre Mao y sobre los emperadores. Está loco de remate.

– Es una auténtica locura, pero para alguien con personalidad escindida, tiene sentido. Jiao le proporcionaba el mecanismo que le permitía convertirse en Mao, y Hua no podía consentir que alguien se enterara de su relación. Por eso lo llevaron con tanto secretismo: pisos contiguos, una puerta secreta entre su piso y el de ella, creo que en alguna parte del salón, y también diversas transacciones económicas. Después de que Jiao dejara su trabajo de recepcionista, Hua ya no fue visto en su compañía, pero continuó reuniéndose con ella en secreto. Por eso usted alcanzó a verlos junto a la ventana la otra noche.

– Aún estoy confundido, jefe. Este hijo de puta está loco. ¿Por qué querría Jiao interpretar el papel de Shang para él?

– No creo que a Jiao le gustara hacerlo, pero Hua debió de exigirlo como condición principal para llegar a un acuerdo.

– No cabe duda de que la suerte de una belleza es tan fina como una hoja de papel. ¡Las tres generaciones estaban malditas! La maldición cayó sobre la abuela, la madre y la nieta. Pero ¿qué sentido tenía todo esto para Hua?

– El mundo no tiene sentido, las cosas no son como en una ópera de Suzhou. La vida no tiene siempre un sentido trascendental evidente, y la gente tiene que buscar el sentido por su cuenta. O, al menos, inventarlo -aclaró Chen, sonriendo ensimismado-. Sea como fuere, a Hua le inquietaban cada vez más las visitas de Jiao a la mansión de Xie, y el hecho de que se relacionara con otra gente. Por ejemplo, Yang no dejaba de insistir para que Jiao acudiera a otras fiestas…