El sonido de un móvil interrumpió la explicación de Chen.
– ¡Ah!, es Liu -le dijo al Viejo Cazador, mientras apretaba una tecla.
– Camarada inspector jefe Chen, tengo la información que me solicitó. Entre las personas a las que Song interrogó mientras usted estaba de vacaciones, hay alguien llamado Hua. Es el propietario de varias grandes empresas, incluyendo aquella en la que trabajó Jiao. Fue un interrogatorio rutinario. No nos consta que Song encontrara nada sospechoso…
– No les consta que Song encontrara nada sospechoso -repitió Chen, incapaz de reprimir su sarcasmo-. Entonces escuche esto, camarada Liu. Hace menos de una hora, Hua ha asesinado a Jiao en el piso de ella. Lo he detenido. Venga hasta aquí cuanto antes con sus hombres.
– ¿Cómo? -preguntó Liu, demasiado atónito para digerir lo que le acababa de explicar Chen-. No me dijo nada de todo esto por la mañana, ni tampoco por la tarde.
– Parecía usted empeñado en adoptar cuanto antes sus medidas contundentes, y esperaba que la orden judicial llegara mañana. ¿Realmente estaba dispuesto a escucharme? -Después de hacer una pausa, Chen añadió-: Hua también mató a Yang, a la que veía como una amenaza capaz de arrastrar a Jiao y alejarla de él.
– ¡Mató a Yang! Pero… ¿por qué abandonó el cuerpo de Yang en el jardín de Xie?
Al Viejo Cazador también le parecía difícil de creer. ¿Cómo podía haberlo descubierto Chen mientras se encontraba de vacaciones a miles de kilómetros de distancia?
– A ojos de Hua, Xie se había convertido en otra amenaza porque Jiao era amable con él.
– ¿Cómo podía un viejo tan patético como Xie ser una amenaza?
– Hua está paranoico, y sólo veía que Jiao era amable con Xie. Al deshacerse de Yang y abandonar su cuerpo en el jardín de Xie, Hua intentaba matar dos pájaros de un tiro.
– Usted… usted ha hecho un trabajo increíble. Vamos de camino. Quédese ahí, inspector jefe Chen.
– No pienso irme -respondió Chen, cerrando de golpe el teléfono con rabia-. Sí, un trabajo increíble, Viejo Cazador. Jiao ha sido asesinada en esta misma habitación, al lado del vestidor en el que yo estaba escondido.
– Usted hizo lo que tenía que hacer -replicó el Viejo Cazador con convicción, consciente del tono de desesperación de Chen. Un poli podía cerrar muchos casos con éxito, pero una sola metedura de pata podría atormentarlo para siempre-. Estaba escondido en el vestidor, sin ver ni oír lo que realmente sucedía. Nadie podría haber actuado de otra forma en esas circunstancias. De no ser por usted, el asesino habría huido. Menudo caso…
La angustia no lo dejó continuar. Menudo caso Mao, el suyo de tantos años atrás, y ahora el de Chen…
– Shang…
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– Shang… -Hua estaba recobrando el conocimiento, con el rostro desencajado por el asombro-. ¿Qué demonios ha pasado?
– Esto es exactamente lo que ha pasado -respondió Chen, pensando en la interpretación supersticiosa del Viejo Cazador-: usted ha estrangulado a la nieta de Shang y Mao lo ha dejado fuera de combate. Para ser más exactos, el retrato de Mao lo ha dejado fuera de combate.
– ¿Cómo ha entrado usted aquí?
Durante su breve encontronazo en la oscuridad, tal vez Hua no lo hubiera visto salir del vestidor. Quizá no se había dado cuenta de que Chen se había escondido allí.
– ¡Eres un demonio, te mereces mil cuchilladas! -interrumpió el Viejo Cazador-. No te vas a librar de ésta, has cometido un asesinato en primer grado.
Hua parecía ahora muy distinto. Tenía los ojos opacos, la boca entreabierta y la mejilla izquierda le temblaba de forma incontrolada. No quedaba ni rastro del Mao imperial. Ni siquiera del empresario de éxito. Era un hombre acabado.
Chen se dio cuenta de que debía aprovechar la ocasión para sacarle más información al asesino. Aún quedaban varias preguntas por responder.
Pero su móvil volvió a sonar con estridencia, rompiendo el hechizo del momento. Le llamaba el ministro Huang desde Pekín. Chen no tuvo más remedio que contestar.
– Me acaba de llamar Liu, inspector jefe Chen.
– Ah, ministro Huang. Pensaba llamarlo -respondió Chen. No le sorprendió la rapidez con la que había actuado Liu-. Alguien llamado Hua ha asesinado a Jiao en su piso. Es un chiflado que intenta imitar a Mao. Lo he detenido.
– ¡Un chiflado que intenta imitar a Mao! Es increíble. ¿Cómo ha conseguido entrar en el piso? Seguridad Interna se ha quejado de sus métodos singulares. -El ministro añadió rápidamente-: Es pura envidia, desde luego. Entiendo. Se les ha adelantado de nuevo.
– Estaban empeñados en adoptar medidas contundentes, pero no me pareció buena idea tratándose de un caso tan delicado políticamente. Como usted mismo ha dicho, iba en contra de los intereses del Partido, tenía que actuar por mi cuenta.
– Tengo que admitir que ha actuado con mucha decisión. ¿Encontró algo en el piso?
– Sí, había algo de Shang.
– ¡Caramba, inspector jefe Chen!
– Un pergamino con un poema caligrafiado a pincel por el propio Mao y dedicado a una tal Fénix, que era el apodo de Shang, como ya sabe. Se trata de «Oda a la flor de Ciruelo». El pergamino tiene un certificado de autenticidad. ¿Quiere que se lo entregue a Seguridad Interna?
– ¡Ah! Eso. No. Entréguemelo a mí. No tiene por qué mencionárselo a Seguridad Interna, usted trabaja directamente para el Comité Central del Partido. ¿Alguna cosa más?
– No por el momento -respondió Chen. Al parecer, el ministro no creía que el pergamino pudiera dañar la imagen de Mao. Chen decidió no mencionar la escoba. Aún tenía que comprobar lo que había en su interior. Además, el Viejo Cazador y Hua estaban escuchando la conversación-. Voy a registrar el piso a fondo. Le informaré de cualquier cosa que encuentre, ministro Huang.
El Viejo Cazador parecía tan perplejo como Hua, pese a que aquél sabía de los contactos de Chen en las altas esferas. Poco imaginaba Hua que el «escritor en ciernes» era en realidad un inspector jefe que estaba hablando con un ministro del Gobierno de Pekín.
– No revele nada a los medios de comunicación -ordenó el ministro Huang-. Es en interés del Partido.
– Sí, comprendo. Es en interés del Partido.
– Ha resuelto el caso pese a estar sometido a mucha presión. Le sugeriría que se tomara unas vacaciones. ¿Qué le parecería ir a Pekín?
– Muchísimas gracias, ministro Huang -respondió Chen, preguntándose si el ministro estaba enterado de su reciente viaje a la capital-. Lo pensaré.
– Como ya le he dicho, usted es un policía excepcional. Las autoridades del Partido siempre pueden confiar en usted. Le aguardan responsabilidades de mayor envergadura.
El ministro no había olvidado su promesa de ascender a Chen, probablemente como sucesor del secretario del Partido Li en el Departamento de Policía de Shanghai.
Una vez concluida la conversación, el silencio invadió el dormitorio.
Aún tendido en el suelo, Hua recorrió la habitación con mirada desafiante hasta posarla en Chen.
– ¡Menudo cabrón! Me has metido en problemas para fastidiarme, ¿verdad? Eres un imbécil. «Pese a estar rodeado por el enemigo, / me mantengo firme e invencible.»
Hua volvía a citar a Mao. Esta vez, se trataba de un poema que Mao compuso mientras combatía en la guerra de guerrillas contra los nacionalistas, durante los años que pasó en las montañas Jinggang. Sin embargo, era absurdo que Hua intentara imitar el acento de Hunan. Sonaba falso, hueco, carente de convicción.
– ¡Menudo idiota! -exclamó el Viejo Cazador-. Continúa perdido en la época de las montañas Jinggang. Este hijo de puta ni siquiera sabe a qué día estamos hoy.
Pero ¿qué sabía Hua acerca del material de Mao? Chen tenía que descubrirlo. A juzgar por la actitud desafiante de «Mao», sería imposible hacerlo hablar antes de que llegaran los agentes de Seguridad Interna.