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El sobre que quedará en su mano será levemente abultado y blando y blandamente caerá de su mano al fondo del bolso sin necesidad de abrirlo. Sabrá qué es. Sabrán, alumnos, que las paralelas no se tocan pero se juntan se juntaban se juntarán se juntarían en el infinito. Ni siquiera ahí, callado Cattaneo; ni siquiera ahí se encontrarán.

El vivo otra vez

Alevosa, científica atorranta, me tirabas el dibujo con las soluciones a mano, la ecuación a resolver no era ni siquiera eso sino un postulado, una verdad tan evidente como tus elocuentes muslos: tus piernas son/eran dos paralelas que se juntaban en el infinito, justo se juntaban en ese lugar de la historia y de tu cuerpo de cuyo nombre no quiero acordarme. Qué verso te podía hacer, algebrita. Quedamos revoleados por la última zangoloteada sobre dos sillas arrinconadas. Los clásicos se me caían de la lengua, de los libros, del suave pedo que tenía: Un soneto me manda hacer Violante… ¿Quién? Violante, reviolante… que en mi vida me he visto en tal aprietoCatorce versos dicen que es sonetoBurla burlando van los tres delante Yo pensé que no hallara consonante… ¿No hallara qué? consonante… Un ataque de risa, ahí me paraste con un ataque de risa, Violante. Ahí te paraste con un ataque de risa, Violante. Te despediste de una amiga y reviolante te volviste: tenés un verso raro. Un verso exacto, pensé. Lope de Vega, dije bien clásico. Y ahí colocaste el segundo cross visual de la noche seguido de un aguantame previo a que sacaras el celular, te dispusieras, supuse, a reordenar las horas que seguirían. Nos repartimos en las puertas contiguas del fondo como quien busca aire, toma decisiones antes del último round, se refresca, acomoda todo lo que tiene para lo que viene. Mientras los docentes y las docentes juntaban los sacos y saquitos, el mozo juntaba los billetes, el meo que había juntado y apretado por horas se derramó entre vapores. Salí y ya todos o casi apuntaban a la puerta, al embudo que los vertía en la noche. Abrían, dejaban cancha. Como en los cuentos, corno en una de Travolta, quedamos solos entre la noche y la pared bailando con un Luismi que no sabía él ni sabía yo ni sé tú ni sé vos, lo que le gusta a mi hija, quién diría. Fue de callado, de dorapa y de memoria que apretamos a conciencia en un metro, en una hora, entre mesas patas para arriba, y qué patas las tuyas, algebrita. Y cuando Luismi y Manzanero se fueron a dormir con los últimos mozos, cazamos dos cervezas, las del estribo que yo dije y no entendiste, y partimos. Vos habías quemado las naves y yo te puse el humilde reno-doce acolchado con dos pilas de exámenes parciales a tus espaldas, a tu disposición. Metí el arranque sin preguntar, un caballero, pero dijiste Vamos a ver el río ya casi local, flor del barrio plateado por la luna. Y lo que iba a terminar recién empezaba.

Cerdos & Peces

A las tres, sin mirar el reloj el veterano sabe que son las tres del domingo 4 por el informativo que viene después de la media hora especial de D'Agostino-Vargas, a las tres llegan los tipos, aparecen desde la loma que está sobre el muellecito. Adelante el resplandor de las linternas, detrás ellos. La puta que los parió. Apenas si ha sacado media docena de bagrecitos y el veterano sabe que se va a tener que ir. Ni clarea todavía y otra vez estos tipos. Primero no los ve, ve las luces, las linternas grandes, profesionales que buscan entre los árboles, y después los ve en silueta y los oye. Son dos esta vez, vestidos de negro como el viernes, y vienen por la orilla cortando líneas, arreando a la poca gente tan temprano vamos, vamos qué mierda hacen acá, vamos rajen rajen, no los queremos ver por acá ya les dijimos, carajo. Cuando llegan no hacen falta comentarios. El más viejo le patea el tachito, los bagrecitos se derraman, coletean en la tierra; el más joven le levanta la mochila de Barbie, se la tira contra el pecho, que abaraje, para que se pire rápido, el más viejo amaga revolearle el sol de noche al agua, el más joven lo apura, le pega con el diario doblado en la cabeza y le hunde los anzuelos que tiene enganchados en el gorrito de Boca. Le duele. Sacá la lengua dice el otro. El veterano la saca y le enganchan un anzuelo al toque. Cuidado con la lengua dice el joven y le da con el diario en la nuca. El veterano no sabe si cerrar la boca, si no, si lo matarán ahora o más tarde, supone, intuye con la boca abierta, mientras los ve irse, que no son policías. Los canas no leen La Nación.

La viva bis

Llegará tarde, no apenas tarde dentro de lo que se permite, exacta y natural, sino muy tarde, casi sobre el final de la sesión. La licenciada Carla se hará apenas a un costado para que pase, deje saludo de pasada que es casi ni saludo y se zambulla al diván como a la pileta: la licenciada Carla conoce el mecanismo, suele sucederle a su joven paciente después de haberse borrado un par de veces. Y precisamente: esta vez llegará y se tirará en el diván una semana después de haber faltado martes y viernes y dirá:

– Es muy fuerte lo que pasó. ¿Puedo confiar en vos, en tu reserva, digo? Porque reconozco que soy muy lengua larga y lo que pasó…

– Está bien, está bien, Carla… El sábado pasado hubo una cena con baile, ya te había contado que nos juntaríamos…

– Universitarios. Profes, ayudantes, compañeros de todas las facultades. La agrupación nuestra había organizado una salida el Día de la Primavera que se suspendió y hubo que inventar algo para recaudar guita. Los de Exactas solemos ir a veces a los restoranes de la Costanera porque quedan cómodos. Son un poco decadentes pero no te afanan como en Puerto Madero.

– Qué sé yo cuántos seríamos. Cuarenta, cincuenta. Bueno: me levanté un tipo. En la fiesta. Me lo levanté yo.

– Un tipo raro, medio nabo, medio grande, profesor de literatura o de sociales, creo, con un verso extraño, mezcla de tímido y zarpado… No me gustaba demasiado pero de aburrida, lo histeriqueé un poquito y entró. Habíamos tomado bastante y nos pusimos a bailar.

– No sé. Es increíble pero no sé cómo se llama. Seguro que me dijo, claro, pero no sé. Me olvidé. La primera vez que me pasa.

– Lo del nombre, digo. Pero eso es lo de menos. Porque fueron todas confusiones. Él creyó que lo había tratado de pajero, cuando en realidad, con la música que había…

– Supongo que sí, que fue una cuestión de hormonas. Que cualquiera o… No, cualquiera no, pero poco menos. Y no fue de aburrida. Yo me había ido reyegua, con la pollera corta. Necesitaba hacer algo después de lo que me hizo Raúl. Ya sé que es una taradez pero quedamos en que iba a ir a dormir al departamento de él después de la cena y eso me jodía.

– Eso. Sentía que era una manera de ir al pie. Que otra vez, pese a todo, él chiflaba y yo iba. Sin embargo, le di una oportunidad: lo llamé, cuando todavía no sabía qué iba a hacer… Si él me hubiera…

– Serían las dos, dos y media. Y él me dice tenés llave y el turro sabía que no tenía, que se la había devuelto la última vez, y le digo no. Entonces me dice si vas a venir apurate porque me voy a dormir y no me vas a hacer bajar… Lo mandé al carajo. ¿Estuve bien?

– Ya sé que no tengo que… Entonces nos pusimos a bailar y apretamos un rato con Luis Miguel.

– No, él no se llama Luis Miguel, ya dije que no sé cómo se llama. Digo que bailamos con boleros de Luis Miguel. Dele apretar, todo bien, yo me sentía bárbara y con un pedo bárbaro hasta que salimos. Él andaba en auto y no sé por qué, por dilatar la cosa, por hacerme la canchera, no sé, le digo: vamos a ver el río.