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Milton Paniagua no sabe, ni tal vez quiera saberlo ya, que no en cualquiera pero sí en alguna disquería de paladar fino lo están esperando por fin, en un CD importado que ya no le importa, los tumultuosos solos de Lennie Tristano. Y que en algún momento -"tres segundos y un poquito"- La Telesita asoma la cabeza, saluda al voleo como buscándolo y sigue bailando como si nada.

ISAÍAS, UN MALENTENDIDO

En estos días se acaban de cumplir, casi secretamente, los cien años del nacimiento de Julio Isaías Ortiz Fijman (1908-1975), más conocido como El Profe Isaías, un personaje para algunos extraordinario y para otros apenas curioso. De cualquier modo, el trágico Isaías es un insoslayable en la historia de la política y del pensamiento argentino contemporáneo. Y le cabe mejor el calificativo de personaje que de protagonista o de simple actor porque su vida y obra participan de la equívoca condición de lo alevosamente fraguado. Más citado y famoso por dichos y anécdotas que realmente conocido, los malentendidos campean, son un lugar común en su trayectoria. Sólo cabe esperar un par de décadas para que haya quien sostenga seriamente la teoría de que Isaías nunca existió.

Porque el primer malentendido es el mismo Julio Isaías Ortiz Fijman, un enigma incluso para sus defensores. Ni siquiera su final tremendo, asesinado por la Triple A en las vísperas del golpe del '76 -episodio debidamente documentado en un reciente artículo de Norberto Galasso- ha servido para esclarecer el sentido de su prédica, hacer foco en su significado. La crítica tradicional -desde la derecha liberal (García Hamilton) a la izquierda en sus distintas variantes (Altamirano, Terán, etc.)- lo ha descalificado casi siempre sin leerlo o tras una recorrida desatenta y cargada de prejuicios: Isaías suele aparecer como una apéndice tardío al pensamiento irracionalista buscador de telúricas esencias nacionales de los años treinta -Martínez Estrada, el Mallea de Historia de una pasión argentina- o como un típico híbrido ideológico, mezcla de populismo y mesianismo revolucionario muy propio de los sesenta. Incluso hay quienes subrayan su costado excéntrico y lo asimilan a la vistosa tradición iconoclasta de Ornar Vignole, del pintoresco San Jodete o de Federico Peralta Ramos. Y algo de eso hay, sin duda, pero no creo que sea lo determinante.

Acaso no se haya señalado adecuadamente un factor: la extraña alquimia que genera, en su vida y pensamiento, el cruce de su condición judía o -yendo más lejos- de su profundo sentido de lo religioso, con la experiencia traumática y en su caso literalmente reveladora, de lo que fueron Perón y el primer peronismo. Por lo que recuerdo, sólo en un interesantísimo diálogo entre Horacio González y León Rozitchner, suscitado a partir de la presentación del libro de María Seoane sobre José Gelbard en la Biblioteca Nacional, escuché algo referente a ese tema. Por mi parte, creo que en el caso del profe Isaías, las inaugurales patas en las fuentes peronistas operan en su vida y pensamiento -a manera de ritual bautismal tardío y desplazado en la experiencia colectiva, no personal- como una huella histórica tan importante como la indeleble circuncisión, marca de origen. Incluso hay algún texto suyo en que -metafóricamente- lo señala. Por todo esto, creo que vale la pena -y es el motivo de estas líneas- comentar la aparición reciente de dos empeñosos libros que se ocupan de Isaías desde perspectivas diferentes.

El primero es una biografía breve, Vida, muerte y misterio del Profesor Isaías, del periodista Pedro Chocón, editado por Suramericana en su colección Vidas Políticas. Son apenas 160 páginas que incluyen una cronología bastante detallada, biobibliografía completa y numerosos documentos fotográficos. El trabajo de Chocón (que sin duda ha investigado) resulta más entusiasta que agudo, ya que -menos por prudencia que por falta de perspicacia- no saca todas las conclusiones que se desprenderían de los datos y testimonios que reúne. Por eso, más allá de aciertos parciales, el autor no hace sino repetir los lugares -y los errores- comunes más frecuentes respecto del personaje, y contribuye a trivializar un mito que no consigue definir. Es decir: Chocón adjetiva sin sustantivar.

El otro libro, más ambicioso -pero también más frío, si cabe-, es fruto del trabajo de dos investigadores, el historiador Hugo Chimbote y la socióloga Odisea Varón, encargados de la selección y el prólogo de los materiales reunidos en Isaías O. Fijman. Epistolario y mensajes (1946-1975). Editado por Emefé en la colección Lo pisado argentino, el volumen de 378 páginas va acompañado por un CD que incluye veinte de sus famosos mensajes de los años sesenta. La audición de estas piezas históricas, recuperadas y digitalizadas a partir de las viejas cintas que utilizaban los grabadores de la época, justifica por sí sola la existencia del libro. Se trata, sin duda, de un aporte fundamental, porque la compilación de Chimbote y Varón, pese a caer en algunos gruesos errores de apreciación y de criterio en la identificación de personajes y el fechado de los documentos, pone en manos de futuros interesados en la enigmática figura de Isaías un conjunto de materiales hasta ahora dispersos y a menudo inhallables.

Lo primero que cabe puntualizar es que en ambos textos se dan por ciertos, con ligereza, algunos datos erróneos. Uno es, en el caso de Chocón -y de salida no más- considerar el apelativo profe como apócope de profesor, atribuyéndole una trayectoria en el campo universitario que el hombre no tuvo ni por asomo: Isaías fue, a fines de los años veinte, de los primeros egresados de las Escuelas Raggio en algo parecido a lo que sería hoy diseño industrial, y ése fue su aporte en la empresa familiar, la fábrica de escaleras de Floresta. Nunca fue a la Universidad. Así que de profesor, nada.

Profe -debería resultar obvio- es apócope de profeta. Y el calificativo se lo puso, según la tradición, alguien que frecuentó largamente a Perón en la época de las peregrinaciones a Puerta de Hierro de mediados de los sesenta, durante esos años oscuros de proscripción, cuando proliferaban los mensajes grabados de El General desde Madrid para sus consecuentes y sufridos seguidores. Dicen que fue el cuasi místico dirigente gráfico Raimundo Ongaro, secretario general de la llamada CGT de los Argentinos, quien ante una pregunta puntual sobre el papel del escurridizo Isaías en aquel movido contexto político, aventuró la entusiasta paráfrasis de un apotegma del Islam: "El General es Dios e Isaías su Profeta". Y un poco en broma y un poco en serio, el apodo le quedó.

Ahora bien, ¿en qué medida los textos de Isaías son proféticos? Sólo algunos cabalmente lo son o pretenden serlo. Incluso él mismo los discrimina en una carta-respuesta a J.J.H.A. (Juan José Hernández Arregui) de agosto de 1956 -que figura en el libro de Chimbote y Varón como documento 238-a-, al separar los textos estrictamente oraculares o profecías, de los que llama con un ingenioso neologismo, profesías, meros productos del profesar, no del profetizar. Así, no pueden confundirse los fragmentos visionarios, sobre todo los claramente mesiánicos, con las admoniciones puntuales; y tampoco los mensajes casi mediúmnicos del ciclo "de El General", que le dieron equívoca fama, con las simples cartas privadas. Es decir, y en su lenguaje, durante sus veinticinco años largos de vida pública Isaías profesó siempre pero profetizó sólo a veces.

Por otra parte, está el problema de los apócrifos. La minuciosa compilación de Chimbote y Varón recorta con propiedad las piezas que -hay consenso al respecto- corresponden a su innegable autoría. Pero además, se incluye un índice especial de los textos que por su estilo, por su data posterior o por su referencia a hechos que Isaías no pudo vivir, parecen ser obra de continuadores más o menos espontáneos o intencionados, incluidos sus pintorescos hijos mellizos, Jeremías y Ezequiel. No hay nada más tentador que incluirse como receptor de un destino de gloria a través de la palabra de un profeta reconocido. Los múltiples apócrifos de Isaías, en ese sentido, son tan reveladores como sus auténticos mensajes: hay tantos falsos profetas como falsos mesías.