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Con buen criterio, los autores han distribuido los treinta y nueve textos genuinos recopilados, en cinco partes: "Cartas cerradas" (1930-1948); "Cartas abiertas" (1951-1956); «Mensajes" (1956-1972) y «Testamento y profecías finales" (1972-1975). Cada una de ellas está, a su vez, dividida en secciones. El resto son notas y el cúmulo riquísimo de apócrifos debidamente comentados. Y es relevante el bache de dos años en que no se reconocen escritos (1949-1950) porque es ése precisamente el momento clave (oscuro y controversial) en la biografía de Isaías, que coincide con el arranque de sus cuarenta años y las vísperas de un ostensible viraje existencial. La gruesa periodización de Chocón en tres momentos -"Vida privada" (1908-1948); «La crisis" (1949-1951) y «El testimonio público" (1952-1975)- pone el eje articular, la bisagra de su vida en ese interregno de dos años. Lo notable es la disparidad de criterios de los autores -y de sus fuentes- en el análisis y la selección de los datos que permiten “llenar" ese vacío y dar sentido a lo que viene. Así, cada uno encuentra -como veremos al analizar lo sucedido en 1948, año clave- lo que ha ido a buscar.

El otro dato incorrecto de aceptación generalizada tiene que ver con los lazos familiares de Isaías, las filiaciones apresuradas. Al respecto, es frecuente -y aquí sucede una vez más- dar por hecho que el apellido lo vincula con Raúl Scalabrini Ortiz, del que Isaías sería primo hermano. No hay nada de eso. Estos Ortiz -como se aclara más adelante- eran inmigrantes españoles de primera generación, sin tradición argentina. Por lo tanto, Isaías tampoco era pariente ni siquiera lejano, como han supuesto algunos, del presidente Carlos M. Ortiz, que lo tuvo -eso sí- entre sus colaboradores cuando fue ministro de Economía durante la presidencia de Justo, a mediados de los treinta.

En el caso de Scalabrini, fue probablemente la amistad cierta y la cercanía ideológica con el autor de El hombre que está solo y espera lo que hizo suponer a algunos que eran parientes. Pero no. Fueron, sí, aunque Isaías era diez años menor, compañeros de inquietudes y de reflexión: primero en la periferia del grupo literario de Florida y en la revista Martín Fierro, y después, sobre todo a partir de los años cuarenta, en el terreno de las afinidades espirituales y políticas. Textos tan hermosos y apasionados como los de Tierra sin nada, tierra de profetas, que sin duda Isaías leyó en su momento, pueden haber contribuido a despertar su vocación oracular. Pero no más que eso.

Si suponerlo pariente del doctor Carlos M. Ortiz ha hecho que se lo imagine insólitamente afín -al menos en el plano ideológico y por simple extracción de clase- con una cierta oligarquía terrateniente devenida financiera, lo que le habría permitido un acceso fluido a las altas esferas del poder, el dato erróneo respecto del parentesco de Isaías con Scalabrini, mentor y motor de FORJA, también es el origen de otra confusión clave, la que sitúa la llamada Visión Inaugural de Isaías, el mismísimo 17 de Octubre de 1945.

Según esta leyenda muy difundida -que Chocón repite-, Isaías habría asistido ese día a la Plaza junto con su supuesto primo y, como él, habría sentido el impacto revelador de ver a la multitud (el espíritu mismo de la tierra) movilizada por un Líder carismático. "El sol caía a plomo cuando las primeras columnas de obreros comenzaron a llegar a la Plaza de Mayo…", escribió famosamente un iluminado Scalabrini pocos meses después, en el verano del '46. Acaso Isaías podría haber suscripto un texto como ése. Pero en el momento, aquel caluroso miércoles de la primavera del '45, él no fue a la Plaza ni estuvo cerca de ella. A esa hora estaba en su oficina burocrática de la fábrica diseñando un modelo reducido de la escalera involcable. En principio ni se enteró de que los obreros habían abandonado las máquinas a media mañana para sumarse a la caravana que ya venía por Rivadavia desde el Oeste del Gran Buenos Aires y cuando lo supo ni siquiera atinó a preguntarles adónde iban.

Todo indica, en cambio, que esa Visión Inaugural in situ se produjo exactamente tres años después, en la celebración de 1948, un 17 de octubre ya con el ritual partidario institucionalizado y un balcón poblado y muy nutrido cuya composición -incluso jerárquica- se manifiesta explícitamente en la descripción escenográfica de esa primera experiencia memorable y fundante con la que se inicia el magisterio público del profeta.

Es curioso que haya habido hasta ahora equívocos respecto de la fecha -¡nada menos que tres años de diferencia!- ya que hay datos incontrastables. En el texto definitivo en que Isaías volcó esa primera Visión Inaugural, que primero circuló en volantes callejeros anónimos y después fue difundido como una (primera) Carta Abierta al Pueblo Elegido, firmada enigmáticamente por Un Argentino y publicada para el Día de la Lealtad de 1951 en La Prensa -expropiada y puesta en manos de la CGT por el gobierno peronista- el narrador dice: "…entonces vi a El General en toda su magnificencia rodeado de su cohorte de fulgurantes figurantes…". Nunca dice "El Coronel", como hubiera sucedido en caso de hablar del 17 de Octubre del '45, Y menciona una cohorte que de ninguna manera corresponde al improvisado balcón de la Primera Cita.

Pero, además, tenemos ahora la evidencia, con la publicación de Chimbote y Varón, de que esa (primera) Carta Abierta es sólo una estilización decantada de un testimonio genuino, de primera mano, que aparece como una de las tantas piezas recogidas en la primera parte del libro Cartas cerradas (es la N° 124-b en el índice documental), en el apartado octavo, el de la correspondencia "sin identificación de destino". Insólito, porque si bien se trata de una copia de puño y letra de Isaías de una misiva sin fecha ni receptor explícito encontrada entre sus viejos papeles -solía guardar copia de todo lo que escribía- hay datos flagrantes que permiten ubicarla. En primer lugar, tiene destinatario: está dirigida al "Querido Petiso Bernini", que los antólogos -parece increíble- no identifican. Cualquier lector más o menos atento de literatura argentina sabe que "el Petiso Bernini" es el nombre del personaje que en el Adán Buenosayres, la novela en clave generacional de Leopoldo Marechal -publicada precisamente en 1948- representa, en la barra de amigos martinfierristas, a Scalabrini, del mismo modo que Adán es el mismo Marechal y Frankie Admundsen es Borges.

Es decir: en esas dos páginas cubiertas de una letra pequeña y pareja, Isaías le cuenta en caliente a Scalabrini su experiencia en la Plaza. Primero, el deslumbramiento ante lo que llama "Su presencia". Luego, la sensación de que "algo Grande" se desplegaba frente a él y que ni la multitud (narra en tono jocoso el incidente de El General diciendo "Que se calle el del bombo…") ni él mismo, arrimado de a poco, insensiblemente, al balcón con la ilusión de "dialogar con Él, ya que sentí que me hablaba a mí", eran dignos de "Su mensaje y Su perfección". Ahí es cuando, de algún modo embobado por el discurso y la presencia de El General, se quema los labios con el vasito de café Sorocabana que le había comprado a un vendedor ambulante y toma el hecho como una señal -"Me quemé. Bah, en realidad, Él me quemó los labios, Petiso, me hizo callar, ¿entendés?"- y se promete interiormente dar testimonio de la Verdad y la grandeza de El General y su Doctrina "una vez que haya estudiado y me haya purificado".