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No se sabe cuál habrá sido la reacción del destinatario de tan extraña y fervorosa confesión -de algún modo Isaías le estaba devolviendo, refirmada y exacerbada, su propia certeza- porque no hay respuesta documentada. Incluso podríamos suponer que Isaías escribió esa carta pero nunca la envió. Pero por algo eligió a ese amigo y no a otro como receptor de su deslumbramiento. De todos modos, en ese momento "el Petiso Bernini" estaba ocupado en cuestiones materiales de inmediata resolución, como asesorar a Perón en la nacionalización de los ferrocarriles o en ciertos rasgos puntuales de la redacción del nuevo texto que sancionaría el Congreso Constituyente del '49.

Lo cierto es que este documento íntimo, breve y crucial que recién ahora conocemos no sólo nos permite fechar indudablemente la experiencia de la visión reveladora sino atestiguar la hondura y continuidad de los lazos de Isaías con sus compañeros de aventura intelectual. Tanto es así, que incluso hay quienes -ver el artículo del Grupo Megafón sobre "Onomástica y claves en el Adán Buenosayres"- han encontrado referencias al propio Isaías, casi premonitorias, en el texto marechaliano.

Acaso no haya suficientes elementos probatorios para llegar a tanto, pero es una buena línea de investigación, sobre todo si se tiene en cuenta que otro de los personajes principales de un largo tramo de la novela -coprotagonista en las andanzas del grupo- es el filósofo Samuel Tesler, transparente y piadosa referencia al poeta Jacobo Fijman. Y ahora sí cabe la precisión: este personaje trágico, el extraordinario poeta judío bautizado católico, autor de Molino rojo y Estrella de la mañana, ya por entonces internado desde 1942 en el Hospital Psiquiátrico J. T. Borda y dado por loco incurable, era, él sí, según parece, pariente pobre -lejano primo segundo- de Isaías.

Al menos eso es lo que ambos creían y lo que se desprende de otra carta sin fecha firmada Isaías F encontrada en este caso entre los muchos papeles inéditos de Jacobo Fijman recuperados por su biógrafo y editor, Vicente Zito Lema, a la muerte del poeta en 1970, y que recogen Chimbote y Varón (doc. 315-a): "Sólo Dios y vos saben, primo Yaco, todo lo que te debo", dice en uno de sus párrafos.

Así, y resumiendo, es muy probable que haya sido el mismo Jacobo -y no Scalabrini- quien lo acercó al grupo Martín Fierro, pero también lo es que la gratitud explícita de Isaías debe referirse -la carta puede ubicarse no antes de 1946 ni después de 1952- a otras cuestiones más profundas que un simple contacto con un grupo intelectual. La clave debe de estar en sucesos muy posteriores: y todos los caminos conducen a ese año 1948.

De acuerdo con el testimonio del mismo Zito Lema, y consultado el libro de registro de entradas y salidas de aquellos años, cuando todavía el Borda no era el caos deplorable en que se convirtió, constan visitas más o menos regulares de Isaías a la institución desde fines de los cuarenta. Fue -dice Zito- de los pocos de su círculo que siguió viendo al poeta alienado. Es significativo. En realidad, todo lo que tiene que ver con las dos ramas familiares que confluyen en el personaje lo es.

Como bien consigna Chocón, la madre de Isaías, Berta Fijman, era argentina, hija menor de un inmigrante bielorruso, oficial ebanista, que a principios de siglo ya tenía el mejor taller de muebles de Balvanera. Sus hijos varones, los cinco hermanos de Berta, siguieron largos años con el negocio, una reliquia que aún subsiste en la calle Alsina. Berta se casó muy joven con Julio Ortiz, el padre de Isaías, que era segoviano, mucho mayor que ella y socio de una empresa familiar, por entonces importadora de maderas finas, proveedora de los Fijman. En su momento los unieron, más allá de las creencias religiosas -Berta las tenía, Julio no- el amor, el espíritu independiente, la literatura rusa y la simpatía por el socialismo. Así que no obstante cierta resistencia inicial de la familia de la novia, no hubo oposición a la boda mixta, acaso -o sobre todo- por la evidencia del embarazo de Berta.

La cuestión es que pese a que el niño fue circuncidado y cumplió regularmente todos los pasos rituales de la religión materna, en la práctica, a partir de su adolescencia y hasta los cuarenta años vivió dentro del área de influencia cultural y económica de los Ortiz. Dentro del mundo de Escor, digamos. Y ahí entra a cobrar significación otro mito asociado a la imagen de Isaías: las escaleras, un elemento recurrente en sus textos, en su imaginario, en su vida.

Escor, después Escorsa -cuando, tras la muerte de Julio Ortiz la empresa familiar pasó a ser una sociedad anónima-, fue durante décadas la más importante fábrica de escaleras de la Argentina y de Latinoamérica. Isaías, egresado de las Escuelas Raggio en 1928, debió dejar de lado alguna incipiente vocación literaria o cualquier atisbo de vida bohemia cuando, al regreso del servicio militar, la enfermedad repentina de su padre -que queda parapléjico- hace que deba incorporarse casi de prepo a la empresa familiar. Era el otoño de 1930 y durante los siguientes dieciocho años Isaías asistiría diariamente a la oficina de la calle Lavoisier para sentarse a dibujar y hacer cálculos en su escritorio.

Pero ese 1930 no sólo fue clave por el eclipse definitivo del padre -que malviviría cinco años más hecho una planta- sino por el primaveral golpe de Uriburu. Si en la familia y el entorno de Isaías eran mayoritariamente socialistas y no simpatizaban con el obstinado Peludo, tampoco se adhirió con entusiasmo a un movimiento realizado bajo el signo de la cruz y de la espada. Por otra parte, sus amigos mayores, como Scalabrini, Jauretche e incluso, por entonces, el mismísimo Borges, eran radicales yrigoyenistas y opositores virulentos al régimen que asumió el poder tras la revolución del 6 de septiembre. Es revelador que a la muerte de Isaías se haya encontrado, entre los pocos libros sobrevivientes de su diezmada biblioteca, un ejemplar de la primera edición de El Paso de los Libres, Ediciones Boina Blanca, sin fecha, con el prólogo de Borges y su elogio de "la pueblada". Está dedicado -Al amigo I. Ortiz, esta crónica en verso de una patriada argentina- y firmado de puño y letra por Arturo.

En muchas de las Cartas cerradas de esos años (cfr. N° 231,256 y 278-b) es recurrente el tema -que puede resultar grandilocuente- del "destino nacional", la "crisis de la identidad argentina" y otros tópicos comunes a un amplio espectro de autores que definen el pensamiento de la época, sobre todo en los primeros dos tercios de los treinta. Por entonces, el interés de Isaías parece ser más teórico-filosófico que político o económico. Sin embargo, no permaneció ajeno, pese a su aparente reclusión en la actividad y la vida privadas, a las grandes polémicas del momento. No estuvo en FORJA pero conoció sus publicaciones; no se lo ve participando o tomando partido en las disputas ante cuestiones como la Guerra Civil Española, el auge del fascismo y la situación de la URSS, ni tampoco en el debate entre neutralistas y aliadófilos cuando estalla la Segunda Guerra Mundial. Pero la utilización de la expresión "Década Infame" y su referencia crítica al "fraude patriótico" -carta 252-a de 1947, dirigida a H.P., un amigo de larga residencia en Europa- cuando hace la crónica informal de su fugaz paso por la función pública hacia 1936, demuestran que había leído a José Luis Torres y tenía opiniones firmes sobre el sentido de mucho de lo que le había tocado vivir o ser testigo cercano en su juventud.

Se encuentran rastros de esas experiencias previas incluso en la famosa y admonitoria (cuarta) Carta Abierta al Pueblo Elegido, la de 1953, en la que critica y advierte el peligro que puede derivar de "abrir las puertas de la Ciudad a los Nuevos Mercaderes", y anatemiza las "alianzas que comprometen la Doctrina". En realidad -como puntualizan los exégetas más confiables-, Isaías se refiere a la inversión extranjera en áreas clave de la economía (los contratos petroleros con la California yanqui) y ahí es cuando no deja de señalar la ceguera de quienes "no saben aprender" de la experiencia vivida con "los Antiguos Mercaderes" (Inglaterra) denunciados en aquellos tiempos "por los lúcidos padres reveladores, RSO (obviamente Scalabrini) y ESD" (un sorprendente Discépolo que no muchos han sabido ver).