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Cabe, sin embargo, subrayar que mucha de la atención y de la energía de esa larga etapa previa al magisterio Isaías la dedicó a concretar primero y consolidar después la rica pero desgastante relación con Sibyla Malthus, la mujer -la única- con la que estuvo casado una docena de años. La pelirroja Sibyla, hija de un comerciante inglés de origen judío, era menuda, vivaz e independiente y se casó tras largo noviazgo con Isaías en 1936 -el mismo año de la muerte de Julio Ortiz- más para irse de su casa que por el deseo de vivir con él. No tuvieron hijos ni se sabe que lo intentaran.

Avanzada para su época, Sibyla, artista plástica que compartió taller con Raquel Forner, fue después la única mujer integrante del grupo Madí. Ya casada con Isaías, ganó una beca, viajó sola a Europa y se quedó en París, donde desarrolló lo principal de su obra. Volvió a Buenos Aires sólo para morir aún joven y de cáncer, como Evita, en el mismo invierno del '52, mientras un marido irreconocible le tomaba la mano y dos chicos morenos e idénticos apenas se asomaban al pie de la cama. Es obvio que los mellizos Jeremías y Ezequiel no eran de ella -ni de Isaías, se puede asegurar- y que fueron probablemente lo que desencadenó la incruenta separación de hecho y a distancia en 1948. Si Isaías y Sibyla no llegaron a divorciarse fue porque la efímera Ley de Perón llegó tarde o ella se fue antes.

Durante todos esos años, lidiar con los encontrados sentimientos que le despertaba tan excéntrica mujer mantuvo ocupada la cabeza de Isaías pero también le dejó bastante tiempo libre. Y él, a su modo, no lo dilapidó: dio rienda a una secreta obsesión constructiva. Así, es muy probable que daten de esos primeros años de matrimonio y de arduo trabajo en Escorsa los primitivos esbozos de la memorable escalera involcable, un modelo muy original que combinaba las posibilidades y usos de la escala simple extensible, con los de la doble o de tijera. Concebida a partir de un concepto chino, la involcable estaba hecha exclusivamente en madera encastrada sin pegamento alguno, sin clavos ni tornillos ni metales de ningún tipo, y era absolutamente armable y desarmable a mano. El modelo final constaba de ochenta y siete piezas y cabía en una caja obviamente de madera. Isaías la desarrolló durante casi dos décadas, la registró a nivel universal en 1950 y fue, a la larga, el invento del que vivió el último tramo de su vida.

Con otras invenciones y desarrollos posteriores, como la escalera de Moebius -resultado de la frecuentación menos de Escher que de Duns Scoto- o los paradójicos tobogán hacia arriba y subi-subi con que quiso transformar los juegos infantiles de plaza, no le fue tan bien. Por el contrario, le dieron cierta fama (privada) de loco que no hacía sino confirmar las sospechas de rareza que despertaba, para la pacatería de su tiempo, lo que se consideraba un anómalo casamiento.

Estos dos últimos aspectos de la vida de Isaías -su relación con Sibyla y lo que podríamos llamar su costado creativo-industrial (que es mucho más que eso)- aparecen desigualmente desarrollados en el libro de Chocón y parcialmente reflejados en la compilación de Chimbote y Varón. Sin embargo, la falencia mayor de ambos trabajos se manifiesta, como adelantábamos más arriba, en el intento de explicación del bache informativo respecto de los dos años inmediatamente posteriores a la crisis del '48. ¿Qué hizo Isaías durante ese tiempo?

Los datos que existen son objetivos: en diciembre de aquel año Isaías pide intempestivamente vacaciones anticipadas en Escorsa -luego convertidas en solicitud de licencia sin goce de sueldo, primero por seis meses y luego por tiempo indeterminado- y a partir de ese momento su rastro se pierde.

Desde la partida de Sibyla a Europa vivía solo -en realidad, con Felisa, la vieja criada santiagueña- en la misma casa familiar de la calle Riglos, en Flores, a diez minutos de marcha de la empresa. Ahí aparecen un día los mellizos, ahí se criarán y ahí seguirá viviendo él mismo durante los años de su ministerio profético, por así decir. Nada indica que se haya movido o mudado. Más aún: Isaías jamás salió de Buenos Aires; no se fue ni se lo llevaron a ninguna otra parte.

Sin embargo, Chocón adhiere a la versión romántica -alimentada por cierto equívoco nacionalismo populista- que pone a Isaías, en esa coyuntura del '48, en medio de un tironeo existencial que literalmente lo moviliza. Ante la alternativa insinuada "por el mandato religioso familiar sionista" (sic) de viajar a Palestina y volver a la Tierra Prometida materializada al fin en el flamante Estado de Israel -una opción que "muchos en su familia y entorno habrían barajado" (Chocón dixit) y pocos o ninguno concretado-, Isaías, desechando esa posibilidad, se queda y se aparta.

Ahí es donde nace el mito: el futuro profeta habría realizado un gesto de "internación" literal, emprendiendo un largo periplo al y por el Interior, hacia las otras fuentes, las nativas, en un viaje de iniciación argentina (similar al de Ernesto Guevara, poco después, por Latinoamérica) que lo habría llevado por una docena de provincias durante más de dos años de secreta trashumancia. Se entiende después -aunque las fechas no coincidan- que Chocón vea en los oscuros mellizos "el fruto palpitante" de ese contacto con algo más que la tierra.

Nada de lo que se insinúa es cierto. La verdad es mucho más lógica y pedestre. Jeremías y Ezequiel son nietos de Felisa. Su hija adolescente Ramona Carbajal los concibió en una accidentada visita a Buenos Aires con bailes de carnaval incluidos y los parió de regreso en La Banda. La chica murió en el parto y la abuela fue a buscarlos y se los trajo a la casa de Flores para criarlos con el permiso benevolente del dueño de casa. El padre nunca apareció y a los pocos meses un conmovido Isaías cuarentón -que veía señales por todos lados- les dio alevoso nombre y su apellido. Eso es todo.

La explicación de Chimbote y Varón sobre estos años es muy diferente aunque comparten en algún caso endebles fuentes similares. Siguiendo a Basualdo y Cagna -"Psicopatología del misticismo político: el caso Isaías O.", Nueva Revista de Psicología Aplicada, Vol. IV, N° 14, noviembre de 1987-, sostienen la teoría del brote psicótico y la secreta internación, a cargo de la familia y con su consentimiento. Para confirmarla se basan en el silencio consecuente de los actores al respecto -que en realidad no prueba nada- y en dos fuentes discutibles: el registro reiterado de las entradas de Isaías en el Borda durante ese año y el siguiente, y la lectura intencionada y algo caprichosa de dos de las cartas que Isaías envió a Sibyla a París en esos meses (N° 357-a y 357-b) y que, por los sobreentendidos y referencias a otras piezas perdidas (las cartas de ella, por ejemplo) no pueden ser leídas con tanta levedad.

Ambas cartas están encabezadas "Querida S.", con esa modalidad de abreviar los nombres propios con iniciales que Isaías usa en las copias de los originales y que ha provocado tantos equívocos. En la primera, de mediados de noviembre del '48, sin duda contestando a preguntas surgidas de una carta de ella, le dice: "Ha sido por mi propia voluntad. Me hace bien estar solo y no pienso volver hasta no ordenarme las ideas". Y en la siguiente es más explícito: "Acá estoy, internado y feliz. Prácticamente no salgo. Me sostienen y mantienen alerta las dosis de CO, CP, LRV y sobre todo las homeopáticas VV. Una por día, y a meditar", escribe en la decorada esquela que le envía a París para la Navidad del '48.