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Sólo una lectura apresurada y prejuiciosa de esos dos textos puede confundir el retiro voluntario con la internación psiquiátrica. Y sobre todo asimilar las abreviaturas de la esquela con el nombre de distintos medicamentos, cuando es evidente que se trata de referencias bibliográficas a La Comunidad Organizada, Conducción Política, La Razón de mi Vida y -es revelador lo de "homeopáticas"- Las Veinte Verdades. Es decir: tras la Visión Inaugural del palco y El General, el 17 de octubre de 1948, Isaías deja todo y se recluye, se "interna" a estudiar los textos fundamentales de la Doctrina para formarse adecuadamente antes de manifestarse, tal cual se lo adelantaba al "Petiso Bernini". Tanto es así, que no sabremos nada de él hasta la publicación de su (primera) Carta Abierta al Pueblo Elegido, tres años después.

Así, más allá de las distorsiones y errores en que recaen los autores de estas dos recientes publicaciones, queda claro que el magisterio de Isaías -se opine lo que se quiera sobre su valor o significado- no es el resultado de un brusco desequilibrio mental (Chimbote y Varón), ni la consecuencia del descubrimiento de una realidad sociopolítica que desconocía (Chocón) sino el desenlace único y coherente de una lectura peculiar de ciertos hechos y mensajes -palabras y textos- convertidos en experiencias significativas, propuestas enigmáticas que requieren una exégesis de la cual ha de derivar un mandato -creemos- más ético que político.

Un análisis somero de los textos reunidos en el apartado de las "Cartas abiertas" (1951-1956) 10 demuestra. De las seis, sólo la primera, la Visión Inaugural, y la famosa quinta Carta, conocida como "Pequeño Apocalipsis", publicada en Democracia en el otoño de 1955 -que prevé el intento frustrado de la destrucción del Templo (bombardeo del 16 de junio), la ulterior caída de la Ciudad a manos de los traidores (la Libertadora) y el Exilio en Viejas Tierras por dieciocho años (la proscripción de El General)- son clara y únicamente profecías.

Las otras cuatro son tremendas admoniciones, formas -en su lenguaje- de la profesía. La segunda Carta es contra los corruptos y obsecuentes (sindicalistas y políticos) que alaban y rinden tributo a El General pero se olvidan del Pueblo y no cumplen con el espíritu de la Doctrina. La tercera está orientada contra el lujo de las damas que copian mal el sentido de la magnificencia en el atuendo a la Fundadora mientras el Pueblo debe asumir solo los sacrificios de las épocas malas que se avecinan (los objetivos de productividad del Segundo Plan Quinquenal tras la muerte de Evita). La cuarta Carta -ya mencionada- es la que advierte contra el peligro de aliarse con los mercaderes (Viejos y Nuevos), mientras que la última y conmovedora admonición, la sexta Carta -publicada en la clandestinidad y difundida en medios de la Resistencia en el verano del '56-, es un apóstrofe cuasi desesperado contra los Sacerdotes y los Soldados, Traidores que diciendo servir al Pueblo se han olvidado de El General y de la Doctrina, único camino de Liberación. Es a ellos a quienes -en el final, y ya en plan oracular- amenaza con que si, tras haber entregado la Ciudad, se obstinan en no escuchar la Palabra, "se llenarán las manos de sangre de hermanos". Anunciaba así Isaías la represión al levantamiento de Valle y Cogorno y el fusilamiento de civiles de ese mismo invierno. Pero apuntaba mucho más lejos, también. En el tiempo y en el concepto.

En algún artículo precursor de Salvador Ferla -"La Sexta Carta de Isaías, premonición y tragedia nacional", en Cuadernos de la Liberación, N° 13, septiembre de 1975- el autor de los memorables Vencedores y vencidos y El drama político de la Argentina contemporánea destacaba el sentido amplio, mucho más allá de la perspectiva partidaria, de ese texto conmovedor. Si Walsh -dice Ferla- llega con Operación Masacre a la verdad desde afuera de la política, desde la investigación periodística "objetiva", en busca de un orden legal, una justicia "burguesa" independiente, Isaías accede a la verdad partiendo desde arriba (o Arriba, como le gustaría escribirlo a Marechal) de la mera política y señala una culpabilidad colectiva insoslayable, una Caída: todo debe suceder para que la Verdad finalmente se imponga. El Mal no es externo o pertenece sólo a una facción sino que es absolutamente necesario, una prueba más que el Pueblo ha de sortear si y sólo si mantiene la fe en El General y la Doctrina, porque vendrán tiempos difíciles, y muchos claudicarán. Es ahí donde Feria vincula la quinta y sexta Cartas de Isaías con la conmovedora "Canción del nomeolvides" de Jauretche, también publicada durante la Resistencia. En ambos casos se subraya -ante la perspectiva inmediata del Exilio y la Persecución prolongadas- la necesidad de mantener el vínculo del Pueblo Elegido con El General (el Innombrable) preservando la Doctrina, fuente de toda Justicia y Único Camino.

Si habitualmente las Cartas, como sucede con un texto como La Razón de mi Vida, sólo han merecido el silencio o la crítica condescendiente de los historiadores políticos de la época -a excepción de los textos de Ferla y algún otro-, el tema de las cintas, de los mensajes grabados, que son la forma que tomó la profecía de Isaías durante los dieciocho años de Exilio y Proscripción, fue y sigue siendo hoy un tema recurrente. Aunque sea por los aspectos más aparatosos, ésos que han hecho de Isaías Ortiz Fijman un personaje extravagante, atractivo para ciertos medios.

En este sentido, el hecho de que ahora con el libro de Chimbote y Varón tengamos la posibilidad de escuchar las veinte cintas originales es una circunstancia excepcional que despeja definitivamente algunas dudas, si las había.

Hay dos cuestiones que siguen siendo polémicas y que han despertado sobre todo el interés sensacionalista de seudo investigadores: el auténtico grado de relación que existió entre Isaías y Perón, y el análisis técnico de las cintas grabadas, esos notables mensajes de los sesenta. Sobre el primer tema, Chocón no se expide. Desliza la posibilidad de que Isaías haya integrado uno de los tantos contingentes partidarios que pasaron en esos años por Puerta de Hierro, pero reconoce que no hay ni evidencias ni testimonios que lo avalen; sí le atribuye una "probable visita a Gaspar Campos", con lo que se suma a la idea de un contacto mínimo y tardío.

Es sabido que hay quienes -a la inversa- pretenden que hubo entre El General y "su Profeta" -al decir de Ongaro- una relación personal fluida, constante, prolongada (y secreta) que arrancaría ya desde Santo Domingo, escala previa del "mandatario depuesto" antes de su anclaje definitivo en Madrid. Y lo hacen aplicando una lógica tan elemental como errada: suponen que las cintas son grabaciones directas de El General. Así, colocan a Isaías en el papel de mero aunque privilegiado portador de un tipo de mensajes más o menos herméticos que él deseaba particularmente difundir de un modo diferente del habitual.

La idea no tiene asidero. Lo que oímos no son grabaciones de estudio ni muy elaboradas -incluso se conserva el aparato utilizado, un grabador Geloso- sino sesiones recogidas con un micrófono manual. Incluso hay evidencias de que son registros improvisados: se oye algún ladrido cercano, un bocinazo y ciertas puertas que se cierran e incluso, claramente, un estribillo futbolero coreado a lo lejos -¡Chicaaago… Chicaaago… !- que evidencian las circunstancias barriales. Todo muy casero. Lo que les da, dentro de su clima sentencioso, a veces solemne -por contraste- una increíble veracidad.