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—¿Y si un grupo de hermanos del bosque está sentado ahí detrás ahora mismo celebrando un festín? —preguntó Shanamir—. ¿Y si Thelkar topa con ellos y…?

Una enorme y terrorífica combinación de chillido y rugido, el sonido que puede emitir un enfurecido toro bidlak interrumpido mientras se aparea, surgió de la vecindad de la duika. Erfon Kavol, dominado por el pánico, apareció de nuevo al galope, corriendo hacia el vagón, seguido un momento más tarde por un Thelkar igualmente atemorizado.

—¡Bestias! —gritó una voz feroz—. ¡Cerdos y padres de cerdos! ¡Violar a una mujer mientras goza de su comida! ¿Eso queréis? ¡Yo os enseñaré a violar! ¡Ya os arreglaré yo para que no volváis a violar. ¡No corráis, animales peludos! ¡Quietos, os digo, quietos!

De la parte posterior de la duika salió la mujer más enorme que Valentine había visto, una criatura tan voluminosa que constituía la compañía perfecta para aquellos árboles, totalmente proporcionada en relación a ellos. Tenía dos metros de estatura, quizá más, y su gigantesco cuerpo era una montaña de carne que se alzaba sobre unas piernas tan robustas como pilares. Una ajustada blusa y unos pantalones de cuero gris componían su atuendo, y la blusa estaba abierta casi hasta la cintura, dejando al descubierto unas inmensas bolas oscilantes, unos pechos del tamaño de la cabeza de un hombre. Su cabello era una greña de alborotados rizos anaranjados. Sus llameantes ojos tenían un penetrante color azul claro. Llevaba en las manos una espada vibratoria de imponente longitud; la blandía con tal fuerza que Valentine, a treinta metros de distancia, notó la brisa que levantaba. Sus mejillas y senos estaban manchados con el jugo de la pulpa de la duika.

Con potentes zancadas la mujer avanzó hacia el vagón en medio de un estruendo, clamando que deseaban violarla y exigiendo venganza.

—¿Qué pasa? —preguntó Zalzan Kavol, pasmado como nunca antes le había visto Valentine. Lanzó atroces miradas a sus hermanos—. ¿Qué le habéis hecho?

—Ni la hemos tocado —dijo Erfon Kavol—. Estábamos allí detrás, atentos a los hermanos del bosque, cuando Thelkar la encontró de repente, tropezó y la agarró por el brazo para no caerse…

—Has dicho que ni la habéis tocado —espetó Zalzan Kavol.

—No de esa forma. Sólo ha sido un accidente, un tropezón.

—Haz algo —se apresuró a decir Zalzan Kavol a Deliamber, porque la giganta ya estaba encima de ellos.

El vroon, pálido y melancólico, se colocó delante del vagón y alzó numerosos tentáculos hacia la aparición que se alzaba ante él, casi tan alta como un skandar.

—Paz —dijo serenamente Deliamber a la furiosa giganta—. No queremos causarte mal alguno.

Mientras hablaba, Deliamber gesticuló con la resolución de un maníaco, realizando una especie de pacificador conjuro que se manifestó como un tenue resplandor azulado en el aire, delante del mago. La voluminosa mujer pareció responder al hechizo, ya que avanzó con más lentitud y acabó deteniéndose a poca distancia del vagón.

La mujerona siguió donde estaba, blandiendo siniestramente la espada vibratoria. Poco después se ajustó la blusa y la abrochó correctamente. Dedicó una ceñuda mirada a los skandars y señaló a Erfon y Thelkar.

—¿Qué pensaban hacer conmigo esos dos? —preguntó en voz grave, resonante.

—Sólo querían coger trozos de duika —replicó Deliamber—. ¿No vio que llevaban una cesta?

—No teníamos la menor idea de que usted estaba allí —murmuró Thelkar—. Estábamos dando la vuelta a la fruta para ver si había hermanos del bosque ocultos, eso es todo.

—Y os echasteis encima de mí como lo que sois, como palurdos. Y me habríais violado si no hubiera estado armada, ¿eh?

—Tropecé —insistió Thelkar—. No tenía intención de molestarla. Estaba atento a los hermanos del bosque, y cuando me encontré con una mujer tan gorda…

—¿Qué? ¿Más insultos?

Thelkar respiró profundamente.

—Quiero decir que… que no podía esperar que… que usted…

—No pretendíamos… —dijo Erfon Kavol. Valentine, que había observado la escena con creciente diversión, se acercó.

—Si ellos pretendían violarla —dijo—, ¿lo habrían hecho ante un público tan numeroso? Nosotros somos de su raza. No lo habríamos tolerado. —Señaló a Carabella—. Esa mujer es tan fiera a su manera como usted a la suya, señora mía. Puede estar segura de que si estos skandars hubieran intentado hacerle algún daño, ella sola lo habría evitado. Ha sido un simple malentendido, nada más. Baje la espada y no se sienta en peligro entre nosotros.

La giganta pareció sosegarse con la elegancia y el encanto de las palabras de Valentine. Bajó lentamente la espada vibratoria, dejándola inerte, y la aseguró en su cadera.

—¿Quiénes sois? —preguntó quedamente—. ¿Qué hace por aquí esta procesión?

—Me llamo Valentine, y somos malabaristas ambulantes. Éste es Zalzan Kavol, el director de la compañía.

—Y yo soy Lisamon Hultin —respondió la giganta—, que ofrece sus servicios como guardaespaldas y guerrera, aunque últimamente poco ha habido de eso.

—Y nosotros estamos perdiendo el tiempo —dijo Zalzan Kavol—. Deberíamos estar en marcha, si es que se nos concede el adecuado perdón por haber interrumpido su reposo.

Lisamon Hultin asintió bruscamente.

—Sí, poneos en marcha. Pero ¿sabéis que este territorio es peligroso?

—¿Los hermanos del bosque? —preguntó Valentine.

—Por todas partes. Los bosques están llenos de hermanos.

—¿Y usted no los teme? —observó Deliamber.

—Sé hablar su lenguaje —dijo Lisamon Hultin—. He negociado un tratado personal con ellos. ¿Creéis que me atrevería a comer duika si no fuera así? En otras partes tal vez tenga un poco de grasa, pero no entre las orejas, brujillo. —Miró a Zalzan Kavol—. ¿Adónde vais?

—A Mazadone —replicó el skandar.

—¿Mazadone? ¿Tenéis trabajo allí?

—Esperamos que así sea —dijo Zalzan Kavol.

—Allí no hay nada para vosotros. Acabo de salir de Mazadone. El duque murió hace poco y han decretado tres semanas de luto en toda la provincia. ¿O es que los malabaristas actuáis en funerales?

La cara de Zalzan Kavol se ensombreció.

—¿No hay trabajo en Mazadone? ¿No hay trabajo en toda la provincia? ¡Tenemos gastos que pagar! ¡No hemos ganado nada desde que estuvimos en Dulorn! ¿Qué vamos a hacer?

Lisamon Hultin escupió un trozo de duika.

—No es mi problema. Además, no podéis llegar a Mazadone.

—¿Qué?

—Hermanos del bosque. Han bloqueado la carretera a pocos kilómetros de distancia. Piden tributo a los viajeros, creo, o un absurdo parecido. No os dejarán pasar. Tendréis suerte si no os llenan de dardos.

—¡Nos dejarán pasar! —exclamó Zalzan Kavol. La guerrillera se encogió de hombros.

—Sin mí, no, no os dejarán.

—¿Sin usted?

—Ya te lo he dicho, hablo su lenguaje. Podría comprar vuestro permiso de paso, regateando un poco. ¿Os interesa? Cinco reales serán suficientes.

—¿Para qué quieren dinero los hermanos del bosque? —preguntó el skandar.

—Oh, no es para ellos —dijo frívolamente Lisamon Hultin—. Cinco reales para mí. Yo les ofreceré otras cosas. ¿Hay trato?

—Absurdo. ¡Cinco reales son una fortuna!