—No puedo decir que sí.
—No, supongo que no. Bueno, monta detrás de mí. Esta bestia no va a notar un peso extra tan insignificante.
Lisamon montó, y el animal, aunque enorme comparado con otros de su raza, pareció haber menguado y haberse vuelto frágil en cuanto la mujer estuvo encima. Valentine, tras cierta vacilación, se puso detrás y rodeó con sus brazos la cintura de Lisamon. A pesar de su mole, la guerrillera no tenía rasgos de obesidad: sólidos músculos circundaban sus caderas.
La cabalgadura, andando a paso largo, salió de la arboleda de duikos y llegó a la carretera. El vagón, cuando lo encontraron, seguía perfectamente cerrado, y los hermanos del bosque continuaban danzando y parloteando en los árboles y detrás de la barricada.
Desmontaron. Lisamon se acercó a la parte delantera del vagón, sin dar muestras de miedo, y dijo algo a los hermanos del bosque en voz aguda y chillona. De los árboles brotó una contestación de similar tono. Otro chillido de la mujer, nueva respuesta. A continuación se inició un largo y ardoroso coloquio, con numerosas reconvenciones e interjecciones.
Lisamon se dirigió a Valentine.
—Abrirán la puerta para vosotros —dijo—. A cambio de un pago.
—¿Cuánto?
—Nada de dinero. Servicios.
—¿Qué servicios podemos ofrecer a estos hermanos del bosque?
—Les he dicho que sois malabaristas, y he explicado lo que hacen los malabaristas. Os dejarán continuar si actuáis para ellos. De lo contrario os matarán y harán juguetes con vuestros huesos, aunque no hoy mismo, porque hoy es un día sagrado para los hermanos del bosque y no matan a nadie durante esos días. Mi consejo es que actuéis ante ellos, pero haced lo que queráis. —Y añadió—: El veneno que emplean no actúa de una manera particularmente rápida.
6
Zalzan Kavol se indignó —¿Actuar ante monos? ¿Actuar sin cobrar?— pero Deliamber señaló que los hermanos del bosque ocupaban un lugar ligeramente más elevado que los monos en la escala evolutiva. Sleet observó que aún no habían practicado ese día y que el entrenamiento les iría bien, y Erfon Kavol puso fin a la discusión al argüir que en realidad no iba a ser una actuación gratis, puesto que se haría a cambio de poder pasar por aquella parte del bosque, que los hermanos controlaban efectivamente. Y en cualquier caso no tenían alternativa. Salieron del vagón, con bastones, bolas y hoces pero no con antorchas, pues Deliamber sugirió que podían asustar a los hermanos del bosque y forzarlos a hacer cosas imprevisibles. Empezaron a actuar en la parte más despejada que encontraron.
Los hermanos del bosque observaron embelesados. Cientos y cientos salieron en tropel del bosque y se acomodaron a lo largo de la carretera, con los ojos fijos, mordisqueándose los dedos y las finas colas prensiles, haciendo quedos comentarios entre ellos. Los skandars intercambiaron hoces, cuchillos, bastones y hachetas. Valentine lanzó bastones al aire, Sleet y Carabella actuaron con elegancia y distinción. Pasó una hora y otra, el sol empezó a escabullirse en dirección a Pidruid, y los hermanos del bosque continuaron mirando, los malabaristas siguieron actuando, y nada se hizo para desenredar la planta cazapájaros de los árboles.
—¿Tenemos que actuar para ellos toda la noche? —preguntó Zalzan Kavol.
—¡Chis! —dijo Deliamber—. No ofendas a nadie. Nuestras vidas están en sus manos.
Aprovecharon la oportunidad para ensayar nuevos números. Los skandars perfeccionaron un ejercicio de intercepción, robándose objetos unos a otros de un modo cómico tratándose de seres tan voluminosos y feroces. Valentine actuó con Sleet y Carabella en un intercambio de bastones. Después Sleet y Valentine se lanzaron bastones uno a otro, con gran rapidez, mientras Carabella, primero, y Shanamir, luego, daban osadas volteretas entre los dos hombres. Y así fueron las cosas durante la tercera hora.
—Estos hermanos del bosque ya han recibido de nosotros una diversión equivalente a cinco reales —gruñó Zalzan Kavol—. ¿Cuándo acaba esto?
—Actuáis muy bien —dijo Lisamon Hultin—. Ellos gozan muchísimo con vuestro espectáculo. Yo misma estoy gozando.
—Es muy amable por su parte —contestó hoscamente Zalzan Kavol.
Se acercaba el ocaso. Al parecer la llegada de la oscuridad indicaba cierto cambio de talante para los hermanos del bosque, ya que de improviso perdieron interés en la actuación. Cinco hermanos, con presencia y autoridad, se adelantaron y empezaron a desgarrar la barricada de la enredadera cazapájaros. Sus diminutas y afiladas manos dieron buena cuenta de la planta, que habría enmarañado sin remedio a cualquier otra criatura en la confusión de fibra pegajosa. El camino quedó despejado en cuestión de minutos, y los hermanos del bosque, sin dejar de parlotear, se esfumaron en las tinieblas del bosque.
—¿Tenéis vino? —preguntó Lisamon Hultin mientras los malabaristas recogían el material y se disponían a continuar la marcha—. Tanto espectáculo me ha dado una sed irresistible.
Zalzan Kavol se dispuso a dar una avara contestación en el sentido de que las provisiones estaba acabándose, pero era demasiado tarde: Carabella, tras una hiriente mirada a su jefe, sacó un frasco. La guerrillera quitó el tapón y acabó la bebida de un largo y ávido trago. Se limpió los labios con la manga de la blusa y eructó.
—No está mal —dijo—. ¿Dulornés?
Carabella asintió.
—Esos gayrogs saben beber, ¡por muy serpientes que sean! No encontraréis nada parecido en Mazadone.
—¿Tres semanas de luto, nos dijo? —preguntó Zalzan Kavol.
—Como mínimo. Todos los espectáculos públicos están prohibidos. Franjas amarillas de duelo en todas las puertas.
—¿De qué murió el duque? —inquirió Sleet. La giganta se alzó de hombros.
—Hay quien dice que fue un envío del Rey, que el duque se murió del susto, y otros aseguran que se atragantó con un trozo de carne a medio asar. También dicen que se dio el gusto de excederse con tres concubinas. ¿Tiene alguna importancia? Él ha muerto, eso no hay que discutirlo, y lo demás son bobadas.
—Y ningún trabajo que hacer —dijo tristemente Zalzan Kavol.
—No, ninguno hasta Thagobar y aún más lejos.
—Semanas enteras sin ganancias —murmuró el skandar.
—Debe ser una desgracia para vosotros. Pero conozco un sitio donde podrías encontrar buenos sueldos, después de pasar Thagobar.
—Sí —dijo Zalzan Kavol—. En Khyntor, supongo.
—¿En Khyntor? No, allí es época de escasez, eso me dijeron. Este verano hubo mala cosecha de plumas de clennet, los comerciantes van de mal en peor y creo que hay poco dinero para gastar en diversiones. No, me refiero a Ilirivoyne.
—¿Qué? —dijo Sleet, igual que si acabara de lanzarle un dardo.
Valentine repasó sus conocimientos, pero no aclaró nada.
—¿Dónde está eso? —musitó a Carabella.
—Al sureste de Khyntor.
—Pero el sureste de Khyntor es territorio metamorfo.
—Exacto.
Las serias facciones de Zalzan Kavol adoptaron cierto aire de animación por primera vez desde el incidente de la barricada. Se volvió rápidamente.
—¿Qué tipo de trabajo hay para nosotros en Ilirivoyne?
—Los cambiaspectos celebrarán fiestas el mes que viene —replicó Lisamon Hultin—. Habrá el baile de la cosecha, concursos de muchos tipos, jolgorio… Me dijeron que las compañías de artistas de las provincias imperiales entran en la reserva y ganan sumas enormes en tiempos de fiestas. Los cambiaspectos tienen poco apego al dinero imperial y se lo gastan rápidamente.