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—Cierto —dijo Zalzan Kavol. La fría luz de la avaricia resplandecía en su cara—. Oí decir lo mismo, hace mucho tiempo. Pero nunca se me ocurrió comprobarlo.

—¡Lo comprobarás sin mí! —gritó de repente Sleet. El skandar le miró.

—¿Eh?

Sleet reflejaba enorme tensión, como si llevara toda la tarde practicando malabarismo a ciegas. Sus labios estaban apretados y exangües, su mirada era fija y tenía un brillo anormal.

—Si vais a Ilirivoyne —dijo tensamente—, no os acompañaré.

—Debo recordarte tu contrato —dijo Zalzan Kavol.

—Es igual. Mi contrato no me obliga a seguirte a territorio metamorfo. La ley imperial no es válida allí, y nuestro contrato quedará rescindido en el instante en que entremos en la reserva. No me gustan los cambiaspectos y me niego a arriesgar mi vida y mi alma en su provincia.

—Hablaremos de esto más tarde, Sleet.

—Mi respuesta será la misma más tarde.

Zalzan Kavol recorrió el círculo con la mirada.

—Ya basta. Hemos perdido horas aquí. Le agradezco su ayuda —dijo sin cordialidad a Lisamon.

—Os deseo un viaje provechoso —contestó ella, y cabalgó hacia el bosque.

Puesto que habían consumido mucho tiempo ante la barricada, Zalzan Kavol decidió que el vagón avanzaría durante toda la noche, en contra de sus hábitos normales. Valentine, exhausto después de una larga carrera y varias horas de malabarismo, y sintiendo la persistente nebulosidad producto de la duika que había comido, se durmió sentado en la parte posterior del vagón y no se enteró de nada más hasta el amanecer. Lo último que oyó fue una enérgica discusión sobre el tema de aventurarse en territorio metamorfo: Deliamber sugirió que los rumores habían exagerado los peligros de Ilirivoyne, Carabella observó que Zalzan Kavol tendría justificación para pedir daños y perjuicios a Sleet, una suma considerable, si éste incumplía el contrato, y Sleet insistió casi con histérica convicción de que él temía a los metamorfos y nunca estaría a menos de mil kilómetros de ellos. También Shanamir y Vinorkis expresaron temor a los cambiaspectos, a los que consideraban tenebrosos, falsos y peligrosos.

Valentine se despertó con la cabeza cómodamente cobijada en el regazo de Carabella. La brillante luz del sol fluía en el vagón. Estaban acampados en un parque, amplio y placentero, con vastos prados grisazulados y finos árboles de gran altura que formaban ángulos muy definidos. Redondeadas colinas cercaban todo el paisaje.

—¿Dónde estamos? —preguntó Valentine.

—En las afueras de Mazadone. El skandar arreó como un loco a los animales toda la noche. —Carabella le dedicó una hermosa sonrisa—. Y tú has dormido como un hombre que no lo ha hecho en mucho tiempo.

Afuera, Zalzan Kavol y Sleet estaban enzarzados en acaloradas discusiones a pocos metros del vagón. El canoso hombrecillo parecía aún más menudo a causa del enojo. Iba de un lado a otro, se golpeaba la palma con el puño, gritaba, pataleaba. En un momento dado estuvo a punto de atacar físicamente al skandar, que para ser Zalzan Kavol demostraba denotable calma y paciencia. El skandar estaba con todos sus brazos cruzados, imponente y amenazador delante de Sleet, y sólo de vez en cuando respondía, en voz baja y con serenidad, a las explosiones de ira del humano.

Carabella habló con Deliamber.

—Eso ya dura demasiado. Mago, ¿puedes intervenir, antes de que Sleet diga algo realmente desconsiderado?

El vroon tenía un aspecto melancólico.

—Sleet tiene un terror por los metamorfos que va más allá de la razón. Quizá tenga relación con aquel envío del Rey que tuvo hace tiempo, en Narabal, y que volvió blanco su pelo en una sola noche. O quizá no. En cualquier caso, tal vez es más prudente que abandone la compañía, sean cual sean las consecuencias.

—¡Pero le necesitamos!

—¿Y si él piensa que pueden ocurrirle cosas terribles en Ilirivoyne? ¿Podemos pedirle que se exponga a esos temores?

—Quizá yo pueda calmarle —dijo Valentine.

Se levantó para salir, pero en ese momento Sleet, muy serio y muy tenso, irrumpió en el vagón. Sin pronunciar palabra, el fuerte malabarista metió sus escasas posesiones en un morral. Después salió precipitadamente, con toda su furia intacta, pasó junto al inmóvil Zalzan Kavol y se dirigió con paso sorprendentemente rápido hacía las colinas del norte.

Todos le observaron, impotentes. Nadie reaccionó hasta que Sleet estuvo casi fuera de la vista.

—Voy a buscarle —dijo entonces Carabella—. Puedo hacer que cambie de opinión.

La mujer corrió hacia las colinas.

Zalzan Kavol la llamó cuando pasó junto a él, pero Carabella no le hizo caso. El skandar, después de sacudir la cabeza, llamó a los que estaban en el vagón.

—¿Adónde va? —preguntó.

—A buscar a Sleet —dijo Valentine.

—Es inútil. Sleet ha decidido abandonar la compañía. Me preocuparé de que lamente su deserción. Valentine, ahora recaen sobre ti mayores responsabilidades, y aumentaré en cinco coronas semanales tu salario. ¿Te parece aceptable?

Valentine asintió. Pensó en la serena y sobria presencia de Sleet en la compañía, y notó una sensación de pérdida.

—Deliamber —continuó el skandar—. He decidido, como ya puedes imaginar, buscar trabajo para nosotros entre los metamorfos. ¿Conoces las rutas para ir a Ilirivoyne?

—Jamás he estado allí —respondió el vroon—. Pero sé dónde está Ilirivoyne.

—¿Y cuál es el camino más rápido?

—De aquí a Khyntor, creo, y luego hacia al este en barco, aproximadamente seiscientos kilómetros. En Verf hay una carretera que lleva hacia el sur, hacia la reserva. No es una carretera lisa, pero tiene anchura suficiente para el vagón, así lo creo. Lo estudiaré.

—Entonces, ¿cuánto tiempo tardaremos en llegar a Ilirivoyne?

—Tal vez un mes, si no hay retrasos.

—Justo a tiempo para las fiestas metamorfas —dijo Zalzan Kavol—. ¡Perfecto! ¿Qué retrasos prevés?

—Los normales —dijo Deliamber—. Desastres naturales, averías del vagón, problemas locales, ingerencias criminales… En el centro del continente las cosas no son tan tranquilas como en las costas. Viajar en estas regiones implica riesgos.

—¡Naturalmente que sí! —retumbó una voz familiar—. ¡Protección es lo que necesitáis!

La formidable presencia de Lisamon Hultin estaba de pronto entre ellos.

La guerrillera tenía aspecto reposado y sosegado, no parecía que hubiera estado cabalgando toda la noche, y su montura no daba muestras de haber sufrido un largo recorrido.

—¿Cómo ha podido llegar aquí tan pronto? —dijo Zalzan Kavol en tono de asombro.

—Atajos del bosque. Abulto bastante, pero no tanto como ese vagón, y puedo ir por caminos. ¿Vais a Ilirivoyne, no?

—Sí —dijo el skandar.

—Estupendo. Lo sabía. Y os he seguido para ofreceros mis servicios. Yo estoy sin trabajo, vosotros vais a zonas peligrosas… La asociación es lógica. Os llevaré a Ilirivoyne sanos y salvos, ¡garantizado!

—Su jornal es demasiado elevado para nosotros. Lisamon sonrió.

—¿Piensas que siempre cobro cinco reales por un trabajillo como aquel? Os cobré mucho porque me hicisteis enfadar, porque os echasteis encima de mí cuando intentaba disfrutar de una comilona. Os llevaré a Ilirivoyne por otros cinco reales, aunque el viaje dure mucho.

—Tres —dijo firmemente Zalzan Kavol.

—Nunca aprenderás, ¿eh? —La giganta escupió muy cerca de los pies del skandar—. Yo no regateo. Iréis a Ilirivoyne sin mí, y que la buena fortuna os acompañe. Aunque lo dudo. —Guiñó un ojo a Valentine—. ¿Dónde están los otros dos?

—Sleet se niega a ir a Ilirivoyne. Se fue gritando de aquí hace diez minutos.