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—Vino por un atajo del bosque. Zalzan Kavol la ha contratado para que nos proteja hasta Ilirivoyne.

—Ya se ha ganado la paga —dijo Carabella.

—Seguidme —ordenó Lisamon.

La giganta avanzó con precauciones para salir del bosque de las plantas boca, pero a pesar de todo su montura sufrió dos agarrones en las patas, y la de Valentine, uno. Lisamon cortó el zarcillo las tres veces, y no tardaron en salir del claro y cabalgar por la senda en dirección al vagón. Hubo vítores de los skandars en cuanto volvieron.

Zalzan Kavol miró fríamente a Sleet.

—Elegiste una ruta imprudente para marcharte —observó.

—No tan imprudente como la que tú has elegido —dijo Sleet—. Te ruego que me excuses. Seguiré a pie hacia Mazadone. Allí buscaré trabajo.

—Espera —dijo Valentine. Sleet le miró inquisitivamente.

—Vamos a hablar. Ven a dar un paseo conmigo.

Valentine pasó la mano sobre los hombros del menudo malabarista y se alejó del vagón, hacia un claro de abundante hierba, antes de que Zalzan Kavol provocara un nuevo estallido de cólera de Sleet.

—¿Qué quieres, Valentine? —Sleet estaba tenso, receloso, en guardia.

—Mi intervención fue decisiva para que Zalzan Kavol contratara a la giganta. De no ser por eso, ahora serías una golosina para la planta boca.

—Te lo agradezco.

—Quiero algo más que agradecimientos —dijo Valentine—. En cierto sentido puede decirse que estarás en deuda conmigo durante toda tu vida.

—Es posible.

—Por eso te pido que, a modo de compensación, te retractes de tu renuncia.

Los ojos de Sleet fulguraron.

—¡No sabes lo que me pides!

—Los metamorfos son criaturas extrañas y hostiles, es cierto. Pero Deliamber opina que no son tan amenazadoras como suele decirse. Quédate con la compañía Sleet.

—¿Piensas que me voy por capricho?

—Nada de eso. Pero es una decisión irracional.

Sleet sacudió la cabeza.

—Tuve un envío del Rey, hace tiempo, en que un metamorfo me imponía un terrible sino. Hay que tomar en serio esos envíos. No tengo deseo alguno de acercarme al lugar donde residen esos seres.

—Los envíos no siempre contienen la verdad literal.

—De acuerdo. Pero es frecuente que así sea. Valentine, el Rey me dijo que yo tendría una esposa a la que amaría más que a mi arte, una esposa que actuaría conmigo igual que Carabella, pero de un modo mucho más estrecho, tan en armonía con mi ritmo que pareceríamos una sola persona.

El sudor brotaba en el cicatrizado rostro de Sleet, que se interrumpió y estuvo a punto de no seguir hablando.

—Soñé, Valentine, que un día venían los cambiaspectos, que secuestraban a esa esposa de que te hablaba y la cambiaban por una criatura de su raza, disfrazada con tanta habilidad que yo no notaba la diferencia. Y esa noche, soñé, actuamos ante la Corona, entonces lord Malibor, que se ahogó poco después. Nuestra actuación fue perfección pura, con una armonía que yo jamás volvería a igualar. La Corona nos obsequió con exquisitas carnes y vinos, nos cedió un dormitorio y yo abracé a mi esposa e hicimos el amor. Y en el momento de penetrar en ella, esa criatura cambió de aspecto y me encontré con un metamorfo en mi cama. Un ser horrible, Valentine, con una piel gris que parecía de goma, ternilla en lugar de dientes y unos ojos iguales que charcos de agua sucia. Y ese ser me besó y se apretó a mi cuerpo.

No he deseado un cuerpo femenino desde aquella noche, por miedo a que un ser parecido se me apareciera en el abrazo. No he contado a nadie este sueño. Y no soporto la idea de ir a Ilirivoyne y verme rodeado de criaturas con caras y cuerpos de cambiaspectos.

La compasión inundó el espíritu de Valentine. Abrazó en silencio al malabarista durante unos instantes, como si sólo con la fuerza de sus brazos pudiera erradicar el recuerdo de la horrible pesadilla que había tullido el alma de Sleet.

—Un sueño como el tuyo es francamente terrible —dijo lentamente tras soltar a Sleet—. Pero nos han enseñado a usar los sueños, no a permitir que nos aplasten.

—Este sueño no es utilizable, amigo mío. Como no sea para tener siempre presente que debo permanecer lejos de los metamorfos.

—Tu criterio es excesivamente directo. ¿Y si se trata de un significado más ambiguo? ¿Pediste una interpretación del sueño, Sleet?

—Me pareció innecesario.

—¡Fuiste tú quien me instó a recurrir a un oráculo, cuando tuve extraños sueños en Pidruid! Recuerdo tus palabras. El Rey nunca envía mensajes sencillos, dijiste.

Sleet sonrió irónicamente.

—Siempre somos mejores doctores con otros que con nosotros mismos, Valentine. En cualquier caso, ya es muy tarde para pedir una interpretación de un sueño que ocurrió hace quince años, y ahora soy prisionero de mi sueño.

—¡Libérate!

—¿Cómo?

—Cuando un niño sueña que cae, y despierta asustado, ¿qué le dice su padre? ¿Que no hay que tomar en serio ese tipo de sueños, porque nadie se lastima soñando? ¿O que el niño debe estar agradecido por haber soñado que caía, porque se trata de un buen sueño, de un sueño que habla de poderío y de fuerza, que el niño no estaba cayendo sino volando hacia un lugar donde habría aprendido algo si no hubiera permitido que la ansiedad y el miedo lo apartaran del mundo de los sueños?

—Que el niño debe estar agradecido por el sueño —dijo Sleet.

—Cierto. Y lo mismo pasa con los demás sueños «malos»: no debemos asustarnos, nos dicen, sino agradecer los conocimientos que nos dan los sueños y actuar en consecuencia.

—Eso se enseña a los niños, sí. Aun así, los adultos no siempre hacen mejor uso de esos sueños que los niños. Recuerdo que tú gritabas y gimoteabas en tus últimos sueños, Valentine.

—Intento aprender de mis sueños, aunque sean muy siniestros.

—¿Qué deseas de mí, Valentine?

—Que vengas con nosotros a Ilirivoyne.

—¿Por qué tiene tanta importancia para ti?

—Perteneces a esta compañía —dijo Valentine—. Estamos completos contigo, y deshechos sin ti.

—Los skandars son malabaristas expertos. Poca importancia tiene la colaboración humana. Carabella y yo estamos en la compañía por idéntico motivo que tú, para satisfacer una ley estúpida. Te ganarás tu sueldo tanto si yo estoy contigo como si no.

—Pero tú me enseñarás el arte.

—Puedes aprender con Carabella. Ella es tan experta como yo, y además es tu amante, te conoce mucho mejor que yo. ¡Y que el Divino no consienta —dijo Sleet con repentino terror— que te la quiten los cambiaspectos en Ilirivoyne!

—Ese no es uno de mis temores —dijo Valentine. Extendió las manos hacia Sleet—. Me gustaría que te quedaras con nosotros.

—¿Por qué?

—Te aprecio.

—Y yo a ti, Valentine. Pero me causará enorme dolor tener que ir al lugar donde Zalzan Kavol quiere que vayamos. ¿Por qué es tan urgente para ti que sobrelleve ese dolor?

—Es posible que ese dolor se cure —dijo Valentine— si vas a Ilirivoyne y descubres que los metamorfos son simples e inofensivos seres primitivos.

—Puedo soportar ese dolor —replicó Sleet—. El precio de la cura me parece excesivo.

—Somos capaces de soportar las heridas más terribles. ¿Pero por qué no intentar curarlas?

—Me ocultas algo, Valentine.

Valentine hizo una pausa y respiró lentamente.

—Sí —dijo.

—Bien, ¿de qué se trata?

—Sleet —contestó Valentine con cierta vacilación—, ¿he aparecido en tus sueños, desde que nos conocimos en Pidruid?

—Sí, has aparecido.