Los metamorfos fascinaban a Valentine. Para él se trataba de residuos de la larga historia de Majipur, restos mortales arqueológicos, supervivientes de la época en que no había humanos en el planeta, ni skandars, ni vroones, ni gayrogs, sólo esas frágiles criaturas verdosas diseminadas en un mundo colosal. Estaban antes de la llegada de los colonizadores, de los intrusos que acabaron siendo conquistadores. ¡Cuánto tiempo había transcurrido! Valentine ansiaba que efectuaran una transformación mientras los observaba, que se convirtieran en skandars o liis, por ejemplo, ante sus ojos. Pero los cambiaspectos permanecieron constantes en sus identidades.
Shanamir, muy agitado, apareció de pronto entre el gentío. Cogió por el brazo a Valentine.
—¿Sabéis quién está a bordo? —preguntó excitado—. He oído hablar a los cargadores. Hay toda una familia de cambias…
—No tan alto —dijo Valentine—. Mira allí.
El chico obedeció y se estremeció.
—Son seres pavorosos.
—¿Dónde está Sleet?
—En el puente, con Zalzan Kavol. Tratan de obtener permiso para actuar esta noche. Si él los ve…
—Tendrá que ver metamorfos tarde o temprano —murmuró Valentine. Después preguntó a Deliamber—: ¿Es normal que estén fuera de la reserva?
—Están por todas partes, aunque nunca en gran cantidad, y raramente con su forma real. Puede haber once viviendo en Pidruid, por ejemplo, seis en Falkynkip, nueve en Dulorn…
—¿Disfrazados?
—Sí, de gayrogs, de yorts, de humanos, de lo que les parezca mejor en un lugar determinado.
Los metamorfos se dispusieron a abandonar la cubierta. Caminaron con gran dignidad, pero, a diferencia del grupo de susúheris, sin ningún rasgo autoritario. Más bien dieron la impresión de que deseaban ser invisibles.
—¿Viven en su territorio por gusto o por obligación? —dijo Valentine.
—Mitad y mitad, creo. Cuando lord Stiamot acabó la conquista, les obligó a salir de Alhanroel. Pero Zimroel apenas estaba colonizado en aquella época, sólo en puntos de la costa, y se les concedió buena parte del interior. No obstante sólo eligieron el territorio entre el Zimr y las montañas del sur, donde podían controlar fácilmente las rutas de paso y se retiraron a esa zona. Pero ahora existe la tradición de que los metamorfos sólo habitan en ese territorio, con la excepción de los pocos que viven extraordinariamente en las ciudades del exterior. Pero no tengo la menor idea respecto a si esa tradición tiene fuerza legal. Lo cierto es que prestan poca atención a los decretos que surgen del Laberinto y del Monte del Castillo.
—Si la ley imperial les importa tan poco, ¿no corremos grandes riesgos al ir a Ilirivoyne? Deliamber se echó a reír.
—Los tiempos en que los metamorfos atacaban a extraños por puro gusto de venganza terminaron hace muchos siglos, es un hecho. Son seres desconfiados y hoscos, pero no nos causarán daño alguno, y probablemente saldremos de su país intactos y bien cargados de dinero, eso que tanto ama Zalzan Kavol. Mire, ahí llega él.
El skandar, con Sleet junto a él, se acercó con aire satisfecho.
—Hemos obtenido derecho de actuación —anunció—. ¡Cincuenta coronas por una hora de trabajo, después de cenar! De todas formas sólo haremos ejercicios sencillos. ¿Por qué agotarnos antes de llegar a Ilirivoyne?
—No —dijo Valentine—. Debemos esforzarnos al máximo. —Miró fijamente a Sleet—. A bordo de este barco hay un grupo de metamorfos. Quizás hagan correr la noticia de nuestra habilidad antes de que lleguemos a Ilirivoyne.
—Sabia argumentación —dijo Zalzan Kavol.
Sleet estaba tenso y temeroso. Las ventanas de su nariz temblaban, sus labios estaban apretados, e hizo signos sagrados con la mano izquierda en su costado.
—Ahora empieza el proceso de curación —le dijo Valentine en voz baja—. Actúa para ellos esta noche tal como actuarías en la corte del Pontífice.
—¡Son mis enemigos! —dijo roncamente Sleet.
—Éstos, no. No son los de tu sueño. Aquéllos te causaron todo el daño de que eran capaces, y hace mucho tiempo.
—Me pone enfermo estar en el mismo barco.
—Ahora no hay escapatoria posible —dijo Valentine—. Sólo son cinco. Una dosis limitada… buena práctica para enfrentarse a lo que nos aguarda en Ilirivoyne.
—Ilirivoyne…
—Llegar a Ilirivoyne es ineludible —dijo Valentine—. La promesa que me hiciste, Sleet…
Sleet miró a Valentine en silencio durante unos instantes.
—Sí, mi señor —susurró.
—Vamos, pues. Practica conmigo, ambos lo necesitamos. ¡Y acuérdate de llamarme Valentine!
Buscaron un lugar tranquilo debajo de la cubierta y se ejercitaron con bastones. Al principio hubo una extraña inversión de papeles, porque Valentine practicó intachablemente, mientras que Sleet se mostró torpe como un aprendiz: los bastones cayeron al suelo sin cesar magullándose los dedos en varias ocasiones. Pero al cabo de unos minutos se impuso la experiencia del hombre de más edad. Sleet llenó el aire de bastones, los intercambió con Valentine formando figuras tan complejas que el aprendiz real empezó a reírse y a jadear, y finalmente tuvo que implorar una pausa y pedir a su maestro que continuaran con cascadas más simples.
Esa noche, en la actuación en cubierta —la primera actuación desde el improvisado espectáculo que ofrecieron para divertir a los hermanos del bosque— Zalzan Kavol ordenó la realización de un programa que jamás habían puesto en práctica ante el público. Los malabaristas se dividieron en tres grupos de tres personas: Sleet, Carabella y Valentine en el primero, Zalzan Kavol, Thelkar y Gibor Haern en el segundo, y Heitrag Kavol, Rovorn y Erfon Kavol en el tercero. Efectuaron simultáneos intercambios triples siguiendo el mismo ritmo; un grupo de skandars actuó con cuchillos, el otro con llameantes antorchas, y los humanos con plateados bastones. Fue una de las pruebas más severas a que había estado sometido el talento de Valentine hasta entonces. Un objeto dejado caer por uno de los nueve malabaristas habría anulado el efecto del conjunto. Valentine era el eslabón más débil, y en consecuencia de él dependía el impacto que causara la actuación.
Pero Valentine no tuvo fallos, y el aplauso, cuando los malabaristas terminaron su actuación con una ráfaga de elevados lanzamientos y vistosas recogidas, fue abrumador. Mientras se inclinaba ante el público, Valentine se dio cuenta de que la familia metamorfa estaba sentada a pocas filas de distancia. Miró a Sleet, que no dejaba de hacer reverencias, cada vez más profundas. Finalmente abandonaron el escenario.
—Los vi al principio —dijo Sleet—, y luego me olvidé de ellos. ¡Me olvidé de ellos, Valentine! —Se echó a reír—. No se parecían en nada a la criatura que vi en mi sueño.
10
Esa noche la compañía durmió en una atestada y húmeda bodega en las entrañas del barco fluvial. Valentine tuvo que apretarse entre Shanamir y Lisamon Hultin en un suelo de mal amortiguada dureza. La proximidad de la guerrillera pareció garantizarle que no iba a dormir, porque los ronquidos de la mujer eran un zumbido brutal e insistente, y aún peor que los ronquidos era el temor a que el vasto cuerpo de la giganta girara, cayera sobre él y le aplastara. En varias ocasiones Lisamon se apretó a él y Valentine tuvo problemas para desenredarse. Pero la mujer no tardó en sosegarse, y él notó que el sueño se iba apoderando de su mente.
Soñó que era la Corona, lord Valentine, el hombre de olivácea piel y oscura barba, y que estaba sentado una vez más en el Castillo, empuñando los sellos del poder. Luego, sin saber cómo, se encontró en una ciudad meridional, un lugar húmedo, vaporoso y tropical, con plantas gigantes y llamativas flores rojas, una ciudad que era Til-o-mon, al otro lado de Zimroel. Iba a asistir a una gran fiesta que se celebraba en su honor. En la mesa había otro distinguido invitado, un hombre de sombría mirada y áspera piel que era Dominin Barjazid, segundo hijo del Rey de los Sueños. Dominin Barjazid sirvió vino en honor de la Corona y propuso diversos brindis, deseándole larga vida y prediciéndole un glorioso reinado, un reinado que estuviera a la altura de los de lord Stiamot, lord Prestimion y lord Confalume. Y lord Valentine bebió, y siguió bebiendo, su cara enrojeció y se sintió feliz. Propuso nuevos brindis, por su anfitrión, por el alcalde de Til-o-mon, por el duque de la provincia, por Simonan Barjazid el Rey de los Sueños, y por el Pontífice Tyeveras y por la Dama de la Isla, su amada Madre. El vaso se llenó una y otra vez, con vino ambarino, con vino tinto, con vino azul del sur, hasta que finalmente lord Valentine fue incapaz de seguir bebiendo, se dirigió a su dormitorio y se durmió al instante. Mientras dormía unas figuras se le acercaron, los hombres del séquito de Dominin Barjazid. Le cogieron, le envolvieron en sábanas de seda, le llevaron a cierto lugar, y él fue incapaz de ofrecer resistencia, porque tuvo la impresión de que brazos y piernas se negarían a obedecerle, como si fuera un sueño, una escena de un sueño. Valentine se vio encima de una mesa de una habitación secreta, y su pelo era rubio y su piel blanca, y era Dominin Barjazid quien tenía la cara de la Corona.