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A media tarde empezaron los festejos. Reducidas bandas de músicos interpretaron una música vibrante, discordante, de ritmo excéntrico y muy marcado, y multitudes metamorfas participaron en un lento y majestuoso baile de entrelazamiento, moviéndose como si fueran sonámbulos. En algunas calles se celebraron carreras; jueces apostados en puntos del recorrido se enzarzaron en complejas discusiones en cuanto los corredores pasaron a su lado. En puestos que al parecer habían sido levantados durante la noche se podía obtener sopa, guisados, bebidas y carne a la parrilla.

Valentine se sintió como un intruso en aquel lugar. Experimentó el deseo de pedir disculpas a los metamorfos por haberlos visitado en la época más sagrada. No obstante, nadie aparte de los niños pareció prestar atención a los malabaristas, y era evidente que los pequeños piurivares los consideraban como rarezas traídas allí para su diversión. Jóvenes y desconfiados metamorfos estaban al acecho en todas partes, para hacer rápidas y confusas imitaciones de Deliamber, Sleet, Zalzan Kavol y todos los demás, pero sin permitir que los forasteros se acercaran a ellos.

Zalzan Kavol había convocado un ensayo para últimas horas de la tarde, junto al vagón. Valentine fue uno de los primeros en llegar, contento de tener una excusa para alejarse de las atestadas calles. Sólo encontró a Sleet y a dos skandars.

Tuvo la impresión de que Zalzan Kavol le miraba de un modo extraño. Había algo nuevo e inquietante en el tipo de atención del skandar. Al cabo de algunos minutos Valentine empezó a sentirse molesto.

—¿Algo va mal? —preguntó.

—¿Qué puede ir mal?

—Pareces haber perdido la serenidad.

—¿Yo? ¿Yo? No pasa nada. Un sueño, eso es todo. Estaba pensando en un sueño que tuve ayer por la noche.

—¿Soñaste con el prisionero de piel azul?

Zalzan Kavol reflejó desconcierto.

—¿Por qué me lo dices?

—A mí me pasó, y a Sleet.

—Mi sueño no tenía nada que ver con el de la piel azul —replicó el skandar—. Y no quiero discutirlo. Fue una tontería, pura tontería.

Y Zalzan Kavol se fue, cogió dos pares de cuchillos y se puso a hacer malabares con ellos de un modo nervioso, como si estuviera distraído.

Valentine no le dio más importancia. Ni siquiera había imaginado que los skandars soñaran, y mucho menos que tuvieran sueños perturbadores. Pero era lógico, se trataba de ciudadanos de Majipur que compartían todos los atributos del resto de las razas, recibían envíos del Rey y de la Dama, y sufrían aisladas intrusiones de las mentes de seres inferiores y derrames procedentes de las partes más recónditas de su ser. Igual que los humanos o, suponía Valentine, los yorts, vroones y liis. De todos modos, era un hecho curioso. Zalzan Kavol se mostraba mesurado en sus emociones, reacio a permitir que su personalidad real fuera descubierta por otros (sólo reflejaba codicia, impaciencia e irritación), y por eso a Valentine le pareció extraña aquella admisión de algo tan personal como que estaba pensando en un sueño.

Valentine se preguntó si los metamorfos tendrían sueños con significado, envíos y demás.

El ensayo se desarrolló bien. Luego los malabaristas hicieron una cena, ligera y no muy satisfactoria, con frutas y bayas recogidas en el bosque por Lisamon Hultin, acompañadas con el poco vino comprado en Khyntor que les quedaba. Las hogueras ardían ya en numerosas calles de Ilirivoyne, y la discordante música de las diversas bandas creaba extraños, estruendosos sonidos casi armoniosos. Valentine supuso que la actuación tendría lugar en la plaza, pero no fue así. Varios metamorfos, ataviados con vestiduras de aspecto sacerdotal, se presentaron en la oscuridad para acompañar a los malabaristas a una parte totalmente distinta de la ciudad, un claro oval y mucho más espacioso que ya se encontraba cercado por cientos, miles de ansiosos espectadores. Zalzan Kavol y sus hermanos inspeccionaron el terreno con suma atención, en busca de obstáculos ocultos o irregularidades que pudieran entorpecer sus movimientos. Normalmente Sleet participaba en ese reconocimiento, pero el malabarista, notó de pronto Valentine, había desaparecido en el recorrido desde el lugar del ensayo hasta el claro. ¿Se había agotado su paciencia, se había decidido a cometer una imprudencia? Valentine estaba a punto de ir en su busca cuando apareció Sleet, jadeando suavemente como si acabara de hacer un número de malabarismo.

—He ido a la plaza —dijo en voz baja—. Las jaulas siguen apiladas. Pero casi todos los guardianes deben estar bailando. Conseguí intercambiar algunas palabras con el prisionero antes de que me echaran de allí.

—¿Y?

—Dice que lo sacrificarán en la fuente a medianoche, igual que en mi envío. Y que mañana por la noche nos ocurrirá lo mismo.

—¿Qué?

—Lo juro por la Dama —dijo Sleet. Sus ojos parecían taladros—. Llegué a este lugar porque así te lo juré, mi señor. Me aseguraste que no sufriría daño alguno.

—Tus temores me parecieron irracionales.

—¿Y ahora?

—Voy a revisar mi opinión —dijo Valentine—. Pero saldremos de Ilirivoyne con perfecta salud. Te lo prometo. Hablaré con Zalzan Kavol después de la actuación, en cuanto haya tenido oportunidad de consultar con Deliamber.

—Me complacería más estar antes en la carretera.

—Los metamorfos están gozando y bebiendo esta noche. Más tarde habrá menos posibilidades de que noten nuestra marcha —dijo Valentine—, y estarán menos capacitados para perseguirnos, si es que pretenden hacerlo. Además, ¿crees que Zalzan Kavol estaría de acuerdo en cancelar una actuación simplemente porque hay rumores de peligro? Actuaremos, y luego saldremos del aprieto. ¿Qué opinas?

—Estoy contigo, mi señor —replicó Sleet.

14

Fue una actuación espléndida, y nadie estuvo más en forma que Sleet, que efectuó el número de malabarismo a ciegas y lo hizo sin fallos. Los skandars intercambiaron antorchas con vertiginoso desenfreno, Carabella hizo cabriolas sobre la esfera giratoria, y Valentine hizo malabares mientras bailaba, brincaba, se arrodillaba y corría. Los metamorfos se sentaron en círculos concéntricos alrededor de los artistas, sin apenas comentarios, sin aplaudir una sola vez, contemplando el espectáculo en la nebulosa penumbra con insondable fuerza de concentración.

Trabajar ante ese público fue difícil. Peor que un ensayo, pues nadie espera público en un momento así, mientras que en la actuación hubo miles de espectadores que no ofrecieron nada a los artistas. Inmóviles como estatuas, igual como estuvieron los niños anteriormente, un austero público que no demostró aprobación o desaprobación sino algo que debía interpretarse como indiferencia. En esa situación, los malabaristas presentaron ejercicios cada vez más gravosos y maravillosos, pero durante más de una hora no obtuvieron respuesta.

Y luego, de un modo asombroso, los metamorfos iniciaron un número de malabarismo, una imitación espectral e irreal de la actuación de la compañía.

Grupos de dos o tres piurivares salieron de la oscuridad y tomaron posiciones en el centro del escenario a pocos metros de los malabaristas. Durante la actuación sufrieron rápidos cambios de apariencia: seis adoptaron aspecto de velludos y macizos skandars, uno se hizo menudo y ágil, muy parecido a Carabella, otro lució la sólida figura de Sleet, y un piurivar alto y rubio, imitó la imagen de Valentine. Esta asunción de los cuerpos de los malabaristas no tuvo ningún carácter festivo: a Valentine le pareció ominosa, una burla, una clara amenaza. Y cuando observó el lugar ocupado por los miembros de la compañía que no actuaban, vio que Autifon Deliamber hacía gestos de preocupación con sus tentáculos, Vinorkis estaba muy serio y Lisamon oscilaba de un lado a otro, de puntillas, como si se preparara para entrar en combate.