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15

Poco antes del amanecer se hicieron visibles enormes montañas de redondeada forma, con un amplio desfiladero entre ellas. Avendroyne no podía estar lejos. Zalzan Kavol, con una deferencia que hasta entonces no había demostrado, fue a la parte trasera del vagón para consultar a Valentine sobre la estrategia a seguir. ¿Ocultarse en el bosque todo el día, y aguardar el anochecer para atravesar Avendroyne? ¿O arriesgarse a pasar con luz diurna?

La jefatura era algo nuevo para Valentine. Meditó unos instantes, esforzándose en parecer precavido y pensativo.

—Si continuamos de día —dijo finalmente—, seremos demasiado conspicuos. Por otra parte, si perdemos todo el día ocultos aquí, tendrán más tiempo para disponer planes contra nosotros.

—Esta noche —observó Zalzan Kavol— habrá otro momento culminante en las fiestas de Ilirivoyne, y es posible que aquí también. Podríamos escabullimos mientras están divirtiéndose, pero a la luz del día no tenemos opción.

—Estoy de acuerdo —dijo Lisamon. Valentine miró a los demás.

—¿Carabella?

—Si esperamos, los de Ilirivoyne tendrán tiempo para alcanzarnos. Yo digo que continuemos.

—¿Deliamber?

El vroon juntó delicadamente las puntas de sus tentáculos.

—Adelante. Nos desviamos en Avendroyne, volvemos a Verf. Seguramente en Avendroyne habrá una segunda carretera hacia la fuente.

—Sí —dijo Valentine. Miró a Zalzan Kavol—. Mis pensamientos son similares a los de Carabella y Deliamber. ¿Y los tuyos?

Zalzan Kavol se puso muy serio.

—Los míos dicen que el mago haga volar este vagón, y que nos lleve a Ni-moya esta noche. Si no es así, proseguir sin más espera.

—Así se hará —dijo Valentine, como si hubiera tomado la decisión a solas—. Y cuando estemos cerca de Avendroyne, enviaremos exploradores para encontrar una ruta que se desvíe de la ciudad.

Prosiguieron la marcha, cada vez con más precaución ante la llegada del alba. La lluvia era intermitente, pero ya no caía como una suave salpicadura, sino más bien como un aguacero casi tropical, un violento bombardeo de gotas que hacía resonar con maligna fuerza el techo del vagón. Valentine acogió bien la lluvia: quizá mantendría a los metamorfos en sus casas mientras el vehículo pasaba junto a la población.

Ya había indicios de suburbios, dispersas chozas de mimbre. La carretera se ramificaba sin cesar, y Deliamber ofreció su opinión en los sucesivos puntos de división, hasta que por fin no hubo duda de que estaban cerca de Avendroyne. Lisamon y Sleet se adelantaron para explorar y regresaron al cabo de una hora con buenas noticias: uno de los dos caminos que había delante llevaba al corazón de Avendroyne, donde ya estaban empezados los preparativos de la fiesta, y el otro se curvaba hacia el noreste, desviándose totalmente de la ciudad y adentrándose en una zona aparentemente agrícola en las laderas montañosas más alejadas.

Siguieron la ruta del noreste. Atravesaron sin incidencias la zona de Avendroyne.

A últimas horas de la tarde contemplaron el descenso de la montaña y entraron en una extensa llanura muy arbolada, oscura y lluviosa, que señalaba el límite oriental del territorio metamorfo. Zalzan Kavol condujo el vagón furiosamente, y sólo se detuvo cuando Shanamir insistió en que era imprescindible dar descanso y forraje a las monturas. Podían ser animales prácticamente infatigables, y de origen artificial, pero eran seres vivos, y necesitaban reposar de vez en cuando. El skandar accedió de mala gana; estaba poseído por la desesperada necesidad de dejar atrás Piurifayne.

Hacia el crepúsculo, mientras cruzaban bajo la tormenta un terreno abrupto e irregular, los problemas se presentaron bruscamente.

Valentine iba en el centro del vagón, con Deliamber y Carabella. Casi todos los demás estaban durmiendo, y Heitrag Kavol y Gibor Haern conducían. Oyeron un estrépito, algo que se partía y se destrozaba, y poco después el vagón se detuvo.

—¡La tormenta ha tirado un árbol! —gritó Heitrag Kavol—. ¡La carretera está bloqueada!

Zalzan Kavol renegó en voz baja y dio un estirón a Lisamon Hultin para despertarla. Valentine no vio nada aparte de verdor, la copa completa de un gigante forestal que obstruía la carretera. Despejar el camino podía costar horas o incluso días. Los skandars, tras echarse al hombro varias pistolas de energía, salieron a investigar, seguidos por Valentine. La oscuridad aumentaba con rapidez. El viento era borrascoso, dardos de lluvia se abalanzaban casi horizontalmente hacia los rostros de los malabaristas.

—Manos a la obra —gruñó Zalzan Kavol, agitando la cabeza en señal de disgusto—. ¡Thelkar! ¡Empieza a cortar por aquí! ¡Rovorn! ¡Las ramas grandes de los lados! ¡Erfon!…

—Tal vez fuera más rápido —sugirió Valentine— retroceder y buscar otra ramificación de la carretera.

La idea sorprendió a Zalzan Kavol, como si el skandar hubiera sido incapaz de concebir esa idea ni incluso en un siglo. Meditó un instante.

—Sí —dijo finalmente—. Eso tiene lógica. Si…

Y un segundo árbol, mayor que el primero, cayó al suelo cien metros por detrás del vagón. El vehículo estaba atrapado.

Valentine fue el primero en comprender lo que debía estar ocurriendo.

—¡Al vagón, todos! ¡Es una emboscada! —Se precipitó hacia la abierta puerta.

Demasiado tarde. De las sombras del bosque salió un torrente de metamorfos, quince o veinte, tal vez más, que cortaron el paso a los malabaristas. Zalzan Kavol lanzó un terrible grito de cólera y abrió fuego con su pistola de energía. La llamarada luminosa formó un extraño resplandor de color de lavándula sobre el lateral de la carretera y cayeron dos metamorfos, horriblemente carbonizados. Pero en el mismo instante Heitrag Kavol emitió un sofocado gorjeo y se derrumbó, con una flecha atravesada en su cuello, y Thelkar se desplomó, aferrado a otra que llevaba en el pecho.

La parte trasera del vagón empezó a arder de improviso. Los que estaban dentro salieron desordenadamente, encabezados por Lisamon que llevaba en alto su espada vibratoria. Valentine vio que le atacaba un metamorfo con su mismo rostro. Apartó a la criatura de un patadón, dio la vuelta y hundió el cuchillo, su única arma, en otro piurivar. Causar una herida, qué extraño. Curiosamente fascinado, Valentine vio que un líquido de tinte bronceado empezaba a brotar.

El metamorfo atacó de nuevo. Sus garras se dirigieron hacia los ojos. Valentine esquivó el golpe, se revolvió, arremetió con la daga. La hoja entró profundamente y el metamorfo se echó atrás, con las manos en el pecho. Valentine se estremeció de espanto, pero sólo un instante. Se volvió para hacer frente a otro atacante.

Pelear y matar era una experiencia nueva para él, y le causó aflicción. Pero mostrarse apacible en esos momentos era como desear una rápida muerte. Acometió y apuñaló, acometió y apuñaló.

—¿Cómo te va? —oyó que gritaba Carabella detrás de él.

—Me… defiendo… —gruñó.

Zalzan Kavol, al ver en llamas su magnífico vagón, soltó un alarido, cogió por la cintura a un metamorfo y lo lanzó a la hoguera. Dos más se lanzaron hacia él, pero otro skandar los agarró y los partió como si fueran palos con ambos pares de manos. En medio de la frenética refriega, Valentine vio que Carabella peleaba con un metamorfo y lo derribaba con los potentes músculos que años de malabarismo habían formado en sus brazos. Y allí estaba Sleet, ferozmente vengativo, pateando a otro enemigo con salvaje gozo. Pero el vagón estaba en llamas. El vagón ardía. El bosque estaba repleto de metamorfos, la noche se cerraba velozmente, la lluvia era un torrente, y el vagón ardía.