Al aumentar el calor de las llamas, el centro de la batalla se desplazó al borde de la carretera, junto al bosque, y la pelea se hizo más confusa, porque en la oscuridad era difícil distinguir entre amigos y enemigos. El truco metamorfo del cambio de aspecto suponía otra complicación, aunque en el frenesí de la lucha los piurivares no podían mantener sus imitaciones durante mucho tiempo, y una figura que parecía ser Sleet, Shanamir o Zalzan Kavol adoptaba rápidamente su forma originaria.
Valentine combatió brutalmente. Sus manos estaban resbaladizas a causa del sudor, y de la sangre metamorfa, y su corazón latía fuertemente con el furioso esfuerzo. Jadeante, sin aliento, nunca quieto un instante, avanzó entre la maraña de enemigos con un celo que le sorprendió, sin hacer una sola pausa para descansar. Acometer y apuñalar, acometer y apuñalar…
Los metamorfos sólo iban armados con simplísimas armas, y aunque parecía haber decenas y decenas, su número no tardó en menguar con rapidez. Lisamon causó terrible destrucción con su espada vibratoria, haciéndola oscilar con ambas manos y podando ramas de árboles al mismo tiempo que piernas de metamorfos. Los skandars supervivientes, que lanzaban alocadas descargas de energía por el escenario de la batalla, habían quemado varios árboles y el suelo estaba lleno de metamorfos abatidos. Sleet mutiló y causó estragos como si en un minuto de cólera pudiera vengarse del dolor que suponía le habían causado los metamorfos. También Khun y Vinorkis pelearon con apasionada energía.
La emboscada concluyó tan de improviso como había empezado.
A la luz de las llamas Valentine vio que había metamorfos muertos por todas partes. Dos skandars yacían mezclados con ellos. Lisamon Hultin tenía una herida, sangrante pero poco profunda, en un muslo. Sleet había perdido la mitad de su chaquetón y tenía varios cortes de poca importancia. Shanamir llevaba marcas de uñas en la mejilla. También Valentine notó ligeros arañazos y tajos, y un pesado dolor de fatiga en los brazos. Pero no había sufrido heridas graves. Deliamber… ¿dónde estaba Deliamber? El mago vroon no aparecía por ninguna parte.
—¿Se quedó el vroon en el vagón? —preguntó angustiado Valentine a Carabella.
—Pensé que habíamos salido todos cuando empezó a arder.
Valentine frunció el ceño. En el silencio del bosque los únicos sonidos eran los terribles siseos y crujidos del fuego y el tranquilo y burlón parloteo de la lluvia.
—¿Deliamber? —gritó Valentine—. ¡Deliamber! ¿Dónde está?
—Aquí —respondió una voz aguda desde lo alto. Valentine levantó los ojos y vio al mago aferrado a una sólida rama a cuatro metros de altura.
—Guerrear no es uno de mis talentos —explicó apaciblemente Deliamber, que saltó y cayó en los brazos de Lisamon Hultin.
—¿Qué hacemos ahora? —dijo Carabella.
Valentine se dio cuenta de que la pregunta iba dirigida a él. Él estaba al mando. Zalzan Kavol, arrodillado junto a los cadáveres de sus hermanos, estaba aturdido por esas muertes y por la pérdida de su precioso vagón.
—No tenemos más opción que atravesar el bosque. Si seguimos por la carretera principal nos toparemos con más metamorfos. Shanamir, ¿qué hay de las monturas?
—Muertas —contestó el zagal, sollozante—. Todas. Los metamorfos…
—A pie, entonces. Será un largo y húmedo viaje. Deliamber, ¿a qué distancia cree que estamos del río Steiche?
—A pocos días de marcha, creo. Pero no tenemos la noción exacta de la dirección.
—Sigamos la pendiente del terreno —dijo Sleet—. No habrá ríos cuesta arriba. Si caminamos hacia el este tenemos que encontrarlo.
—A menos que una montaña se interponga en nuestro camino —observó Deliamber.
—Encontraremos el río —dijo firmemente Valentine—. El Steiche desemboca en el Zimr en Ni-moya, ¿no es cierto?
—Sí —dijo Deliamber—, pero sus aguas son turbulentas.
—Tendremos que arriesgarnos. Una balsa, supongo, podrá construirse con rapidez. Vamos. Si permanecemos aquí mucho tiempo nos atacarán otra vez.
No pudieron salvar nada del vagón, ni ropas ni comida ni pertenencias ni material de malabarismo… Todo perdido, todo excepto lo que llevaban encima en el momento de hacer frente a los emboscados. Para Valentine no era una gran pérdida, pero para otros, en particular los skandars la pérdida era abrumadora. El vagón había sido su hogar durante mucho tiempo.
Fue difícil lograr que Zalzan Kavol abandonara el lugar. Estaba paralizado, incapaz de separarse de los cadáveres de sus hermanos y de la ruina de su vagón. Valentine le obligó amablemente a ponerse en pie. Algunos metamorfos, le explicó, podían haber huido en la refriega, y regresar pronto con refuerzos. Era peligroso quedarse allí. Rápidamente cavaron tumbas poco profundas en el blando suelo del bosque y enterraron a Thelkar y Heitrag Kavol. Luego, bajo la constante lluvia y en medio de una oscuridad cada vez mayor, partieron confiando en hacerlo en dirección este.
Caminaron durante más de una hora, hasta que se hizo demasiado oscuro para ver. Después acamparon miserablemente en empapada confusión, apretados unos a otros hasta el amanecer. Se levantaron con la primera luz del día, fríos y entumecidos, y avanzaron por el enmarañado bosque. La lluvia, por fin, había cesado. En esa zona el bosque no se parecía tanto a una jungla, y les creó pocos problemas, aparte de ocasionales riachuelos de rápida corriente que tuvieron que vadear con cuidado. En uno de ellos, Carabella perdió pie y fue recogida por Lisamon; en otro, Shanamir fue arrastrado aguas abajo, y Khun fue el encargado de ponerlo a salvo. Caminaron hasta el mediodía, y descansaron un par de horas. Tras una frugal comida compuesta por bayas y raíces, continuaron andando hasta el anochecer.
Y transcurrieron otros dos días del mismo modo.
Al tercero llegaron a una arboleda de duikos, ocho gruesos y rechonchos gigantes en el bosque, con monstruosos y abultados frutos colgando de ellos.
—¡Comida! —vociferó Zalzan Kavol.
—Comida sagrada para los hermanos del bosque —dijo Lisamon—. ¡Tened cuidado!
El hambriento skandar, pese a todo, ya estaba a punto de hacer caer una enorme fruta con su pistola de energía.
—¡No! —gritó severamente Valentine—. ¡Lo prohíbo!
Zalzan Kavol le miró con aire de incredulidad. Sus hábitos de mando se impusieron durante un instante, y lanzó una mirada feroz a Valentine, como si estuviera dispuesto a golpearle. Pero controló su ánimo.
—Mira —dijo Valentine.
Hermanos del bosque estaban saliendo de detrás de todos los árboles. Iban armados con sus cerbatanas. Al ver que aquellas delgadas criaturas similares a monos les rodeaban, y encontrándose tan fatigado, Valentine casi sintió deseos de morir. Pero sólo un momento. Recobró el brío y dio órdenes a Lisamon.
—Pregúntales si nos pueden ofrecer comida, y guías para llegar al Steiche. Si ponen un precio, actuaremos ante ellos con piedras o trozos de fruta.
La guerrillera, que doblaba la estatura de un hermano del bosque, salió al encuentro de las criaturas y conversó con ellas durante largo rato. Estaba sonriente cuando regresó.
—¡Saben que nosotros liberamos a sus hermanos en Ilirivoyne! —dijo.
—¡Entonces estamos salvados! —gritó Shanamir.
—Las noticias corren con rapidez en este bosque —dijo Valentine.
—Seremos sus invitados —continuó explicando Lisamon—. Nos darán comida. Nos guiarán.
Esa noche los vagabundos cenaron abundante cantidad de duika y otras golosinas del bosque, y hubo risas por primera vez desde la emboscada. Después los hermanos del bosque realizaron una especie de danza en su honor, poco más que monerías, y Sleet, Carabella y Valentine respondieron con una improvisada actuación, usando objetos cogidos en el bosque. Luego Valentine disfrutó de un sueño profundo y satisfactorio. En sus sueños tuvo el don de volar, y se vio remontándose hacia la cima del Monte del Castillo.