Pero estaba vivo. Eso era seguro. Solo, apaleado, desesperado, afligido, perdido… pero vivo. Así pues, la aventura no había concluido. Poco a poco, con infinito esfuerzo, Valentine se arrastró fuera de la resaca y avanzó dando tumbos hacia la orilla. Se dejó caer con cuidado en una gran roca plana, y con ateridos dedos se desnudó y se tumbó para secarse bajo el cálido y amigable sol.
Contempló el río con la esperanza de ver que Carabella nadaba hacia allí, o que Shanamir llegaba con el mago colgado del hombro. Nadie. Pero eso no significa que hayan muerto, se dijo. La corriente ha podido arrojarlos a orillas más alejadas. Descansaré aquí un rato, decidió Valentine, y luego buscaré a los demás. Después, con ellos o sin ellos, proseguiré la marcha, hacia Ni-moya, hacia Piliplok, hacia la Isla de la Dama, adelante, adelante, adelante, hacia el Monte del Castillo o cualquier cosa que me depare el futuro. Adelante. Adelante. Adelante.
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