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—¡Todas vendidas! ¡Todas vendidas! ¡Y a un precio increíble! —Mostró un fajo de vales que le había entregado un escribiente—. ¡Acompáñeme la tesorería y no quedará nada por hacer aparte de divertirnos! ¿Ha dormido mucho?

—Hasta bastante tarde, supongo. La posada estaba casi vacía.

—No tuve valor para despertarle. Estaba roncando igual que un blave. ¿Qué ha hecho?

—Explorar el puerto, principalmente. He encontrado el mercado por casualidad, mientras intentaba volver a la posada. Te he localizado por casualidad.

—Diez minutos más y no me habría encontrado nunca —dijo Shanamir—. Aquí. Es aquí. —Cogió a Valentine por la muñeca y le introdujo en una larga galería brillantemente iluminada. Detrás de mimbres, los empleados cambiaban vales por monedas—. Déme la moneda de cincuenta —murmuró Shanamir—. Aquí puedo cambiarla.

Valentine sacó la gruesa y reluciente moneda y aguardó mientras el zagal hacía cola. Shanamir volvió al cabo de unos minutos.

—Éstas son suyas —dijo, y echó en la abierta bolsa de Valentine una lluvia de dinero, algunas piezas de cinco reales y un cascabeleo de coronas—. Y éstas son mías.

Shanamir sonrió traviesamente y mostró tres grandes monedas de cincuenta reales del mismo tipo que la que acababa de cambiar para Valentine. Las metió en el monedero que llevaba debajo del chaquetón.

—Un viaje provechoso, sí señor. Cuando hay fiestas, todo el mundo participa en el frenesí de gastar rápidamente el dinero. Vamos. Volvamos a la posada, y celebremos el negocio con una botella de vino de palmera flamígera, ¿eh? ¡Pago yo!

Resultó que la posada no estaba a más de un cuarto de hora del mercado, en una calle que repentinamente pareció conocida. Valentine sospechó que debía haber llegado a cincuenta o cien metros del lugar en su infructuosa búsqueda. Pero no importaba: ya estaba en la posada, y con Shanamir. El muchacho, aliviado por haberse librado de los animales y excitado por el precio que le habían pagado, no cesó de parlotear sobre lo que iba a hacer en Pidruid antes de regresar a su hogar del campo: bailes, juegos, bebida, espectáculos…

Mientras estaban sentados en la taberna de la posada, dando buena cuenta del vino de Shanamir, aparecieron Sleet y Carabella.

—¿Podemos sentarnos con vosotros? —preguntó Sleet.

—Son malabaristas —explicó Valentine a Shanamir—, miembros de una compañía skandar que actuará en el desfile. Los he conocido esta mañana.

Valentine efectuó las correspondientes presentaciones. Se sentaron y Shanamir les ofreció vino.

—¿Has estado en el mercado? —dijo Sleet.

—He estado y he terminado —dijo Shanamir—. Un buen precio.

—¿Y ahora? —preguntó Carabella.

—Estaré unos días en las fiestas —dijo el muchacho—. Y volveré a casa, a Falkynkip, supongo. La idea pareció abatirle.

—¿Y tú? —dijo Carabella, mirando a Valentine—. ¿Has hecho algún plan?

—Gozar de la fiesta.

—¿Y luego?

—Cualquier cosa que parezca apropiada.

Habían terminado el vino. Sleet hizo un brusco gesto y apareció una segunda botella, que fue generosamente repartida. Valentine notó que la lengua le picaba a causa del calor del alcohol, y que su cabeza estaba aligerándose.

—Entonces —dijo Carabella—, ¿te gustaría ser malabarista y entrar en nuestra compañía?

La pregunta sorprendió a Valentine.

—¡No tengo talento!

—Tienes talento de sobra —dijo Sleet—. Lo que te falta es entrenamiento. Nosotros, Carabella y yo, podemos ocuparnos de eso. Aprenderás rápidamente el oficio. Lo juro.

—Viajaría con vosotros, llevaría la vida de un actor errante e iría de ciudad en ciudad, ¿no es así?

—Exacto.

Valentine miró a Shanamir. Los ojos del zagal brillaban ante la perspectiva. Valentine casi sintió la presión de la envidia, de la excitación del muchacho.

—¿Pero a qué viene esto? —preguntó Valentine—. ¿Por qué invitáis a un extraño, a un novato, a un ignorante como yo a que sea uno de vosotros?

Carabella hizo un gesto a Sleet, que se apresuró a levantarse de la mesa.

—Zalzan Kavol lo explicará —dijo Carabella—. Es por necesidad, no por capricho. Estamos escasos de personal, Valentine, y te necesitamos. —Y agregó—: Además, ¿tienes otra cosa que hacer? Estás desorientado en esta ciudad. Te ofrecemos compañía, así como un medio de vida.

Un instante después Sleet volvió con el gigantón skandar. Zalzan Kavol era una figura pavorosa, enorme, imponente. Se sentó a la mesa con ciertas dificultades, y la silla crujió de un modo alarmante bajo su mole. Los skandars procedían de cierto mundo helado y barrido por el viento, muy distante, y aunque hacía miles de años que se habían establecido en Majipur, dedicados a duras profesiones que exigían mucha fuerza o anormal rapidez visual, siempre parecían estar enojados y a disgusto en el cálido clima del planeta. Tal vez es solamente uno de sus rasgos faciales naturales, pensó Valentine, pero Zalzan Kavol y otros de su raza constituyen una tribu increíblemente sombría.

El skandar se sirvió una viscosa bebida con sus dos brazos interiores y extendió el par exterior sobre la mesa como si estuviera tomando posesión de ella.

—Esta mañana he visto como lanzabas los cuchillos con Sleet y Carabella —dijo con una voz áspera y retumbante—. Podrías servir.

—¿Para qué?

—Necesito otro malabarista humano, y deprisa. ¿Sabes cuál es el último decreto de la nueva Corona en cuanto a artistas públicos?

Valentine sonrió y se encogió de hombros.

—Es una tontería, una estupidez —dijo Zalzan Kavol—, pero el rey es joven y creo que le gusta meterse en líos. Ha ordenado por decreto que en todas las compañías artísticas compuestas por más de tres individuos debe haber una tercera parte de ciudadanos de Majipur de raza humana. El decreto es efectivo a partir de este mes.

—Un decreto como éste —dijo Carabella— no sirve más que para enfrentar una raza contra otra, en un mundo donde tantas razas han vivido en paz durante miles de años.

Zalzan Kavol presentaba un aspecto amenazador.

—No obstante, el decreto existe. Cierto chacal del Castillo debe haber explicado a este lord Valentine que las otras razas son cada vez más numerosas, que los humanos de Majipur pasan hambre mientras nosotros trabajamos. Una tontería, y peligrosa. Ordinariamente nadie prestaría atención a un decreto así, pero estamos en la fiesta de la Corona, y si queremos obtener permiso para actuar debemos respetar las leyes, aunque sean necias. Mis hermanos y yo llevamos años ganándonos la subsistencia como malabaristas y con eso no hemos hecho daño alguno a los humanos, pero ahora debemos obedecer. Encontré a Sleet y Carabella en Pidruid, y estoy enseñándoles los ejercicios. Hoy es Día Segundo. De aquí a cuatro días actuaremos en el desfile de la Corona, y necesito otro humano. ¿Quieres ser nuestro aprendiz, Valentine?