Capítulo 6
Hamish se pasó el resto del día siendo inspeccionado. Desde todos los ángulos. Susie estaba en lo cierto cuando le dijo que la gente de Dolphin Bay lo recibiría bien. Más que bien. Todo el mundo se mostraba encantador, pero hablaban de él sin parar. Y de ella. Y de la buena pareja que hacían.
– Tengo que quitarme esta falda -le dijo a Jake-. ¿Alguna vez he silbado a una mujer que tenía bonitas piernas? Pues deberían matarme. Me lo merezco. Todo el mundo me está mirando las rodillas.
– Están mirando todo en general. Eres nuevo aquí, hombre, es normal.
– Susie me ha contado que eras cirujano en la ciudad antes de casarte. ¿Por qué viniste a Dolphin Bay?
– La vida -suspiró el cuñado de Susie.
– ¿La vida? Ésta no es mi idea de la vida.
– ¿Y cuál es?
– Un poquito más de control, más seriedad. Saber qué voy a hacer cada mañana, cuando me levanto.
– Yo sé lo que voy a hacer cada mañana. Intentar poner orden en el caos. Y no me gustaría que fuese de otra manera.
– O sea, que somos completamente diferentes -sonrió Hamish-. Por cierto, ¿por qué le habéis dado un cachorro a Susie? ¿No crees que ya tiene suficientes cosas que atender?
– El corazón se ensancha para dar cariño a quien lo necesita -contesto Jake-. Yo soy médico, así que lo sé muy bien.
– Pero ahora Susie tendrá que querer al cachorro, lo desee o no.
– Lo ha decidido su hermana gemela. Y si Kirsty cree que Susie necesita un cachorro, es que lo necesita. Está muy sola.
– Los perros no solucionan la soledad.
– A veces sí. Además, lo del perro no ha sido decisión mía.
– Pero Susie piensa volver a casa.
– Sí, eso dicen -murmuró Jake, mirándolo de arriba abajo.
– Si sigues mirándome me pondré a andar y no dejaré de hacerlo hasta que llegue a Nueva York.
– Ya me imagino que estarás harto -rió Jake.
– Todo el mundo está inventando historias de amor entre Susie y yo.
– Es que sería genial.
– Ya, pero a mí me gustan las mujeres serias, frías, inteligentes y profesionales.
– Susie es inteligente.
– Pero ya estoy prometido. Marcia llegará pasado mañana.
Jake levantó una ceja.
– En fin, tú sabrás. Por el momento, yo tengo que irme a inflar globos o mi mujer me matará.
– ¿Ves? Marcia nunca me obligaría a inflar globos.
– Qué suerte tienes. O no. Depende de cómo lo mires. En fin, te dejo para que hagas esa llamada.
– ¿Qué llamada?
– A tu prometida. Si piensas armarte para la batalla siempre es buena idea decirle a la armadura que la necesitas.
¿Qué tenía aquel sitio?, se preguntó Hamish.
Estaba en medio de un grupo de gente que creía conocerlo perfectamente sólo porque se llamaba Douglas de apellido. Gente que parecían creer que sabían más sobre su vida que él mismo.
Lo cual era, evidentemente, ridículo.
Pero Jake había dicho que tenía que hacer una llamada telefónica… y tenía razón.
Marcia contestó enseguida, como siempre.
Seguía trabajando en el despacho.
– Hola. ¿Qué tal va la valoración?
– Estoy un poco distraído -contestó Hamish-. Nuestra calabaza ha ganado el premio.
– Pues enhorabuena a la calabaza. Hamish, ¿te encuentras bien?
– ¿Estás muy ocupada en este momento?
– Siempre estoy ocupada, ya lo sabes.
– ¿Y no podrías dejarlo todo y venir a Dolphin Bay?
– ¿Por qué iba a hacer eso?
– Por la viuda -suspiró Hamish.
– Ay, cariño. Ahora lo entiendo todo. Tú eres el heredero y ella es la desconsolada viuda. Supongo que estarán intentando emparejaros.
– Nosotros no. Quiero decir… no es cosa suya. Pero la gente del pueblo parece encantada con la idea.
Al otro lado del hilo hubo un silencio. Hamish la oyó teclear en el ordenador, seguramente comprobando su agenda.
– Tengo tres días libres -dijo Marcia por fin-. El próximo viernes hay una conferencia en Hong-Kong sobre prospecciones petrolíferas… no pensaba ir, pero está más o menos cerca así que puedo aprovechar.
– Entonces…
– Llegaré allí el lunes y me iré el jueves. ¿Eso resolvería tus problemas?
Hamish miró alrededor. Prospecciones petrolíferas en Hong-Kong.
Una de las niñas de Jake, ¿Alice?, se acercaba a él con un perrito caliente en la mano. Iba dejando una pista de tomate y mostaza por el camino, pero lo llevaba con las dos manos como si fuera un regalo asombroso.
¿Marcia allí?
– Eso sería estupendo.
– Si no necesitas nada más… estaba terminando un documento importante.
– No.
– Entonces adiós.
Clic.
– Marcia viene a Dolphin Bay -le dijo a Alice, mientras aceptaba el perrito caliente.
– ¿Marcia es buena?
– Sí, muy buena.
– ¿Le gustan los perritos calientes?
– Supongo que sí.
– Mi tía Susie dice que tienes que venir. La tala de troncos está a punto de empezar y el barón tiene que ser el primero.
– Hay algo en un hombre con falda escocesa… -murmuró Kirsty, mirando a Hamish-. Tiene buena figura nuestro nuevo barón.
– No es nuestro nuevo barón -la corrigió Susie-. El nuevo barón no vendería el castillo y saldría corriendo.
– Aún no lo ha vendido. Además, es guapísimo.
– Kirsty, que está prometido.
– Pero te habrás dado cuenta de que es guapísimo -insistió su hermana.
– Tendría que estar ciega para no verlo.
Mientras tanto, Hamish hacía lo que podía para cortar un tronco enorme. Tenía ampollas en las manos, pero estaba seguro de que no debía quejarse. De modo que golpeaba con el hacha sin parar mientras enormes gotas de sudor caían desde su gorro hasta la frente.
– Me encantan las faldas escocesas. Tengo que hacer una para Jake -dijo Kirsty.
– Yo estoy guapo sin falda -replicó su marido-¿Cómo vas a mejorar algo que ya es de por sí irresistible?
Susie seguía mirando a Hamish, pensativa. ¿Cómo sería la tal Marcia?
Aunque no era asunto suyo, claro.
– Me voy a casa -dijo abruptamente-. Harriet está cuidando de Rose y del cachorro y la pobre debe de estar harta.
– ¿Vas a quedarte con el cachorro?
– Claro. Será mejor que me lo lleve hoy mismo, así se acostumbrará a mí. Aunque nuestra casa sea sólo temporal.
– Susie, ¿de verdad lo quieres?
– Claro que sí, me encanta.
– Pero Hamish…
– Hamish nada. Está prometido, Kirsty.
– Pero si os llevarais bien…
– Nos llevamos bien. Pero por muy bien que nos llevemos, piensa vender el castillo. Es lo más sensato, además. ¿Alguien puede llevarme a casa?
– Sí, claro -dijo Jake-. Si de verdad quieres irte.
– Tengo que irme.
Ganó.
Hamish se colocó con las piernas abiertas sobre los dos trozos del tronco que acababa de partir, más orgulloso que cuando consiguió su título en la Universidad de Harvard. Le dolían las manos… le dolían de verdad, pero ¿qué importaba un poquito de dolor? se sentía como transformado, como si estuviera en otro siglo. En otra vida.
Había ganado.
Entonces se volvió para buscar a Susie con la mirada… y había desaparecido.
– ¿Dónde…? -empezó a preguntar. Jake se acercó a él.
– Bien hecho. Enhorabuena.
– ¿Dónde está Susie?
– Se ha ido a casa.
De repente, el dolor en las manos era absolutamente insoportable.
Aquello era absurdo… pero ya no se sentía transformado.
Hamish no fue al castillo a cenar y a Susie no le importó. No le importó, no le importó y no le importó. Había comido demasiados perritos calientes como para preocuparse por la cena, además.