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– Sólo que todo el pueblo espera que se case con él -respondió Marcia-. Puedes decir la verdad, cariño. Para que no haya malentendidos.

– Ningún malentendido -dijo Jake-. Ya veo.

Hamish carraspeó.

– ¿Qué tal el viaje desde el aeropuerto? ¿Habéis venido charlando?

– No, yo he venido durmiendo -contestó Marcia-. Me temo que he sido muy aburrida.

– No, en absoluto -dijo Jake, con amabilidad-. Bueno, me voy, te dejo con tu Hamish.

– Eso sería estupendo.

Estaba despidiendo al campesino, claramente.

– Muy bien -sonrió Jake, subiendo a la furgoneta.

– Hasta pronto, Jake. Y gracias.

– De nada.

Hamish se quedó mirando la furgoneta hasta que desapareció por el camino.

– Has sido un poco antipática con él, ¿no te parece?

– ¿Por qué? -preguntó Marcia-. Es un médico de familia, cariño. Y yo no tengo juanetes de los que hablar.

– No, supongo que no.

Marcia estaba fuera de su territorio, pensó Hamish. Normalmente no era desagradable con nadie. Tampoco era excesivamente agradable, pero… se portaba mejor con la gente que era como ella.

Él era como ella, pensó entonces. Aquélla era la mujer con la que iba a casarse. Le gustaba su sentido del humor sofisticado. Era tan inteligente…

– ¿Dónde está la viuda?

– Dentro. Ven, voy a presentártela.

Marcia miró alrededor. El castillo a la luz de la luna era como un sueño.

– Esto se venderá por una millonada. Hamish, imagínate las fotografías en el Architectural Digest. Tu propio castillo escocés sin tener que soportar la niebla y el frío de Escocia.

– Escocia es un sitio estupendo -replicó él, sorprendiéndose a sí mismo.

– Pero si nunca has estado allí.

– No, pero soy descendiente directo de…

Marcia soltó una carcajada.

– Te has convertido en el barón de Loganaich, ya veo. Mi barón, defendiendo la tierra de sus antepasados. En cualquier momento subirás a la torre para tocar la gaita.

Hamish sonrió.

– Me he puesto una falda escocesa.

– Eso tengo que verlo.

– Pero antes tengo que presentarte a Susie.

– La viuda, sí. Bueno, vamos a quitarnos de en medio la parte horrible y luego nos divertiremos un rato. Este sitio sonaba bien sobre el papel, pero ahora que lo veo en persona… tenemos que pensar cuánto vamos a pedir por este maravillo castillo.

La reunión entre Susie y Marcia no fue un éxito precisamente. Susie estaba en la cocina, limpiando, y recibió a Marcia con cautelosa cortesía. Su prometida respondió de la misma manera… sin soltar el brazo de Hamish. Susie se excusó enseguida porque tenía que atender a su hija.

– Hay filetes en la nevera, Hamish. Los haría yo, pero…

– Yo los hago mejor que tú -sonrió él, deseando que no pareciera tan tensa. Deseando que Marcia no estuviera tan pegada a él.

– Bueno, me voy a dormir. Hasta mañana.

– Pero si sólo son las nueve -objetó Marcia.

– Susie está recuperándose todavía de un accidente -le explico Hamish. Y enseguida deseó no haberlo dicho porque ella lo fulminó con la mirada.

– No estoy recuperándome, ya me he recuperado.

– Pero cojeas -señaló Marcia.

– Pues sí, es mi pequeña idiosincrasia. A mí me gusta -replicó Susie, intentando contener su indignación-. Me voy a la cama. Voy a leer una novela de amor y no pienso recuperarme en absoluto. Hamish, tienes que enseñarle el castillo a Marcia. Seguro que estará interesada en el inventario que has hecho. Y cuando termines… Marcia, tienes que decirme cuándo vendrán los de la agencia porque tengo que organizar todo antes de marcharme. Buenas noches -se despidió, tomando a Taffy en brazos.

– ¿La he ofendido? -preguntó Marcia en voz baja.

– Supongo… no creo que sea buena idea decirle a alguien que cojea.

– ¿Qué quieres decir? Es obvio que cojea, ¿no? No esperaría que no me diese cuenta.

– Marcia… bueno, da igual. ¿Tienes hambre?

– No, he comido en el avión y estoy agotada. Quizá la viuda ha tenido una buena idea con eso de irse a dormir tan temprano.

– No la llames así. Se llama Susie.

– Bueno, como se llame. ¿Dónde dormimos?

– He pensado que podrías dormir en la habitación que hay al lado de la mía. Ven, voy a enseñártela.

– ¿No dormimos juntos?

– No. Me parece…

– Cariño, si le gustas a esa mujer cuanto antes se dé cuenta de la realidad, mejor para todos.

– No es eso. Es que… ésta es su casa y quiero que siga siendo así hasta que nos vayamos. Creo que lo mejor es dormir en habitaciones separadas.

Ella levantó una ceja.

– Muy bien. Como quieras. En realidad, tengo una cita con mi ordenador. Esta noche yo no pienso leer novelas de amor.

Hamish durmió hasta muy tarde. Solía despertarse temprano en Nueva York para llegar a la oficina antes que nadie. No recordaba la última vez que había dormido ocho horas seguidas.

Pero allí, con aquel silencio… y le gustaba aquella habitación, además. Con sus edredones tan mullidos, la cama con dosel. Se estaba convirtiendo en lord Douglas, desde luego.

Necesitaba a Marcia, se dijo. Seguramente ella haría una broma que lo devolvería a la realidad.

Pero no dejaba de pensar en Jodie. ¿Dónde estaría en aquel momento? ¿Estaría haciendo bancos de madera con su Nick? Echaría de menos a su peculiar secretaria cuando volviese a Nueva York, pensó.

Cuando volviese a Nueva York. Cuando se fuera de allí.

Cuando dejase a Susie.

Pero Susie iba a marcharse primero.

Quizá podrían seguir en contacto. Al fin y al cabo, eran casi parientes. Además, ella tenía que cuidar de una niña y de un perro estando sola. Quizá podría echarle una mano. Decía que iba a trabajar diseñando jardines otra vez, pero cualquiera podía ver que tenía problemas físicos. Sus piernas no la sostendrían durante mucho tiempo.

Él podría… podría…

No podía hacer nada. No era asunto suyo. Pero él era el jefe del clan. El barón de Loganaich. Era su obligación cuidar de…

¿De la reliquia?

La idea de que Susie fuese una reliquia era completamente absurda. Tanto que le dio la risa mientras se metía en la ducha. Aquello era una locura. Iría a buscar a Marcia y le mostraría aquel loco castillo de arriba abajo. Se reirían de lo ridículo que era, hablarían de asuntos prácticos y le preguntaría cómo iban las cosas en la oficina. Marcia era justo lo que necesitaba.

Sí, eso era.

Marcia estaba en la cocina. Con Susie, Rose y Taffy. Una fiesta, desde luego. Cuando Hamish abrió la puerta, ellas se volvieron para mirar. Y ninguna de las dos parecía contenta.

Un hombre más cobarde habría dado marcha atrás. Evidentemente, había problemas. ¿Problemas de mujeres?

– No tenemos leche de soja -dijo Susie-. Tenemos plátanos, pero a Marcia no le gustan. Las naranjas aún no están maduras, así que no podemos hacer zumo. Y a Marcia no le gustan las fresas por la mañana.

– Tienen demasiadas calorías y yo llevo una dieta muy estricta -explicó su prometida.

– Puedes tomar un filete -sugirió Hamish.

– ¿Un filete para desayunar? Hamish, por favor, dame las llaves del coche e iré al supermercado a comprar algo.

– Está a diez kilómetros y no abren hasta las diez. ¿No puedes tomar una tostada?

– Aquí la gente suele desayunar gachas -dijo Susie.

– ¿Gachas? -repitió Marcia, poniendo cara de asco-. Además, eso debe de tener muchísimas calorías.

– Oye, Marcia, que esto no es un hotel -le advirtió Hamish.

– Bueno, no pasa nada. En realidad, no tengo hambre.

– Pero estás muy delgada -dijo Susie.

– Una mujer nunca está demasiado delgada.

– Pues yo estuve demasiado delgada durante un tiempo y era horrible.