– Yo no tengo intención de sufrir anorexia si es a eso a lo que te refieres. Controlo mi dieta perfectamente.
– Yo no tenía anorexia…
Hamish carraspeó.
– Yo voy a tomar un café.
– Y yo voy a desayunar en el jardín -anunció Susie, tomando a Rose en brazos.
– Deja que te ayude -se ofreció él.
– Gracias, pero puedo hacerla yo sola.
– Susie, he hablado con los de la agencia -dijo Marcia entonces-. Llegarán mañana. ¿Estarás aquí?
– Claro que estaré aquí. Se lo prometí a Hamish. Y después me iré a casa.
Marcia se llevó el ordenador y el móvil a la playa.
– Ah, menos mal que hay cobertura. Esto es el fin del mundo, cariño.
– Sí -murmuró Hamish, distraído mirando a Susie, que estaba bañando a Rose en la orilla mientras Taffy ladraba como un histérico.
Hamish descubrió que estaba sonriendo. Pero Susie y Rose y Taffy no eran perfectos. Marcia era perfecta.
¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué estaba comparándolas?
– Voy a quedarme con la niña para que Susie pueda nadar un rato -dijo entonces.
– ¿Tú vas a quedarte con la niña? -exclamó Marcia, atónita.
– Sé cambiar pañales y todo.
– Yo que tú no pondría eso en mi curriculum. No es la clase de habilidad que te consigue un buen trabajo en nuestro mundo.
«Nuestro mundo». Hamish miró el ordenador.
– ¿Quieres echarme una mano?
– Lo dirás de broma.
– Sí, claro que lo decía de broma -suspiró él-. Sigue con lo tuyo. Cuidar niños no es una tarea en la que piense ocuparme después de esto.
– Ve, niñera Douglas -rió Marcia-. Y ten cuidado, me estás manchando el ordenador de arena.
Hamish se quedó jugando con Rose en la orilla mientras Susie nadaba un rato. No tenía que hacer nada para divertirla porque la cría era feliz dando patadas a las olas.
¿Habría olas donde vivirían a partir de entonces?
No lo sabía.
Y no debería importarle.
Susie desapareció en cuanto volvieron al castillo. Subió a su habitación con dos enormes maletas que sacó de un armario y no volvieron a verla durante el resto del día.
– Me alegra mucho que esté siendo sensata -dijo Marcia-. No hacía falta que yo viniera, Hamish. Yo no creo que esté interesada en ti.
– No.
Marcia miró alrededor.
– Este sitio es precioso. Es una pena venderlo de inmediato.
– ¿Y qué sugieres que haga? ¿No estarás diciendo que te gustaría vivir aquí?
– No, pero he pensado que podríamos hacer algunas mejoras antes de venderlo… para conseguir un precio mejor. Ven, voy enseñarte a lo que me refiero.
– ¿Qué?
– Ven -insistió ella-. No entiendo cómo no se le ha ocurrido a nadie antes que a mí.
Marcia lo llevó al jardín.
– Hay que tirar ese muro para que puedan entrar las máquinas.
– ¿Qué máquinas?
– Para que los turistas puedan ver la playa desde aquí, hombre. Y aquí construiríamos una piscina. La mayoría de los turistas prefieren bañarse en una piscina olímpica que hacerlo en la playa.
– Pero…
– Hamish, el año pasado, cuando estuvimos en Bermudas, ¿pasamos algún tiempo en la playa?
– Estábamos en una conferencia.
– Claro, teníamos cosas, que hacer. Había una playa, pero no la usamos. Ese es el tipo de cliente al que queremos atraer. Hombres de negocios gente que aprecie el verdadero lujo. ¿Crees que podríamos convencer a la viuda para que se quedase aquí durante unos meses, mientras duren las obras?
– Sospecho que no hay ninguna esperanza.
Marcia se encogió de hombros.
– Bueno, encontraremos a otra persona -dijo, colocándose el móvil en la oreja-. Charles, soy Marcia. Quería pedirte un presupuesto…
Su prometida se alejó por el jardín para hablar con el constructor, dejando a Hamish pensativo. Una piscina olímpica. Destruir el jardín de Susie.
– ¿De verdad cortaríais los naranjos de Angus?
Hamish se volvió al oír la voz de Susie.
– No sabía que estuvieras aquí.
– Pues estaba -suspiró ella.
– Podrías habernos avisado de que estabas oyendo la conversación.
– La viuda es una chica muy discreta -replicó Susie, irónica-. Angus estaba muy orgulloso de sus naranjas, Hamish.
– Alguien podría estar orgulloso de una piscina olímpica -dijo él.
– Sí, Marcia seguramente.
– A mí me parece buena idea. Eso aumentaría el precio del castillo.
– Pero… si vendes el castillo, ¿el dinero no tenía que ir a un fideicomiso?
– Sí, así es. Yo sólo me quedaré con los intereses.
– ¿Marcia y tú pensáis tener hijos? ¿Alguien que lo herede?
– Pues… -Hamish no sabía cómo contestar a eso-. No tengo ni idea.
– ¿Tu hijo preferiría heredar un castillo o un montón de dinero?
– Susie…
– Ésa es la decisión que debes tomar. Y debes hacerlo rápido.
– ¿Qué haría si conservara este sitio?
– En lugar de pensar cuál es la mejor manera de ganar dinero con este castillo, podrías quedarte. Tú eres rico, ¿no?
– Sí, pero…
– Pero vas a cortar estos preciosos naranjos -suspiró Susie-. ¿Sabes que éste es el único sitio en mil kilómetros en el que crecen naranjos? La gente de Dolphin Bay come las naranjas de Angus durante todo el año. Tenemos más vitamina C que en toda Australia.
– Vaya -sonrió Hamish.
– Te da igual.
– Susie, tenemos que seguir adelante.
– Yo sigo adelante -replicó ella, irritada-. Eres tú el que no se mueve. Vas a llevarte el dinero para volver a Manhattan a hacer lo que has hecho siempre. ¿Qué pasa con el dinero? ¿Por qué es tan importante para ti?
– El dinero es importante para todo el mundo.
– Para comprar lo que uno necesita, sí. Incluso para darse un lujo de vez en cuando. Pero Marcia quiere ganar más, mucho más. Y tú también.
Hamish dejó escapar un suspiro.
– ¿Qué estás haciendo?
– Recoger fresas.
– ¿Para qué?
– Para hacer mermelada.
– Pero si no sabes cocinar.
– Pienso aprender -dijo ella, muy digna-. Me iré de aquí pasado mañana y pienso llevarme mermelada de fresas conmigo.
– Así que aprenderás a hacerla hoy mismo.
– ¿Por qué no?
No tenía miedo de nada, pensó Hamish. Entonces la recordó en la playa. Una mujer con cicatrices, que cojeaba ligeramente, lanzándose de cabeza hacia las olas.
– Seguro que encontramos una receta en Internet.
– Muy bien, gracias. Si la encuentras, dímelo.
– Pero mañana llega el representante de la agencia…
– Hablaré con él mientras hago la mermelada.
– Pero tienes que hacer el equipaje.
– Ya casi he terminado de hacerlo.
– Tenemos que ir a la playa…
– Sí, bueno…
– ¿No quieres ir a nadar el último día?
– Sí, pero…
– Pero también quieres hacer mermelada -sonrió Hamish-. ¿Por qué no la hacemos ahora mismo? Supongo que sólo nos hace falta un montón de azúcar y tarros de cristal.
– ¿Cómo sabes?
– Porque la mermelada siempre va en tarros de cristal. Además, mi tía Molly solía hacerla…
– ¿Tienes una tía que se llama Molly? -sonrió Susie.
– Sí, y es una cocinera estupenda.
– ¿Y tú solías mirarla mientras cocinaba?
– Sí, algunas veces -le confesó Hamish, tragando saliva. Aquella conversación era demasiado profunda para él. O quizá los ojos de Susie eran demasiado profundos. O quizá la idea de que a partir del día siguiente no volvería a verla.
– Si queremos terminar antes de medianoche, deberíamos empezar ahora mismo -sugirió.
– Rose está durmiendo y Taffy también -murmuró Susie entonces, como para sí misma-. Y si me voy a la cama, soñaré con naranjos arrancados de raíz, así que será mejor hacer mermelada.