Kirsty lo miró, enfadada. Sí, era igual que Susie. Le brillaban los ojos de la misma forma.
– El sentido común es una cosa muy extraña, ¿sabes? Cuando crees que lo tienes controlado, se convierte en algo diferente. Ten cuidado con lo que piensas sobre el sentido común, Hamish Douglas. Puede que te muerda en el trasero.
– ¡Hamish!
Él se volvió. Era Marcia, teléfono en mano.
– ¿Qué?
– Te están buscando.
– ¿Susie?
– No, el agente de la empresa hotelera. Acaba de llegar y está en el salón: Quiere hablar contigo… y con Susie.
– Voy -dijo Hamish, pasándose una mano por el pelo-. Pero no quiero molestar a Susie ahora -luego se volvió hacia Kirsty-. Si hay alguna noticia, házmelo saber.
Tenía que concentrarse.
Lachlan Glendinning era el representante de una firma hotelera de fama internacional. Había estado tasando el valor de un hotel en el norte de Queensland y se había tomado considerables molestias para ir hasta Dolphin Bay. Decirle que no podía hablar con él porque estaba buscando a un cachorro sería absurdo… especialmente cuando Susie había conseguido que todo el pueblo estuviera en la batida.
Pero le gustaría seguir buscando a Taffy.
¿Por qué?, se preguntó. Él no habría hecho algo así antes de conocer a Susie.
– Me han dicho que han perdido un perro -dijo Lachlan, a modo de saludo.
– Sí, eso parece.
– Esta comunidad es muy pintoresca. Yo creo que el castillo podría venderse muy bien. Pero me encantaría hablar con la señora Douglas. ¿De verdad no pueden decirle que venga?
– Está agotada -contestó Hamish-. Ha estado buscando al cachorro toda la noche.
– Muy bien. Como usted diga.
– ¿Quiere ver el interior del castillo?
– Ya me lo ha enseñado su prometida -contestó Lachlan, tocando una de las armaduras con el bolígrafo-. Esto tendrá que desaparecer. Sé dónde conseguir unas de verdad.
– Ernst y Eric se vienen a casa conmigo.
Era Susie, que acababa de aparecer en el salón sin hacer ruido.
– ¿Es usted la señora Douglas?
– Sí, soy yo. ¿Quiere ver el jardín?
– Ah, estupendo, yo tengo que hablar por teléfono -suspiró Marcia.
– Y yo seguiré buscando a Taffy -murmuró Hamish. Pero en la mirada de Susie no había simpatía alguna.
– No hace falta. Seguro que está muerto. De no ser así, ya lo habríamos encontrado -dijo ella. Luego se volvió hacia Lachlan-. Siento no haber estado aquí para recibirlo…
– No se preocupe, lo comprendo.
– Marcia le habrá dicho que están pensando convertir parte del jardín en una piscina…
– Susie, no pienses en eso ahora -la interrumpió Hamish.
– Ya sé que no tengo que pensar en eso. Mi avión sale mañana y, a partir de entonces, nada de esto será cosa mía. El castillo está en tus manos. Y tú vas a venderlo para meter el dinero en el banco.
– Que es lo más sensato -intervino Marcia.
– Sí, claro. Bueno, ¿quiere ver el sitio donde van a construir la piscina?
– Susie, ve a buscar a tu cachorro -insistió Hamish.
– Mi cachorro ha muerto.
Entonces, ¿por qué no lloraba?, se preguntó él. ¿Y por qué pensaba eso? ¿Quería ver llorar a una mujer?
– Hamish, ve con ellos -dijo Marcia.
– Pero tenemos que buscar a Taffy…
– Ya has oído a Susie, el bicho está muerto.
El bicho.
Iba a casarse con esa mujer.
Pensó entonces en Taffy, sentado sobre su gordo trasero y aullando como un lobillo.
El bicho.
– No sabemos si está muerto o no -replicó Hamish, aireado-. Si me perdonan, yo voy a seguir buscando.
¿Por qué no lloraba?
Durante todo el día, Hamish la vio ir de un lado a otro como un autómata. Le enseñó la finca a Lachlan, hizo la comida, siguió buscando a Taffy, pero era evidente que le dolía la espalda. Y cojeaba de forma notable. Hasta que Kirsty le ordenó que dejase de buscar y subiera a hacer el equipaje.
– Te mandaré a Eric y Ernst por correo -dijo Hamish.
– He cambiado de opinión. En América nunca se sentirán cómodos. Tienen que estar ahí, al pie de la escalera. Si quieres ponerlos en otro sitio… bueno, es cosa tuya.
– Susie, quédate un poco más.
– ¿Por qué?
– Tenemos que encontrar a Taffy.
– Déjalo ya, Hamish. He dicho que me voy y me voy.
No había manera de convencerla.
Al anochecer, Marcia fue a buscar a Hamish.
– Tenemos que invitar a Lachlan a cenar. Se ha pasado el día fotografiando el castillo desde todos los ángulos, así que no podemos darle una tostada. Te lo digo en serio, Hamish, te estás portando de una forma absurda. Lachlan se aloja en el pub del pueblo… debería dormir aquí, pero supongo que no querrás pedirle a la viuda que haga eso.
– Te he dicho que no la llames así -contestó él, furioso.
– Bueno, Susie, como quieras.
– No voy a pedirle a Susie que atienda a un invitado esta noche. Jake y Kirsty van a traer la cena. Susie necesita a su familia y a nadie más en este momento.
– Entonces, tú y yo deberíamos llevar a Lachlan a cenar. Tú no eres de la familia.
No lo era. Hamish vaciló. Marcia tenía razón.
Debería llevar a Lachlan a cenar. ¿Susie querría tenerlo a su lado esa noche? Seguramente no.
– La cena en media hora -los llamó Kirsty desde la cocina.
– Vamos a cenar fuera -dijo Marcia.
– ¿Ah, sí? ¿Tú también, Hamish?
– Pues…
– Yo creo que sería mejor que te quedases aquí esta noche.
– ¿Por qué? -preguntó Marcia-. ¿Por qué tiene que quedarse?
– Por Susie. Está pasándolo fatal.
– Susie estará mejor sin el cachorro. Cuantas menos molestias, mejor.
– Ya, bueno… mira, si tú quieres salir a cenar, me parece muy bien. Pero Hamish, tú deberías quedarte para animar a mi hermana. Ponte la falda escocesa o algo.
– De acuerdo.
Marcia miró su reloj, irritada.
– Muy bien, yo me iré a cenar con Lachlan. En serio, Hamish…
Fue una cena incómoda, pero todos hacían lo que podían para animar a Susie.
– Papá, ¿por qué se tiene que ir la tía Susie a América? -preguntó Alice.
– Porque allí está su casa.
– Pero su casa está aquí.
– El castillo es de Hamish ahora -dijo Jake.
– Pero todo el mundo dice que Hamish no lo quiere.
– No tiene que quererlo -intentó sonreír él-. Es suyo y puede hacer con él lo que le parezca.
Hamish no sabía qué decir. Toda la familia parecía estar en su contra. Él mismo parecía estar en su contra. Y no soportaba la mirada triste de Susie.
– ¿Quieres café, Kirsty?
– No, hoy no.
– Pero tú siempre tomas un café después de cenar -su hermana le sonrió-. ¡Kirsty… estás embarazada!
– Sí, lo estoy. Pero no quería que lo supieras.
– ¿Cuándo pensabas decírmelo?
– Cuando estuvieras instalada y contenta en Estados Unidos.
– Ah, entonces las cosas cambian -dijo Hamish, esperanzado. Aunque no sabía por qué.
– No, no han cambiado en absoluto -replicó Susie-. Mi hermana va a tener un niño y yo vuelvo a casa. Pero vendré a verla dentro de unos meses.
– ¿Para quedarte?
– No, para visitarla, como haría cualquier hermana.
– Pero sois gemelas, deberíais estar juntas.
– Estarán juntas cuando nazca el niño -dijo Jake, apretando la mano de su mujer-. Aunque tenga que cruzar el Atlántico a nado para traerme a Susie, te prometo que estaréis juntas cuando nazca. Y si Susie discute, se dará cuenta de que su cuñado tiene muy mal genio.
– Oh, Jake…
Ah, las lágrimas, pensó Hamish. Pero no lloró.